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── quién era que había robado su corazón, sino su enemigo, su amante clandestino.
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀CHIRRIANTE, MELODIOSO Y CHISPEANTE, el acero chocaba entre sí sin descanso alguno, con descaro. Era agresivo, rápido y divertido, dejando entre ver su disfrute en cada acercamiento y movimiento bloqueado; mientras, ella era elegante y centrada, la lanza se deslizaba entre sus dedos, como si no pesara, y sus pies bailaban, avanzaban y retrocedían con distinción, como si flotease sobre la hierba que pisaba, silenciosa esquivaba.
⠀Tartaglia se divertía, reía y se preocupaba cuando fingía caerse en un falso mal paso. Lo tenía donde quería y eso le asustaba, pero le gustaba. Porque Nobile estaba muriendo, estaba enamorado de alguien a quien no podía tener bajo la luz del sol, conformándose con besar la dermis sensible de sus labios bajo la luna, dulce testigo de su pasión inconcebible, pero acendrada como la delicadeza del pétalo de una flor que crece eterna sobre la hierba. Rendido no podía hacer más que suspirar embelesado cual joven enamorado que era, perdido ante su silueta discernida bajo el brillo de la luna pálida, fría y dulce como el tacto de sus manos.
⠀Agotadas las armas cayeron al suelo que habían estado entregadas a manos de aquellos amantes clandestinos, que sin pudor se acercaron, tumbados sobre la hierba dispuestos a entregarse lo que quedaba de noche, dejando que sus pasiones desbordadas cruzasen lo que les quedaba de cordura que desaparecía ante cada roce de sus furtivas manos sobre la dermis, bajo la ropa; desaparecía en los besos que se perdían por su cuello, por su mandíbula, sus mejillas, su frente hasta llegar a sus labios de nuevo. A veces se preguntaba si aquello era verdad, si era sincero, pero la respuesta era sencilla y se encontraba en sus caricias, rasposas por empuñar el arma, pero cálidas para transmitir el deseo de su alma. Ya no se mostraba como Nobile o como Tartaglia, se mostraba como Ajax, se permitía amar y ser amado sabiendo que al día siguiente se volverían a ver.
⠀El amor decían que era ciego, no entendía de bandos; aunque, tal vez eran ellos los cegados por amor, incapaces de dañarse salvo para protegerse. Su amor no estaba perdido cuando realmente los perdidos eran ellos, alejándose del camino para encontrarse en besos y suspiros. Cegados por amor estaban ellos que no querían ver a su enemigo y querían a su amante clandestino, oculto bajo la luz del sol, pero eterno bajo el brillo de la luna.
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