Capitulo 1

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♡𝘗𝘰𝘷: 𝘒𝘪𝘳𝘪𝘴𝘩𝘪𝘮𝘢𓂃 ִֶָ

Nuestro barrio era el prototipo perfecto de zona residencial de clase media de las afueras de una gran ciudad. Los pocos compañeros de clase con los que pude trabar amistad vivían todos en casas relativamente bonitas y pulcras. Dejando de lado las diferencias de tamaño, todas tenían recibidor y jardín, y en el jardín crecían árboles. La mayoría de los padres de mis amigos trabajaba en alguna empresa o ejercía profesiones técnicas. Eran contados los hogares donde la madre trabajara. En casi todas las casas había un perro o un gato. Y en cuanto a personas que vivieran en apartamentos o pisos, yo, en aquella época, no conocía a ninguna. Más adelante me mudaría a un barrio cercano, pero que tenía unas características similares. Así que, hasta que ingresé a la universidad me fui a Tokio, estuve convencido de que las personas corrientes se anudaban, todas, la corbata; trabajaban, todas en empresas; vivían, todas, en una casa con jardín; y tenían, todas, un perro o un gato. Respecto a otros tipos de vida, no lograba hacerme, en el mejor de los casos, una imagen real.

La mayoría de las familias tenía dos o tres niños. Ése era el promedio de hijos en el mundo donde crecí. Cuando evoco el rostro de los amigos que tuve en la infancia y la adolescencia, todos, sin excepción como timbrados por un mismo sello, formaban parte de familias de dos o tres hijos. Si no eran dos hermanos, eran tres; si no eran tres, eran dos. Se veían pocos hogares con seis o siete hijos, pero menos aún con uno solo.

Yo no tenía hermanos. Era hijo único. Y por eso sentí durante toda mi niñez algo parecido al complejo de inferioridad. Yo era un ser aparte en aquel mundo, carecía de algo que los demás poseían de la forma más natural.

Durante toda mi infancia odié la expresión "Hijo único". Cada vez que la oía, era consciente de que me faltaba algo. Estas palabras parecían un dedo acusador que me apuntaba, señalándome: "Tú eres un ser imperfecto".

Que los hijos únicos fueran niños consentidos por sus padres, enfermizos y egoístas era una convicción profundamente arraigada en el mundo en el que crecí.

Se consideraba un hecho indiscutible de la misma especia que el de que, cuando se sube a una montaña, baja la presión atmosférica, o que las vacas dan leche. Yo detestaba con toda mi alma que me preguntaran cuantos hermanos tenía. Porque, al oír que ninguno, los demás pensarían en un acto reflejo: "Hijo único. Seguro que es un niño consentido, enfermizo y egoísta". Esta reacción estereotipada de la gente me irritaba, y no poco, y también me hería.

Pero lo que en realidad me irritó e hirió durante toda mi niñez fue que esas ideas eran absolutamente ciertas.

En mi escuela, los niños sin hermanos eran una excepción. A lo largo de los seis años de primaria, sólo conocí a otro. Sólo a uno. Por eso me acuerdo muy bien de él. Nos hicimos buenos amigos, y hablábamos de muchas cosas. Nos comprendíamos. Incluso llegué a sentir un tierno afecto por él.

Su apellido era Bakugou. También era hijo único. Y, al andar, encorvaba ligeramente su espalda. Venía además de otra escuela. Por todo ello, puede afirmarse que acarreaba sobre él una carga psicológica incomparablemente más pesada que la mía. Sin embargo, y quizá también por las mismas razones, era , en tanto que hijo único, mucho más consciente y fuerte que yo, aunque en ocasiones manifestaba su disgusto con palabras y traslucía su encantadora expresión de enojo, en especial cuando algo le desagradaba, y sus gestos eran maravillosos, rara vez se le veía sonreír, pero cuando lo hacía conmigo me confortaba, siempre me alentaba. "¡Tranquilizate ya, dientes raros!", parecía decirme "¡Tu puedes! ¡Resiste un poco más y toda esa estupidez pasará!".  Tiempo después, cada vez que evocaba su rostro, veía aquellos gestos.

𓂃𓈈 ᔾ There is more to love. ⩩ 𓍢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora