Parte 3

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Después de la mejor sesión de sexo en el mundo, nos vestimos y regresamos al mirador. Billie estaba muy callada y a momentos me daba miedo que me fuera a asesinar ahí mismo. Quizá no para tanto, pero parecía que estaba fuera de este mundo. Mis piernas temblaban sólo de recordar lo que acababa de pasar, la mujer estaba hecha de fuego, no había otra explicación.

El que estuviera tan distante después de lo que pasó, fue mi oportunidad para contemplarla como pocas veces lo podía hacer. La veía y sólo me faltaba que la baba se me escurriera, era muy guapa. Su pequeña nariz perfilada, su boca pequeña y sus pestañas largas y quebradas eran una combinación letal. Sin dejar de lado su vibrante color de ojos.

―¿Te vas a quedar todo el día viéndome?

―Depende, ¿te vas a quedar todo el día absorta en los árboles? ¿Es por lo de hace un momento?

―Cogimos, Victoria, no hay mucho que pensar ―rodé los ojos.

―¿Entonces?

―Mira, si esto va a seguir pasando no tenemos que contestar ni hacer preguntas la una a la otra.

―¿Qué mosca te picó hoy? ―veía su rabieta venir― Mejor ni me digas, no me importa. Llévame a casa ―caminé al auto y antes de abrir la puerta del copiloto me abrazó fuerte por detrás.

―Podemos aprovechar el tiempo un poco más ―comenzó a besar mi cuello a la par que su mano se metía dentro de mi ropa interior.

―Eres tan extraña ―suspiré. Sus dedos me estaban haciendo temblar de nuevo.

―Me gusta mucho escucharte ―dejó un leve mordisco sobre mi cuello antes de darme la vuelta sin dejar de masturbarme―. ¿Quieres más?

―Sí ―llevé una de mis manos a su cuello, se tensó y con su mano libre la quitó de ahí.

―Nunca vuelvas a tomarme del cuello.

―¿Por qué? ―sus dedos dejaron de moverse.

―Una expareja lo hacía y me hizo odiarlo ―amagué con decir algo―. Es lo único que sabrás de ese tema. Ahora si no te importa tengo placer que proporcionar.

Dos orgasmos después nos encontrábamos en un sepulcral silencio conduciendo de camino a la ciudad. La noche había caído sobre nosotras y el humor de Billie empeoraba cada vez más. No me maltrataba, no me decía cosas hirientes, pero no hablaba en absoluto y eso me aterraba horriblemente. Sentía que tramaba algo, o que algo le pasaba; lo que fuese no había oportunidad de saberlo porque no tenía una maldita bola de cristal conmigo.

―No veo un escenario donde dejes que te hagan algo que no te gusta ―solté. Todavía rondaba por mi cabeza el hecho de que no le gustaba ser tocada en el cuello. Su cuerpo se tensó.

―Cuando estás enamorado o crees que estás enamorado permites muchas cosas. Así que no te enamores ―debería usar esa frase de mantra.

―¿Con ella aprendiste... ya sabes.

-Él. Sí, cogíamos demasiadas veces.

―¿Puedes, a menos, no decirlo tan así? ―le hice una mueca lo que la hizo rodar los ojos.

-Era una maestro en el arte del sexo. Lo practicábamos mucho ―reí―. ¿Qué?

―Dijiste hace rato que no hablarías más del tema y aquí estamos.

―Sólo te ayudo a no pasar por lo mismo.

―¿Eso te hace la mala del cuento?

―Me hace buena para tener sexo y mala para las relaciones interpersonales. Era joven y estúpida.

Mi profe de piano // •B.E•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora