Capítulo 4

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La primera chica con la que me acosté era hija única.

No se trataba —tampoco en su caso puede decirse otra cosa— del tipo de mujer que los hombres suelen mirar hasta babear por la calle. Apenas llamaba la atención. A pesar de todo, desde la primera vez que la vi, me sentí atraído a ella de una manera tan violenta que incluso yo mismo me asombré. Fue como si, de repente, me hubiera alcanzado un rayo invisible mientras andaba por la calle a medio día. Sin condiciones. Sin causas ni explicaciones, sin "pero's" ni "sí's".

En el curso de toda mi vida, han sido contadas las ocasiones en las que me he sentido atraído a una mujer. A veces he ido en la calle con un amigo que de la nada me pregunta; "¿Has visto?" "¿Te has fijado en esa chica?" pero yo nunca lograba recordar sus rostros. Tampoco me han fascinado las actrices ni modelos de revista. No sé por qué, pero así soy. Ni siquiera en la pubertad, cuando la frontera entre el mundo real y el ficticio es tan imprecisa, jamás me gustaron las chicas guapas sólo por que sí.

Lo que me atraía no era la belleza externa, si no lo impersonal, lo absoluto que se encuentra en el interior. De la misma manera que hay quien ama secretamente las tormentas, las explosiones y los apagones, yo me refería a ese "algo" en el interior recóndito de una persona que emitía hacía mí. A ese algo que me gusta llamar "magnetismo". Una fuerza que atrae y absorbe, te guste o no.

Quizá se compara al aroma de un perfume. Tal vez ni el mejor perfumista que lo ha creado pueda definir por qué tal aroma produce un determinado efecto. Es una respuesta difícil. Sin embargo, hay explicaciones de que algunos aromas pueden atraer a un ser vivo, como por ejemplo, el que desprenden los animales en celo.

Tal vez haya un aroma que atraiga a unas cuantas personas. Y quizá exista otro que atraiga al resto. Sin embargo, también hay muy pocos que hechizan sólo a una o dos personas en el planeta. Y una de esas personas era yo. Sabía que era letal. Podía distinguirlo a la perfección desde muy lejos. En esa momento, yo quería acercarme a las personas que lo exhalaban y decirles: "Lo puedo notar, ¿sabes? Quizá los demás no, pero yo sí".

Desde la primera vez que la vi, quise acostarme con ella. Para ser exactos, pensé que tenía que acostarme con ella. Y comprendí de manera instintiva que ella también lo deseaba. En su andar, en su piel, literalmente, se estremecía. Frente a ella, tuve más de una vez erecciones tan grandes que apenas podía caminar. Jamás había experimentado un "magnetismo" como aquél (del tipo que había experimentado con Bakugou, pero entonces, era pequeño para saberlo). Cuando la conocí, yo tenía dieciocho años, ella tenía veinte y estaba en segundo de universidad. Era, además, prima de Denki. Por el momento, tenía novio. Claro que todo eso no significó un paso hacía atrás. Aunque hubiera tenido cuarenta y cinco años y tres hijos, no me habría importado. Su magnetismo era demasiado fuerte como para dejarme pensar con claridad. Tenía en claro que no podía dejarla ir. Si eso pasaba, me habría arrepentido toda mi vida.

Así que la persona con quién tuve relaciones sexuales por primera vez, era la prima de mi novio. Encima, no se trataba de una chica cualquiera, sino que era además una amiga a la que Denki estaba muy unido. Desde pequeños, Denks y ella se habían llevado muy bien y siempre estaban juntos en casa del uno al otro. Ella iba a la Universidad de Osaka y vivía en un apartamento alquilado cerca del antiguo castillo de Osaka. Un día, Denki y yo fuimos a Osaka y la llamamos para que almorzara con nosotros. Sucedió dos semanas después de aquel domingo que Denks vino a casa, cuando yo lo había abrazado desnudo y él había tenido que salir huyendo ante la inesperada visita de mi tía.

En el momento que Denki se levantó de la silla, le pedí su número con el pretexto de que quizá más adelante tuviera que preguntarle datos sobre la universidad en la que estudiaba. Dos días después, la llamé a su apartamento y le propuse quedar el fin de semana. Tras un silencio, dijo que sí, que tenía el día libre. Oyéndolo, me convencí de que ella también quería lo mismo conmigo. Su forma de hablarme me lo confirmó. El sábado fui a Osaka solo, la vi y, esa misma tardé me acosté con ella.

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