Capítulo 36: A grandes males, grandes remedios

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Lunes, 19 de septiembre de 1977

El silencio que reinaba en la habitación aquella mañana se vio perturbado por un ruido que no fue el del despertador. Amelia frunció el ceño molesta, aún más dormida que despierta, e intentó conciliar de nuevo el sueño suponiendo que habrían sido los de la habitación de al lado. Las paredes del hostal parecían de papel pero tampoco podían esperar mucho más para lo poco que pagaban. Se tapó mejor con la manta y le extrañó que Luisita no se quejara. Se giró lo justo para estirar el brazo y comprobó que no estaba. Su lado de la cama ya se había quedado frío así que debía llevar un rato fuera.

- ¿Cariño...? – murmuró al aire.

- Perdona, no quería despertarte así.

Y al escuchar su voz empezó a abrir los ojos poco a poco, agradeciendo que las cortinas siguieran echadas.

- ¿Qué haces despierta? ¿Y con...?

- Este es mi intento de traerte el desayuno a la cama – Amelia se fijó en los vasos que llevaba en la mano. – Café de la máquina de recepción y galletas de chocolate, que todavía nos queda medio paquete. – la morena sonrió al instante. – Sé que no es gran cosa, pero -

- Es perfecto.

Lo que desayunaran era lo de menos, el simple hecho de que se hubiera tomado esa molestia ya le parecía un detalle precioso.

- Habría salido a comprar algo mejor pero está cayendo un buen chaparrón.

- Anda, deja eso y vuelve a la cama. Por favor... - le suplicó poniéndole cara de pena. Luisita sonrió y dejó los cafés con cuidado encima de su mesilla de noche. - ¿Tanto frío hace?

- No, me lo he puesto por si me cruzaba con alguien. –contestó mientras se desabrochaba el abrigo, dejando ver que llevaba el pijama debajo. – Me daba pereza cambiarme y te habría despertado.

Acto seguido se metió entre las sábanas y Amelia la tapó con la manta, abrazándose a ella para que entrara en calor.

- ¿Has dormido bien? – preguntó Luisita.

- Muy bien – le dio un beso de buenos días.

- Me alegro – la miró sonriente. – Te hacía falta descansar después de la semana que has tenido.

- Te juro que intenté aguantar despierta hasta que salieras del baño – le apartó un mechón rebelde de la cara.

- Lo sé. Supongo que gastaste las energías que te quedaban en escribirme el autógrafo.

- ¿Qué autógrafo?

- Ah, que no lo sabes. – Amelia negó ligeramente. – A ver si vas a ser sonámbula y me entero yo ahora – la hizo reír – o eso, o tengo una admiradora secreta que casualmente se llama Amelia.

- Prefiero la primera opción, la verdad.

- Ya... pero, ¿y si resulta que es la segunda?

- En ese caso tendrías que elegir. O ella o yo.

- Mmmm... pues no sé... - Amelia la miró con una cara de sorpresa que le pareció graciosísima. – A ver... - conteniéndose la risa. – es que me puso unas cosas muy bonitas y yo no soy de piedra, entiéndeme.

- ¿De verdad te han gustado? – preguntó ya en serio.

- Muchísimo – restregó sus narices antes de darle otro beso. – Estás hecha toda una poeta.

- Bueno... solo escribí la verdad.

Se sonrieron y Luisita se refugió, o quizás se escondió más bien, en el hueco de su cuello. Y es que a pesar de su personalidad extrovertida y de que Amelia fuera la persona con quien más confianza tenía, a veces la miraba con tanto amor y le decía cosas tan bonitas que hasta le daba vergüenza y le entraba la timidez. Aquello era tan especial, tan de las dos, que la sobrepasaba por momentos.

ENTRE MADRID Y MANCHESTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora