Un par de cafés fríos.

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Me ofreció ir a tomar un café hasta el siguiente embarque, para el cual aún quedaba aproximadamente una hora. Yo pedí un cappuccino, y ella un café sin leche.

–Intolerancia a la lactosa –explicó.

Nos sentamos en una mesa junto a la cafetería y nos miramos fijamente, a los ojos. Se hizo un silencio entre nosotros. Pero no era nada incómodo, era uno de esos silencios agradables en los que hay química con la otra persona y no hay necesidad de palabras.

Yo apenas me atrevía a respirar y romper la magia, cuando ella dio un sorbo a su café, y me dijo, con la voz más sensual que jamás había oído:

–¿Por qué no me besa? Sé que lleva horas deseándolo.

Intenté mantener la compostura, y que no me temblara la voz al responder.

–Porque sé que su corazón está ocupado, y que no soy su tipo. De lo contrario, dé por hecho que le habría besado ya un millón de veces.

–Está usted algo equivocado: a diferencia de muchos heteros y homosexuales, yo amo a la persona, y no a su sexo. Sin embargo, si escogí como compañera en la vida a una mujer es porque me dan menos dolores de cabeza, y nos entendemos bastante mejor. Pero los hombres –comentó, bajando la voz– me producen mucho placer. Y yo no sé decirle que no al placer –y se mordió un labio.

Darie se había inclinado sobre la mesa y su rostro estaba a muy pocos centímetros del mío. Con satisfacción, pudo comprobar como mi respiración se había agitado.

–Entonces, ¿no va a besarme? –susurró, sin alejarse lo más mínimo.

No necesité que me lo repitiera dos veces.

Mi cuerpo estalló en llamas ante el contacto de sus labios.

Con torpeza rodeó la mesa y se sentó a horcajadas en mi regazo, sin dejar de besarme.

Hubo quien dijo que fuésemos a un motel, y me apuesto una mano a que hubo madres tapándole los ojos a sus hijos ante tanta pasión. Pero a nosotros nos dio igual. Nos dio igual todo.

Iba a explotar, y le habría hecho muchas perversiones ahí mismo de no ser porque estábamos en un lugar público y porque justo en ese momento nos llamaron para embarcar.

La verdad es que me habría dado igual perder mil vuelos con tal de seguir besándola, pero ella se apartó de mi boca y se puso en pie rápidamente. Yo involuntariamente solté un quejido de protesta que le hizo reír.

–Venga, no querrá que le echen del trabajo por no asistir a esa reunión, ¿verdad?

Yo suspiré, y la seguí hasta la puerta de embarque.

Un último vuelo | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora