Parte 5

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Billie se abrazó fervientemente a mí una vez que el quinto orgasmo de la noche se apoderó de mí. Ella no se quedó atrás y se corrió cuatro veces. La mujer era insaciable y cada vez era distinta. Sentía que nunca hacíamos lo mismo. Con dolor acepté que aunque yo la quisiera mucho ella no se quedaría por mí. Hizo la promesa de irse y no la voy a detener. Es más creo que me hacía un favor al alejarse de mí.

La sentí aferrada a mí durante toda la noche, como si no quisiera soltarme. Me dejé llevar, dejé que mi corazón se ilusionara una última vez e hice lo mismo, abrazarla tan fuerte como me fue humanamente posible. Buscando que el suave roce de su piel y su magnífico aroma se quedara por siempre impregnado a mí.

Billie dormía cuando desperté, me viré para encontrarme con su perfecto rostro a centímetros de los míos. Era tan joven, pero su semblante duro la hace ver más grande; si tan sólo sonriera más... no, atraería a muchas más gente como al idiota. Sonreí con tristeza, no hay necesidad de sentir celos, porque no somos nada. Levanté mi mano y comencé a trazar cada parte de su cara: sus cejas cuidadas, sus pómulos levemente resaltados, su nariz perfilada, sus dulces y delicados labios. Me dolía lo hermosa que era. Tanto como me dolía el saber que nunca sería mía.

―No dejes de hacer eso ―pegué un brinco al escuchar su voz―. Se siente bien.

―¿Te desperté? ―negó sin abrir los ojos.

―Estaba despierta desde antes que empezaras.

―¿Y qué hacías?

―Lo mismo que tú, pero con tu trasero ―me eché a reír―. Tienes un sueño demasiado profundo ―seguí trazando líneas por su piel.

―Eres tan... ―susurré― ningún adjetivo te hace justicia ―frunció el ceño―. No lo arruines, simplemente escucha y si no lo quieres creer es cosa tuya. Sólo no te metas con mi percepción de ti.

―Está bien ―creí que sería más difícil.

Nos mantuvimos así por mucho tiempo, simplemente escuchándonos respirar. Mis dedos sobre su piel y una de sus manos aferrada fervientemente a mi cintura, atrayéndome hacia ella. Su cabello rubio se veía precioso con la escaza luz que entraba por las ventanas y aunque moría por ver sus preciosas gemas azules, me gustaba la serenidad de su rostro al tener sus ojos cerrados. Pasé mi dedo por detrás de sus orejas y se removió un poco.

―¿Te lastimé?

―Cosquillas ―reí.

―Eres rara ―sonrió espléndidamente.

―Lo soy.

―Te ves tan bonita cuando sonríes.

―Frases de libro de autoayuda ―rodé los ojos. Fue el turno de abrir los de ella―. Gente que te dicta cómo, qué, cuándo y dónde para ser parte del estándar social.

―No era una análisis, señorita gruñona, simplemente me gusta cómo brillan tus ojos cuando sonríes porque no lo haces muy a menudo ―le hice una mueca que cumplió con su cometido, su sonrisa―. Ahí está.

Me asusté cuando se levantó abruptamente y se puso de pie, quizá había dicho algo mal. Lo siguiente no lo vi venir, se arrodilló en medio de mis piernas y las abrió tanto como pudo. Segundos después veía una melena rubia sobre mi sexo y sentía su lengua recorriendo lugares sensibles. Llevé mis manos a su cabellera y la acerqué más a mí. Levantó levemente la cara.
―Buenos días ―dijo juguetona.

―¡Ah! ―su lengua hacía maravillas.

―¿Esa es tu respuesta?

―Buenos... días...

Mi profe de piano // •B.E•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora