CAPÍTULO 2

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"Los placeres violentos terminan en la violencia, y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo que se consumen el fuego y la pólvora en un beso voraz".

Romeo y Julieta, acto II, escena VI


Ese mismo día por la noche, Christian pasó a recoger a Lizzy cuando casi iban a ser las nueve. Quiso llegar temprano por si ella se arrepentía de ir o le ocurría otro de sus episodios de llanto. Tenía que asegurarse de sacarla del encierro de las cuatro paredes de su habitación de cualquier manera posible.

Para su sorpresa, su amiga estuvo lista media hora antes de lo acordado. No fue difícil convencer a los padres de dejarla salir con él, pues tenía su confianza bien ganada después de tantos años de amistad. Claro que no fue del todo gratis, porque como condición para poder salir, tuvieron que llevar como "escolta" a la hermana mayor de Lizzy.

Eran pasadas las once, cuando Christian se bajó del taxi custodiado por una mujer en cada brazo. A su derecha caminaba Eliette Vera Souza, su mejor amiga desde que eran niños.

Lizzy, como todo el mundo la llamaba, era una morena de hermosos ojos avellanados que se perdían bajo los lentes de unas gafas recetadas que, debido a un problema hereditario en su visión, eran de uso permanente. Vestía sobria y delicada, con un enterizo oscuro de tirantes y estampado floral. Tenía sus rizos sueltos y cuidadosamente moldeados que le llegaban a la mitad de la espalda.

Podría decirse que su belleza física no era exuberante, más bien, era esa belleza que tienen las mujeres bonitas, y no las mujeres guapas.

Asida del otro brazo, caminaba Zoé Vera Souza, la hermana mayor de Lizzy. Ella era también morena pero varios tonos más oscuros que Lizzy. Zoé cargaba con la fortuna de ser físicamente más atractiva que su hermana, de cabello majestuosamente largo, también rizado y castaño. Sus ojos no poseían el mismo encanto que los de su hermana, porque eran más acanelados y oscuros, pero era una mujer hermosa y jovial, llena de sorpresas.

Ambas eran el orgullo de sus padres, Gonzalo Vera Rivera y Noelia Souza Araiza. Lizzy de diecisiete años y Zoé con veinte, eran como el agua y el aceite. La menor, tímida, callada y amable. La mayor, extrovertida, ruidosa y de mal carácter.

Cuando Lizzy sintió el peso de las miradas que presenciaban su llegada, quiso retornar al taxi y devolverse. Sinceramente no se explicaba cómo se había dejado convencer de asistir a aquella fiesta.

—Christian, no quiero estar aquí. Mejor vámonos —rogó mirando el caos al que se aproximaban. Sentía que no podía pasearse por el medio de tanta gente sin sentirse desnuda y expuesta.

—Pero, Lizzy, si acabamos de llegar —reprochó él.

—Lo sé, pero no me siento bien. Por favor, llévame a casa.

—Prometí que cuidaría de ti y pienso cumplirlo. No importa si me tengo que convertir en tu sombra. Óyeme bien, no voy a dejarte sola. Enfrentaremos esto juntos. ¿Confías en mí?

—Sí, bichito. Relájate un poco que aquí hemos venido a disfrutaaaar —añadió Zoé con notoria efusividad.

Lizzy agachó la mirada en señal de derrota.

—Está bien —concedió—, pero entremos y sentémonos ya, que todos están observándonos.

—Pues como no van a quedarse viéndonos si estás preciosa —contestó Christian. Zoé afirmó con la cabeza.

—Si ustedes lo dicen...

Como si fueran siameses, Lizzy y Christian ingresaron al salón agarrados del brazo, mientras Zoé los escoltaba.

Pídeme que te olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora