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— ¿No sientes que algo malo está por pasar? — preguntó Uraraka, rompiendo el silencio de la noche.

— Uraraka, por favor, estamos a unas horas del Capitolio, en este momento todo va mal.

Ambos se encontraban en el camarote de Izuku, acostados en la cama, viendo el techo del vagón del tren y filosofando sobre algunas dudas e incógnitas de la vida.

— Piensa positivo, saldrás con vida de esto. — pronunció Midoriya, muy bajito, como si solo quisiera escucharse él mismo.

La chica no quiso decir nada más. No se sentía en condiciones de contestar. No se podía imaginar como se había de sentir Izuku en esos momentos. Toda su vida había reclamado y vociferado que los Juegos eran una mierda o que éramos un simple chiste para el gobierno.

Era de noche, el manto de las estrellas los cubría en su camino al Capitolio. El tren se encontraba en silencio, haciendo que el ambiente entre ellos dos fuera solo un poco más ameno.

— ¿Qué hora es? — preguntó Midoriya.

— Van a ser las seis de la mañana, es mejor que nos vayamos preparando. — contestó Ochako. — Aizawa dijo que llegaremos alrededor de las ocho de la mañana.

La castaña se levantó de la cama, se puso su abrigo, y se fue a su camarote. Izuku, por otro lado, solo se puso una chamarra ligera que estaba en la silla de a un lado de su cama. Salió de aquel lugar para luego caminar hacia la parte trasera del tren, donde estaba el pequeño balcón que siempre estaba en el último vagón. Hacía algo de frío, por lo que se cubrió aún más con la ropa que traía puesta.

Pasaban los minutos, e Izuku seguía embelesado viendo las vías del tren pasar por debajo de él. Pensaba en todo y a la vez en nada. De pronto, una voz lo sacó de sus pensamientos, sobresaltándolo.

— Hey, niño. — dijo esa voz, que el peliverde identificó como Aizawa. — Ven a almorzar, no te tendría que estar avisando.

— Ahora voy. — contestó Izuku.

El chico estaba perdido en el rocío de la mañana. Pasaban por un costado de un río muy ancho. Su padre le había contado que, antes de llegar al Capitolio podías apreciar un gran rio que se extendía al costado de las vías de tren. Luego de recordar un poco a su padre, se decidió por fin entrar al vagón y dirigirse a la mesa del comedor. Ahí se encontraban ya Uraraka, Aizawa, y una Midnight que se mostraba muy ocupada.

La comida de esa mañana también era un manjar: Una pila de panqueques se erguía al centro de la mesa, en los costados había mantequilla, jarabe de maple, lechera, moras, fresas. Básicamente todos los aditivos que se le podrían poner a los panqueques.

Ninguno de los dos chicos los había visto alguna vez en persona, siempre habían creído que era una leyenda urbana del Distrito o algo así, pero al verlos de esa manera, tan apetecibles y esponjosos, el peliverde no dudó ni un minuto más y se lanzó a aquella pila por unas cuantas de esas maravillas.

— ¿Cuál será su estrategia? — preguntó Aizawa, de golpe. — Ya deberían de haber pensado en una, ¿No?

Ochako casi se atraganta con el pedazo de panqueque que tenía en la boca. No había pensado en nada de eso. Toda la noche se la pasó en la habitación de Izuku con la cabeza en las nubes divagando en los pensamientos extraños de Midoriya.

— No lo sé. — contestó Uraraka, sin ningún miedo a las represalias que conllevaría. O tal vez simplemente no pensó en su respuesta. — En realidad no he pensado en eso.

— Me alegro. — contestó su mentor, sorprendiendo a todos los presentes en la mesa. — Porque yo me pasé casi toda la noche pensando en estrategias que podrían usar con sus singularidades, y la verdad no quería que mis aportaciones se fueran a la basura.

𝚑𝚞𝚗𝚐𝚎𝚛 𝚐𝚊𝚖𝚎𝚜 - 𝚋𝚗𝚑𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora