Recién llegué y ya han pasado tantas cosas que me hacen replantarme mi pequeño rechazo hacía la ciudad, creo que me imaginaba algo distinto, pero la verdad es que no me termina de desagradar. La gente es amable, bueno... la mayoría lo es.
Comienzo a adaptarme al ritmo de vida aquí, y no me disgusta.
Es rápido, me agrada.
Comienzo a arreglar mis cosas para la escuela. Libros, cuadernos y demás.
Tomé las llaves de mi auto y arrojé mi mochila a la parte trasera del carro. Mientras manejaba por las calles que ya se iban haciendo familiares el amanecer se iba haciendo presente y de fondo sonaba alguna canción de los cientos que estaban en mi playlist.
Era genial tener mi carro conmigo, me daba cierta independencia y ciertos momentos para mí. Que últimamente disfrutaba mucho.
Giré el volante a derecha para llegar a la escuela. Cuando llegué, me desvié al estacionamiento y me dediqué a manejar buscando algún lugar libre. Pero delante de mí iba un carro —color plata, pero eso era irrelevante—, lo cual dificultaba mi tarea de encontrar algún lugar para estacionarme, pues de haber uno la persona frente a mí lo tomaría.
Seguí manejando detrás del carro y de pronto, a lo lejos, vi un lugar disponible.
La persona frente a mi pareció también verlo, así que se detuvo. Pero después de algunos segundos siguió de largo.
No pudo importarme menos, solamente estaba feliz de poder estacionar mi carro y así no llegar tarde a clase.
Avancé mientras veía al otro carro alejarse. A decir verdad, si tenía un poco de curiosidad. Pero simplemente me estacioné y le resté importancia.
Bajé el espejo que estaba encima del volante para acomodarme un poco el cabello y checar que todo estuviera en orden. Cuando terminé, abrí la puerta y tomé mi mochila.
Y al salir, no pude evitar observar el elegante carro negro que estaba estacionado a lado mío.
Tenía algo que me llamaba bastante la atención, pero no lograba identificar que era. Así que despejé mis pensamientos acerca del bonito carro y di la media vuelta para entrar a la escuela.
Los pasillos estaban repletos de gente, como era costumbre. Así que sabía que iba con buen tiempo.
Caminé tranquilamente hasta mi salón y tomé asiento al medio. No había mucha gente aún, un par de alumnos al fondo conversando y una chica terminando la tarea a los asientos del mío. Tampoco estaba Charlotte ni nadie que conociera, así que saqué mi teléfono en lo que llegaba literalmente cualquier persona con la que pudiera platicar.
Y por milagro divino, la puerta fue abierta y entró un chico castaño, de uno setenta y cinco tal vez.
Escaneó el salón con la mirada y cuando me vio, sonrió.
Me retractaba de lo que había pensado. No quería platicar con literalmente cualquier persona que se me atravesara.
Así que, lo mejor que pude pensar fue simular que me estaba entrando una llamada telefónica y salir del salón mientras el chico me seguía con la mirada.
Cerré la puerta detrás de mí.
Tenía biología, no es que fuera específicamente mala en la materia, así que esa no era mi excusa para salirme tan repentinamente. A decir verdad, ni siquiera sabía a ciencia cierta 'porque me salí.
A veces mi mente decidía que se sentía extraña y se cerraba. Así que me causaba cierto pánico y necesitaba un respiro.
No estaba en entera disposición de tomar la clase, pero lo cierto es que no era buena idea comenzar a saltarme las clases cuando no llevaba ni una semana en la ciudad. Además, mis cosas seguían adentro.
Pensamientos impulsivos.
Nunca son una buena idea.
Después de algunos minutos tomé un respiro y volví a entrar al salón.
La clase aún no había comenzado; el maestro no había llegado, pero ya había más estudiantes que hace un rato. Por suerte todos estaban demasiado ocupados en sus platicas que nadie escuchó cuando entré de nuevo al salón.
Me senté donde había dejado mi mochila y saqué mi libreta para hacer unas anotaciones.
—Hola... —alcé la vista. Era el chico de hace un rato.
—Hola... —respondí, no quería ser descortés.
—Soy Ian McKane —se presentó y extendió la mano, pero no pude evitar reírme.
Creo que nadie se había reído antes a la hora de que dijera su nombre.
No sabía si estaba molesto o confundido. Creo que ambas.
—Perdón, me recuerda a McDonalds —admití apenada—. Soy Francia —me presenté y tomé la mano que me ofrecía.
—Mucho gusto, Francia —sonrió y me tranquilicé. No estaba molesto.
La clase comenzó y con ello las presentaciones, además de que el docente nos informó del modo de evaluación y el temario que íbamos a ver a lo largo del semestre.
Y algo que me gustaba es que la primera semana de clases normalmente era algo tranquila. No había demasiado estrés y eso me bastaba.
Y después de dos horas de biología, sonó el timbre; la clase había acabado. Salí del salón lo más rápido que pude y comencé a caminar. Había algunos estudiantes en los pasillos, así que no le tomé mucha importancia cuando comencé a sentir que me seguían.
Saqué mi teléfono para ver mi horario, era demasiado pronto como para aprendérmelo.
Seguí caminando mientras me concentraba en buscar el documento, pero por tenerla vista inmersa en mi celular me descuidé y choqué con alguien. Perdí el equilibro tras el impacto y estuve a punto de caer.
Hasta que me sostuvieron de la cintura con fuerza.
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Casi lo teníamos todo.
RomanceY es que cada que vez que me miraba sentía que podía morir en ese instante para vivir eternamente en el. Último año y fue ahí donde sin buscarlo, conocí a los dos grandes amores de mi vida. Lo que jamás esperé fue verme obligada a eligir uno de los...