La siguiente semana, tal y como lo sospechaba, Evan regresó a su vida y dejó atrás su supuesto interés en mí. O al menos eso quise pensar.
Yo, por mi parte, evitaba a toda consta coincidir con él en cualquier sitio diferente al salón de clases e intentaba mantener mi mirada fija en las instrucciones de los profesores. Siempre me sentaba en las primeras filas, porque quedaban más lejos de los asientos cercanos a él y su círculo de amigos.
Pero lo cierto era que, aunque en ningún momento se dirigía a mí, sin importar a donde fuera, o que tan lejos de él me sentara, su mirada siempre me seguía, y eso me ponía inexplicablemente nerviosa. No entendía qué me pasaba con ese hombre, pero su sola mirada me acaloraba y me hacía hervir la sangre.
Los días fueron pasando y, finalmente, la mañana del viernes, en la última clase crucé un par de sonrisitas con él y me permití observarlo por unos cuantos segundos. ¿Cómo podía ser tan descaradamente guapo?
Cuando me hice consiente que nuevamente mi contemplación había caído en el exceso, retiré mi mirada con la esperanza de pasar desapercibida. Pero instantes después, lo vi levantarse de su asiento y sentí que quería convertirme en polvo y evaporarme junto con el viento.
Un monumento de la sensualidad comenzaba a caminar decididamente hacia mí y supe que no tendría escapatoria.
Cuando estuvo a una corta distancia, sentí cómo su mirada me recorría y preguntó:
—¿Podemos hacer equipo?
Como si me fuera a caer, me apoyé en misilla, tomé aire y pensé lo que era correcto pensar. Que era una excelente opción como compañero.
—Claro, sería bueno —contesté y sin más, él acercó una silla y se sentó a mi lado.
En silencio rogué a los dioses de las muchachas adolescentes para que mi temperatura corporal se mantuviera a raya por al menos aquella vez, pero no habían pasado ni cinco minutos cuando ya había comenzado a sudar peor que un cerdo.
Pero lo más vergonzoso era que pronto comenzaría el sarpullido y después la comezón. Me sentía tan patética que, si las ventanas no hubiesen estado aseguradas por rejas, seguramente me habría lanzado por una de ellas en ese mismo instante.
Afortunadamente, con las prisas por terminar la actividad propuesta por el profesor lo antes posible, durante toda la clase ambos nos limitamos a hablar solamente de temas académicos. Después, tras entregar el trabajo y despedirnos amablemente, cada uno tomó su rumbo.
(...)
Al otro día me desperté muy temprano a pesar de que era sábado, pero no por voluntad propia, sino porque otra vez regresaba "la temporada de la fresa", mi cada vez más insoportable, doloroso y cruel, ciclo menstrual.
Me despertó un fuertísimo cólico en el vientre que me quemaba las entrañas y ahí mismo supe lo que seguiría después. Tendría por lo menos unas cuatro o cinco horas de insoportable dolor y luego vomitaría todo el contenido de mi estómago y solo después, cuando todo por dentro de mí estuviera completamente vacío, llegaría el momento en el que los calambres se harían lo suficientemente soportables como para que me permitieran tomar algún analgésico de amplio espectro y así poder dormir.
Me esperaba una mañana sumamente difícil.
Efectivamente mi mañana fue del asco... Era tan injusto que solamente las mujeres tuviéramos que padecer este tipo de dolores. ¿Por qué razón a los hombres no les podía doler los huevos una vez al mes? No lo entendía.
La biología ensañada con nosotras, supuse.
No supe con exactitud el momento en el que comencé a sentirme mejor, pero sucedió pasado el mediodía. Lo supe porque comencé a sentir el sonido insistente del teléfono fijo de mi casa.
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Pídeme que te olvide
Ficção AdolescenteEn el teatro de la vida, donde las máscaras de la belleza superficial suelen robar el escenario principal, emerge una historia de amor que desafía las expectativas. Él, un ícono deportivo admirado por todos, se encuentra cautivado por una luz silenc...