Capítulo 29

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El día veintinueve desperté sobre una sábana repleta de sangre y fluidos. Un mal olor llegaba a mis fosas nasales y la sensación de que algo me faltaba me golpeó en cuanto abrí los ojos completamente.

Mi corazón lo supo antes que mi mente.

— Ava, amor, despierta... —La llamé con mi voz ronca y un enorme bostezo que escapó de mis labios.

Que idiota fui al pensar que, ante el espantoso panorama, ella pudiera estar respirando.

— ¿Amor? —Mi corazón golpeaba dolorosamente contra mi pecho, pues mi mente comenzaba a atar cabos.

Me estaba dando cuenta de la espantosa realidad.

— Ava, por favor, despierta —Yo estaba desesperada por escuchar su voz, pero mi esposa nunca respondió ante mis suplicas—. Amor, por favor... Abre los ojos.

Estaba reteniendo mis lágrimas, tal vez porque el llorar solo significaba aceptar que se había marchado.

Procurando no hacerle daño moví su cabeza, la cual aún continuaba sobre mi pecho, para poder sentarme en la cama y sujetar su rostro con mis manos.

Las heridas en su piel se veían espantosas, y la sangre seca en mis recuerdos me hace querer vomitar lo poco que tengo en el estómago.

La sentía fría bajo mis dedos, tan fría que podría haber pensado que se había convertido en algún tipo de reina de hielo.

Supe, sin necesidad de sentir su pulso, que se había marchado.

En esos momentos apoyé mi cabeza contra su pecho y lloré mientras solo escuchaba el vacío donde antes latía su corazón.

Lloré porque ella se había marchado y con esto un enorme trozo de mi corazón, tal vez el último que me quedaba, se había ido con ella.

Lloré porque dolía de tal forma que pensé que iba a morir.

Lloré porque la había perdido y no había tenido la oportunidad de despedirme.

No había podido cantarle para que pensara que estaba quedándose dormida como hicimos con Nora, pero marcharse no era su culpa, pues ella no había deseado quitarse la vida como Zari. Y, por supuesto, me dolía porque había sufrido hasta el final, pues su muerte no había sido rápida como la de Amaya.

Lloré porque cuando ella murió, yo lo hice también.

Creo que estuve lamentando su perdida durante una hora, y creo que lo hice incluso después de que los hombres de blanco se llevaron su cuerpo.

No hubo palabras finales, ni luchas contra retenciones. Yo en ese momento sentía todo y a la vez nada, así que no intenté impedir que se la llevaran a la fosa común. No pude moverme.

En realidad, solo me di cuenta de que su cuerpo ya no estaba cuando era ya demasiado tarde.

En silencio aun le pido perdón a Ava Sharpe por no haber sostenido su mano hasta el final.

Era tanto mi vacío emocional que cuando un hombre de blanco me arrastró a la sala de visitas no me quejé ni lo sentí. Lo único que sé es que cuando me di cuenta de todo yo estaba sentada en el suelo, no en mi cama.

Aún tenía sangre de Ava pegada al cuerpo y también un asqueroso olor, pero ya no me importaba.

— Sara Lance... —Escuché murmurar a alguien tras el vidrio. Un hombre, lo supe de inmediato.

No volteé a mirarlo, pues mi cuerpo no me obedecía.

Aun así, puedo decir que su voz en un principio me pareció fría, casi escalofriante. Era como si detrás de cada palabra guardara segundas intenciones.

— Conozco el dolor de una perdida, así que no te pediré que voltees a mirarme. Tampoco necesito que hables conmigo. Yo solo vine a proponerte algo.

Por más que escuchaba sus palabras mi cabeza no lograba entenderlas.

El dolor me había cegado.

El dolor me había matado.

— Tal vez te habrás dado cuenta de que mañana es tu último día aquí y no has tenido ningún síntoma. Eso me hace pensar que eres inmune —Dijo la voz—... Quiero creer que tú piensas lo mismo.

No contesté, pues no entendí la pregunta. Ahora, cuando mi cerebro parece responder mejor que en ese momento lleno de dolor, sé que le habría dicho que mis pensamientos eran parecidos.

— Sé que has perdido a tu mejor amiga, a tus amigas, a madre, a tu hermana, a tu novia... —Lo decía como si no le importara, como si el hecho de que personas importantes para mi murieran a causa de un virus que no parecía tener cura—. Sé que tu padre es inmune y que se encuentra aislado junto a los demás. También sé que te enviarán con él, pero no sobrevivirás mucho —Sus palabras no me causaron ningún tipo de reacción. Me sentía vacía—. Las reservas se acaban, así que los inmunes han comenzado a comer menos. Los he visto pelear por migajas, y estoy seguro de que pronto recurrirán al canibalismo. Créeme, Sara, no sobrevivirías ni un día en medio de otros inmunes salvajes llenos de rencor y dolor.

Estaba intentando debilitarme, solo ahora me doy cuenta. Tal vez si hubiera sabido que la muerte de Ava me había debilitado antes que él se habría ahorrado todo ese discurso.

— Sé que no vale la pena que siga hablando, pero necesito que sepas que puedo evitar que vivas esa tortura. Pero, para que yo lo evite, necesito un pequeño favor.

Tenía razón. No valía la pena que siguiera hablando. Yo no lo escuchaba de todas maneras.

— Los hombres de blanco te darán un diario. Allí escribirás todo lo que ha sucedido desde el día del contagio hasta ahora. Necesito que escribas tanto como puedas... Y cuando termines entonces te daré algo que realmente deseas.

Permanecí en silencio, pues en esos momentos ni yo sabía que era lo que deseaba.

— Estoy seguro de que no te importan mis motivos, pero te los diré de todos modos —Hablaba casi con felicidad, como si leer el diario de una chica que durante días perdió todo lo que tenía le diera placer—. Necesito leer tu diario para saber que se siente estar muriendo.

Tenía razón, no me importaban sus motivos.

Ahora que lo pienso, tal vez el hombre solo estaba loco.

— También he perdido a personas especiales, Karla. Una en particular —Me dijo—. Sé que es lo que más deseas en este momento, pues yo lo he deseado también. Y te lo daré.

En ese momento volteé a mirarlo, tal vez porque necesitaba conocer el rostro del hombre que tanto aseguraba conocerme.

Lo único que vi a través de mis ojos llenos de lágrimas que no había sentido caer fue una cabellera grisácea y una mirada que me aterraba.

— ¿Quieres saber que voy a darte a cambio de tu diario?

Me encogí en hombros, y fue esa la primera vez que realmente lo escuché.

Yo también quería saber cuál era mi deseo.

— Te mataré, Sari, y sé que eso es lo que más anhelas. Quieres morir.

En esos momentos supe que tenía razón.

Virus Letal | AvalanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora