CAPÍTULO 3

12 4 0
                                    

Noviembre de 2005, dos años antes.

Narra Lizzy.

No podía ser tan olvidadiza. ¿Dónde rayos tenía la cabeza?

Sinceramente, últimamente estaba sintiendo que algo en mí no andaba nada bien. Si no era porque estaba segura de que apenas tenía quince años, diría que poco a poco había comenzado a padecer de Alzheimer.

Esta mañana antes de salir de casa, me repetí a mí misma como cien millones de veces que no debía olvidar el carnet, pero aquí estoy, viéndome obligada a volver precipitadamente a mi casa, una hora antes de que cierren la biblioteca, para no perder la última oportunidad de obtener el préstamo del libro que necesito con urgencia hace días y que finalmente figura en existencia.

Eran la una y media de la tarde cuando salí del instituto, tenía que ponerme en modo turbo si quería lograr regresar a tiempo.

Comencé a caminar a paso vivo y en unos quince minutos estaba entrando a mi casa. Saludé a mi madre que estaba entretenida en los quehaceres e inmediatamente me dirigí a mi cuarto para buscar al culpable de tener todo mi cuerpo sudoroso y la respiración jadeante.

En cuanto estuve dentro, abrí mi closet, saqué un pañuelo húmedo y me sequé la cara. ¡Estaba empapada!

Rápidamente comencé con la búsqueda de mi carnet en el fondo del primer cajón de mi mesita de noche y no tardé en hallarlo, así que me dirigí hacia la salida sin tiempo que perder.

—¿No piensas cambiarte el uniforme ni tomar algo antes de volver a salir? —me cuestionó mi madre al ver que lucía exactamente igual a como entré.

—Voy con el tiempo justo antes de que cierren la biblioteca por las próximas tres horas. No te preocupes mami, que volveré para almorzar antes de irme para mi clase de baile.

Sin dar lugar a reproches o más interrogatorios, di media vuelta y mi madre no pudo decir ni mu.

Caminé rápidamente por el andén con la intención de doblar la esquina y llegar al paradero que había en la calle principal.

Cuando casi estuve por llegar al paradero, me revisé los bolsillos y encontré el monto justo para un solo trayecto en autobús. De nuevo, pensé en lo olvidadiza que era, pero ya no podía devolverme.

Se me ocurrió un pensamiento ¿Y si pedía un aventón? Total, se trataba de un corto trayecto.

¡Por favor! Claro que no. Si el autobús se detenía y el conductor llegara a negarse, me moriría de la vergüenza.

No había remedio. Tras pagar el pasaje de ida para lograr llegar a tiempo, tendría que devolverme a pie con un pesado libro en mi morral. «¡Genial!». Acababa de comprobar el viejo dicho que decía que del afán solo quedaba el cansancio.

Momentáneamente, comencé a escuchar una voz cercana que pronunciaba mi nombre. Miré a mí alrededor con cuidado, insegura de que en realidad si se tratase de mí.

¡Oh, Dios mío! Si era a mí a quien llamaban.

Como sacado de una película de Disney, vi acercarse al hombre de los ojos extraordinarios.

Una leve pesadez invadió mi ánimo e instintivamente fijé mi mirada en el suelo. ¿Por qué justamente hoy tenía que encontrarme con Evan Meier?, o, mejor dicho, ¿por qué de pronto me incomodaba tanto verlo?

—¡Eliette! ¡Espera! —insistió él, al notar como lo ignoraba y comenzaba a alejarme.

Detuve mi paso y volví a girarme para plantarle cara, él se apresuró para alcanzarme.

Pídeme que te olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora