Tras recuperarme del shock, salí del cuarto del conserje. Miré la hora en mi móvil; media hora y sonaría el timbre del recreo. Decidí acercarme a la cafetería, y descansar hasta la siguiente clase.
Pedí un pequeño bocadillo de tortilla y una lata de refresco. Pagué y salí al patio. Tenía un lugar preferido, un refugio, oculto, cerca de las vallas que delimitaban el instituto. Había un banco de piedra blanca junto a un árbol que daba sombra en verano. Además, en invierno, gracias a la sala de calderas de la parte trasera, se estaba calentito, mejor que en cualquier parte del patio.
Me comí el bocata dándole pequeños mordiscos para saciar el hambre sin comer demasiado. Daba algún sorbo a la lata de vez en cuando. Una vez terminé, dejé los restos al lado del banco para tirarlos luego. Me tumbé cerrando los ojos. Suspiré una vez y me relajé. No me dormí, aunque podía haberlo hecho.
Abrí los ojos a la par que sonaba el timbre. Miré por los arbustos que rodeaban mi sitio oculto y vi cómo el patio se empezaba a llenar de gente: desde alumnos de primer curso hasta grupos de profesores. Me acerqué de nuevo al banco, pero esta vez solo me senté.
Estaba tranquilo hasta que escuché cómo un grupo de personas se acercaba. ¿Cómo conocían este sitio? Rápidamente recogí mis cosas y me escondí detrás del banco. Cada vez se acercaban más. Pude notar que era un grupo de chicos por las voces que se escuchaban. Se estaban acercando todavía más. Empecé a temblar fuertemente. No tienen razón para estar aquí, sean quienes sean.
Pasaron el tubo metálico que había en el camino, pues oí cómo uno de ellos se tropezaba con él. Les quedarían unos diez metros para llegar. Y por dios, llegaron. Los torpes y brutos tontos del equipo de fútbol con su líder al frente. ¿Qué hacían allí? Procuré n hacer ruidos o movimientos que me delatasen. Me moví un poco para ver lo que hacían; estaban fumando. Puaj.
Vale, tranquilidad. Empecé a pensar maneras de escapar de esa situación sin ser visto. Podía intentar pasar por detrás de los arbustos. Era algo arriesgado, aunque no tenía otra opción mejor. Cogí la mochila, me la colgué al hombro y gateé hacia mi única salida.
Y como todo en mi vida, la cosa no fue bien. Un diente de león. Les tenía una terrible alergia. Empecé a respirar fuertemente; me tapé la nariz y la boca para evitar estornudar y que no se me oyeran, pero no sirvió de nada. Comencé a estornudar, imparable, fuerte, bastante agitado. Volví a taparme la boca y la nariz aunque, otra vez, no tenía suerte.
-Mira a quien tenemos aquí, el pequeño y memo Odd Rybner-
Leandro, el capitán, me agarró de la sudadera, ahogándome un poco. Me puso en el centro del corro que formaron. Miré a todos con miedo, suplicando que me dejaran en paz. No pasó mucho hasta que empezaron a reír maliciosamente, sonándose las tabas. No me di cuenta de cómo temblaba ya. El miedo recorría mis venas.
-De esta no te libras, enano-
Intenté escapar pero fue inútil. Los brutos me agarraron de brazos y piernas, quedando solo Leandro libre. Miró fijamente a mis ojos. Los suyos estaban dilatados, llenos de... ¿lujuria?
-Disfruta de esto, Odd- mencionó antes de propinarme un puñetazo en el estómago. Me retorcí de dolor, fue justo donde ya tenía el puño de la mañana.
-¿No te gusta? Quizás este te guste más-
Y ahí empezaron a llegar todos los puños y patadas a mi cuerpo. Aguantaba los quejidos como podía, pero no pasó mucho tiempo hasta que los gemidos salieron, agrietando mi garganta.
-Ah, esto sí, ¿no?-
-Para, po-por f-favor-
Miré directamente a los ojos de Leandro. Su mirada era divertida, lo que hizo que me rompiera más. Aparté la mirada probablemente no saldría de esa. Dejé de hacer fuerzas. Dejé que las lágrimas fluyeran; quería morir. El dolor me superaba. Volví a mirar a sus ojos, con un pequeño haz de esperanza.
Y lo que vi rompió definitivamente mi ser. Sus ojos denotaban algo diferente. Ya no había ni lujuria, ni odio ni diversión de otras veces. Sus ojos verde esmeralda me miraban con pena, arrepentimiento. Debía estar soñando.
-Soltadlo- dijo fuerte, para sorpresa de todos.- ¡Soltadlo he dicho!-
Me dejaron caer sobre la hierba que cubría el suelo. Leandro se agachó, bajó su cabeza y se hizo un ovillo. Los demás se marcharon sin hacer ningún tipo de comentario. Yo, al contrario, me quedé allí. Lentamente, me acerqué a Leandro, pero fui rechazado.
-Vete- susurró.
-Leandro yo...-
-¡Vete!- me cortó. Su voz estaba quebrada.
Me fui sin hacer ningún comentario. Justo en ese momento sonó el timbre de entrada. Corrí hasta mi siguiente clase. ¿Lengua o mates? Daba igual no recordarlo, sabía que no prestaría atención a nada.
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Recuerdos de un pijama roto
Roman pour Adolescents¿Cliché? Puede. ¿Amor? Puede que también. ¿Desgracia? Siempre. La historia de un pequeño muchacho que pasará por el infierno antes de llegar al cielo.