005. Peligro permanente

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Lybea pasó el resto del día en blanco, no podía pensar en otra cosa que no fuese Urale

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Lybea pasó el resto del día en blanco, no podía pensar en otra cosa que no fuese Urale. Apenas lograba alejar su mente de eso, volvía a encontrar la manera de regresar a su tormento. Según Amelia, Dago pasó el resto del día de malas y no quería decirle el por qué. Ella tampoco le explicó nada, siendo consciente de la relación de ambas, y a pesar de que podía llamarla su mejor amiga, no lo consideraba prudente.

Dago le dio el mismo discurso que solía darle en La Academia. "No creo que sea una buena idea que te apegues tanto a ese sujeto, no es suficiente para ti". Su hermano había malinterpretado toda la situación y armaba historias en su cabeza que solo para él eran reales. Le hubiese gustado decirle que no era lo que pensaba, pero eso le revelaría la existencia de Urale.

Al día siguiente, Lybea no se sintió con ánimos para ir al trabajo. No podría concentrarse de todos modos e inevitablemente hubiese terminado en dónde estaba, frente a la puerta de entrada del departamento de Hero, o eso pensaba, en realidad no tenía ni idea de quién era la dirección que le entregó el día anterior. Tocó un par de veces y esperó.

Sus pies retrocedieron un par de pasos para poder tener una mejor visión de la fachada del departamento, nada más para saciar su curiosidad. Efectivamente parecía un departamento de soltero, sin mayor decoración en los exteriores. La puerta se abrió de golpe y quedó al descubierto. Hero se asomó para saber qué miraba con tanta atención, pero al percatarse de que solo fisgoneaba, sonrió de lado.

—Sí viniste —dijo con alivio, llegó a pensar que lo dejaría plantado para complacer a Dago y ahorrarse problemas. Se arrimó a un lado del marco de la puerta—. Entra, todavía empaco.

—Gracias —sonrió y entró con la atenta mirada del vigía sobre sí. Los dos se quedaron de pie, tampoco encontraba lugar para sentarse, todo estaba desordenado y lleno de cajas—. Te seré sincera, no me he decidido aún.

—Lo entiendo, Lybea —asintió el gigante con una mano en la cabeza con la que frotaba su cabello— pero después de lo que me contaste, no creo que sea seguro que te quedes aquí, no podría irme tranquilo.

A la muchacha comenzaba a molestarle que la llamase por su nombre todo el tiempo, estaba a punto de gritarle que le dijese Bea como el resto del mundo, pero ella misma le prohibió usarlo el día anterior y prefirió sobre todo mantener en algo su fachada de rechazo hacia él, aunque sea por un rato más antes de que terminara de derrumbarse por sí sola.

La verdad era que el guardar rencores no era su fuerte, haberlo hecho durante diez años era todo un récord, aunque en realidad no podía considerarse como tal ya que sus pensamientos no podían yacer más lejos de ese tema la mayoría de los años, se encontró muy ocupada en su carrera como para pensar en su traición amorosa de la adolescencia.

—Es que... —bufó Lybea y se fue a sentar sobre la isla de la cocina comedor, ni siquiera tenía sillas—. Dago. No puedo dejarlo solo y tampoco puedo desaparecer de pronto, eso lo sabes. Puede que a ti no te agrade, pero a pesar de todo es mi hermano y a mí sí me importa —afirmó mientras que cruzaba las piernas para estar más cómoda—. Me encantaría mudarme a Urale, lo sabes, pero tengo cosas, familia aquí que no puedo dejar.

El rescate de Aroon | #PGP2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora