Parte 6

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La primera semana después de la despedida con Billie fue lo más terrible en mi corta vida. Apenas comía, no podía dormir, me la pasaba escuchando música deprimente, no había ido a jugar, ni a entrenamientos y en la escuela... al menos podía ir a llorar a otro lado. Y lo que más coraje me dio era que ella muy probablemente estuviera con el adonis revolcándose por ahí mientras yo lloraba amargamente.

No respondí el mensaje que me envió el último día que nos vimos y si lo hubiera hecho mi respuesta hubiera sido un "te quiero, pero no me jodas" o algo así. La mujer mandaba señales tan confusas y entre que quería o no me llevó entre las patas.

Todavía no entendía muchas cosas, pero sí sabía que esto sería como un proceso de duelo en el cual me acostumbraría a estar sin ella. Tendría que acostumbrarme a no recibir llamadas para despertarme o mensajes subidos de tono a media clase. Volvía a mi aburrida vida antes de conocerla.

Papá, en el intento de hacerme sentir mejor, me compró un pequeño teclado para que pudiera seguir practicando en casa. Está de más decir que lloré toda la tarde. Ni siquiera hice el intento de tocar el instrumento; era demasiado. Me atreví a relacionar mi pasión por la música con lo abrasante que era Bill y ese sería un vínculo que jamás se rompería. Ese día simplemente estuve como zombi viendo el teclado hasta que decidí ir por una ducha.

Básicamente fue lo mismo la semana dos y esta tercera semana no había mejorado mucho. Al menos ya podía ponerme frente al piano siendo capaz de tocar alguna que otra nota. Nada importante. Para mi mala suerte, casi todo a mi alrededor me recordaba a ella y eso apestaba. ¿Pensará en mí? ¿Estaría, al menos, un poco triste? ¿Cuántas veces habrá follado con el adonis? Sacudí mi cabeza para que ese último pensamiento se fuera de mí.

―Vic —sentí que me tomaron del brazo y regresé a la realidad.

―¿Qué?

―Te hablan ―apuntó a la puerta dónde vi la figura de la trabajadora social de la escuela. Lo que me faltaba. Avancé hasta ella quién me veía con cierta preocupación.

―Señorita, vamos a mi cubículo ―demonios. Cuando te mandan al cubículo hay serios problemas.

Su espacio de trabajo estaba en la parte de atrás de la escuela junto a la biblioteca. Para llegar hasta allá debíamos atravesar la cancha de basquetbol, dos hileras de salones y la enorme dirección. Incluso en condiciones normales me daba una enorme flojera caminar hasta la biblioteca, que de menos ahora que apenas y podía sostener mi alma.

Caminamos en total silencio hasta llegar al lugar; hoy era un día particularmente frío y una ligera brisa se hizo sentir desde la mañana. Unas cuantas gotas de lluvia acompañaban nuestros pasos; me vi en la necesidad de quitarme los lentes de lectura para poder ver bien mi camino. María, la trabajadora social, amablemente me sostuvo la puerta cuando llegamos. Me senté y ella, ceremoniosamente, hizo lo mismo después de cerrar la puerta.

―¿Qué pasa? ―cuestioné.

―Podría preguntarle lo mismo, señorita ―la quedé viendo extrañada.

―No me he portado mal en clases.

―No es por tus maestros que estás aquí.

―¿Entonces?

―Tus amigas están muy preocupadas por tu reciente comportamiento y me pidieron que hablara contigo.

―¿Y cuál es mi comportamiento? ―pregunté ya a la defensiva.

―No prestas atención en clase, has bajado de peso y muchas veces te han visto llorando ―me veía con mucha atención―. ¿Qué pasa?

―Nada.

Mi profe de piano // •B.E•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora