Capítulo I Encuentros

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Shirakawa, Japón (1453).

Otro amanecer, otro bello cielo manchado de rojo. Esta tierra ha sido maldita por el dios Kagauchi, el cual mató su padre al nacer, por ser fruto de una infidelidad. Esa sangre tocó a los ríos, impregnando las aguas claras de un color y olor intenso. Éstas llegaron mucho más lejos de lo imaginado. Muchos poblados empezaron a impactarse por la metamorfosis que habían sufrido algunos de sus ciudadanos.

En el pueblo donde nos encontramos, los habitantes entraron al río un día tranquilo y no pudieron darse cuenta de la desgracia que les conduciría.

Mei, una niña de 11 años, lo pudo comprobar. Tiene el pelo bastante corto, de color marrón caramelo, ojos dorados y piel blanca como las nubes del cielo. Vive en una casita con sus padres, los cuales trabajan la tierra y cuidan de los animales. Hoy Mei tenía que hacer la colada, lavó la ropa en el río, y aprovechando la hermosa vista del amanecer, se dio un baño. Muchos manzanos rodeaban esa zona, ese estupendo olor a fruta fresca hacia el baño más dulce y agradable. Hierba fresca, mojada por la humedad de la noche anterior… Era todo perfecto, tal vez demasiado. Minutos después de decidir salir del río, una fuerte brisa sacudió los frutales y las aves empezaron a revolotear hacia el sud-oeste de su pueblo. Miró hacia el cielo, y se sorprendió al ver las grandiosas nubes de color púrpura que se acercaban.

-“¿Acaso es que los dioses se enfadaron?”- pensó Mei.

La brisa se transformó en un gran vendaval que hizo caer las hojas de los árboles y varias manzanas. Estos empezaron a tornarse de un color rojizo, cosa que no era muy normal. Seguramente por absorber el agua encantada del río.

Los ropajes que había lavado anteriormente Mei, fueron arrastradas por el viento. Ella, desesperada, decide ir tras ellas después de ponerse su vestido blanco. Éstas caen en un pequeño descampado verde que, gracias al reflejo colorido de las nubes, se tornó purpúreo. Consigue atraparlas al vuelo y por fin se da cuenta de su entorno. Lo único que se escuchaba era el sonido triste de la lluvia y en el cielo se dibujaban los brillantes destellos de luz eléctrica que ofrecían los relámpagos junto a sus estruendos. La precipitación era bastante intensa, Mei miraba hacia el cielo con una mirada triste, como si pudiese escuchar un leve mensaje que le enviaba el aguacero, las gotas caían en sus grandes ojos dorados.

Al cabo de un rato, se dio cuenta de que se había quedado ensimismada ante la belleza del cielo nublado, y que estaba totalmente empapada, igual que la colada. Decide volver a su pueblo, corriendo y con cuidado de no caer por el suelo tan resbaladizo.

Ella se encontraba atravesando el bosque, hasta que de repente escuchó un estruendo. Provenía del río y parecía ser que lo había provocado una mujer.

Mei, al escucharlo, paró en seco, giró y se fue a ver que le pasaba cubriéndose con la ropa mojada.

- “No puedo abandonarla, y menos con este temporal”- pensó mientras cruzaba con cuidado un paseo lleno de hiedra.

El escandaloso grito de la señora se seguía escuchando constantemente, hasta que pudo llegar hasta ella.

Después de atravesar unas cuantas ramas de los árboles, por fin pudo contemplar con claridad aquel monstruo entre las tinieblas.

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