Seguí caminando, tratando de ocultar mi temor. Cuando pasé junto al automóvil una voz me obligó a voltear.
—¿Piensas caminar hasta allá? —Erin sonrió desde dentro.
—¿Qué hace aquí? —subí nerviosa.
—Íbamos a ir por un café ¿No recuerdas? —se burla y yo rio.
—No es eso, es solo que... Yo nunca le di mi número... ni mi dirección.
—Bueno, tengo mis métodos —comunica— ¿Quieres poner música? —propone.
—Seguro —conecto mi teléfono y pongo una playlist— ¿A dónde vamos? —pregunto al voltear hacia la carretera.
—Espera, creo que te gustará —mantiene la vista fija hacia el frente—. Me gusta tu playlist...
—Tengo buen gusto musical —admito y ella ríe mientras voltea a verme rápidamente.
—Sí, lo tienes.
Pasada media hora, llegamos al lugar; un estilo vintage pero elegante.
Tomamos asiento y un mesero se acercó a tomarnos la orden.
—Un latte, por favor— ordena amablemente con la vista fija en la carta— ¿Y tú? —sube la vista hacia mí.
—Un moca blanco, por favor —cierro la carta y se la entrego al mesero.
—¿Algo más? —pasea la vista entre las dos.
—Un pastel de zanahoria —solicita.
—En un momento, con permiso —se retira.
—Debes probar el pastel de aquí, es delicioso —afirma.
—Lo veremos —recorro el lugar con la vista.
—¿Te gusta? —pregunta atenta a mis gestos.
—Me encanta —admito— muchas gracias.
—Nada de gracias, te lo debía —pone los codos sobre la mesa y apoya su rostro entre sus manos— además, me sirvió de excusa para invitarte un café y conocerte.
—¿Usted quiere conocerme a mí? —frunzo el ceño con aparente duda.
—¿Quién no quería conocerte? —responde como si fuera una obviedad— aparte, no me hables de usted, llámame Erin.
—Erin —corrijo.
—Esta mejor —la sonrisa se le desvanece ligeramente casi imperceptiblemente mientras pasa la vista hacía atrás de mi— Wilhemina... —saluda y volteo lentamente.
—Erin... —responde Venable mirándola desde arriba y después pasa a verme a mi—. Señorita Johnson.
—Miss Venable... —¿eso fue un saludo?
—Las dejo en su... —mueve su mano señalando la situación— lo que sea que sea esto. Con permiso —se aleja y Briggs la sigue con la mirada.
—Lamento eso... —suspira y regresa la vista hacia mí.
—No es nada... —se hace un silencio incomodo.
—Aquí esta su orden —llega el mesero y comienza a acomodar nuestro pedido.
—Muy amable, gracias —él me mira y asiente.
—Provecho —se aleja y tomo un sorbo de mi bebida.
—Esta delicioso —saborea el café con los ojos cerrados.
—No te equivocabas, es riquísimo —confieso.
—Tengo buenos gustos —encoje los hombros— anda, prueba el pastel de Zanahoria —parte un trozo y me da la cuchara.
—Es delicioso —me tapo la boca con la mano mientras lo saboreo.
—Te dije —ríe.
—¿Le puedo preguntar algo? —ella me mira con reclamo— ¿Te puedo preguntar algo? —corrijo.
—Por supuesto —apoya su cara sobre su mano derecha y me mira esperando mi duda.
—¿Por qué te gusta el arte? No me malinterpretes, a mí también me gusta, pero ¿por qué enseñarlo?
—¿Por qué no? —sonríe y exhala el aire retenido— Me gusta tanto que quiero hacer que la gente le agarre el gusto también. Supongo que quiero que todos aprecien el arte como lo hago yo —confiesa.
—Bueno, tienes la facilidad de transmitirlo, eso es un hecho —bebo de mi café—. Oye ¿te molesta si te dejo unos minutos? Voy al baño.
—Para nada, aquí te espero —corta un trozo de pastel mientras me dice.
Me levanto de la mesa, tomo mi bolso y comienzo a caminar hacia el baño. Cuando salgo, lavo mis manos y me agacho mientras cierro los ojos para mojar un poco mi rostro.
—Vaya... al menos ya no traes prendas de tus profesoras ¿Es una costumbre de Inglaterra? —dice aquella voz que conozco tan bien.
Wilhemina Venable.
Suspiro y abro los ojos; ella esta recargada en la pared detrás de mí, viéndome de pies a cabeza. Me incorporo hasta estar derecha y la veo a través del espejo.
—No sé qué insinúa —cuando sus ojos llegan a mi rostro, nos mantenemos la mirada y aparentemente, ninguna tiene la menor intención de bajarla.
—No insinúo nada, la situación habla por sí sola —agarra firmemente su bastón y yo volteo a verla de frente.
Okey, tenerla frente a frente era intimidante.
—No puedo hablar contigo si tienes corrido el labial —dice con suma seriedad y se acerca a mi lentamente.
Sus tacones junto con el sonido de su bastón hacen eco en el baño mientras camina hacia mí. Por inercia me hice hacia atrás, hasta que topé con el lavamanos. Cuando son centímetros los que nos separan, levanta su mano para tomar mi barbilla firmemente, el simple contacto hace que se me erice la piel.
Ella deja de verme a los ojos y baja mi vista hacia mi boca que esta entreabierta; tratando de regular mi respiración. Con su pulgar, comienza a tallar un extremo de mi boca en un intento por remover la macha de pintalabios.
Su cercanía me intimida, pero al mismo tiempo me gusta.
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Casi lo teníamos todo.
RomanceY es que cada que vez que me miraba sentía que podía morir en ese instante para vivir eternamente en el. Último año y fue ahí donde sin buscarlo, conocí a los dos grandes amores de mi vida. Lo que jamás esperé fue verme obligada a eligir uno de los...