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CAPÍTULO 3


Ocurre rápido, mi cuerpo y mente no se ponen de acuerdo para reaccionar a los sucesos. Ojos Dorados me arrastra hacia un Henri con apariencia derrotada, todavía en el banco con una expresión de disculpa hacia mí. Agarra a su hermano con la mano que tiene libre y tira de ambos hacia la salida. Se detiene junto a un elegante auto negro, abre una puerta y empuja a Henri dentro. Luego me enfrenta, el escrutinio me pone los vellos en punta y no estoy segura de que sea de una forma horrible.

Quiero decir, estoy nerviosa, sí, pero no quiero alejarme de su toque porque no me produce repulsión. ¿Por qué? No tengo idea. ¿Quiero averiguarlo? A juzgar por la ira en sus orbes, no.

—¿Qué debería hacer contigo? —Dudo que espere una respuesta y tampoco me creo capaz de elaborar una frase coherente—. ¿Una noche en la comisaría bajo estricta supervisión y posponer la llamada? —Sopesa la idea. Muevo de un lado a otro la cabeza, negando.

—No puedes —murmuro, alza una ceja como retándome a repetirlo—. No puedes llevarme a la cárcel —digo más claro y me zafo de su agarre, doy un paso a atrás y lo observo con cada onza de valentía que logro reunir—. Eres su hermano, no el mío, no puedes decirme qué hacer.

—¿Y crees que te dejaré ir, así sin más? Has causado demasiados problemas, pequeña, mereces un castigo. —Por un segundo, me pierdo en esas tres últimas palabras, parpadeo intentando descrifrar algún mensaje oculto. Su tono de voz bajó una octava al decir aquello, mi cuerpo reaccionó de manera muy extraña al oírlo.

—Yo no soy quien tú crees. Conocí a Henri la otra noche cuando lo sacaste del club, me estás confundiendo con otra persona.

—Claro que sí, niña. —Sarcasmo gotea—. Entra al auto.

—No.

—Entra al auto —repite sin aumentar el volúmen de su tono, sin embargo parece añadir una connotación que me invita a obedecer. Trago en seco y retrocedo, rehusándome a cumplir su mandato. ¿Quién demonios se cree que es?

Mi teléfono elige ese momento para sonar y lo saco de mi bolso, el identificador muestra "Mamá", si contesto ahora escuchará la música que viene desde la casa y estaré en serios problemas. Mi vista vuela desde el auto a Ojos Dorados, ahí quedaría lo bastante ahogado el ruido de fuera; eso espero.

Sin otro pensamiento, me dirijo a la misma puerta por la que ingresó Henri y me deslizo en el asiento. Dentro no se oye más que el tuene sonido del motor, está agradablemente frío. Henri se acomodó en la esquina opuesta a mí, me observa con curiosidad y a la vez preocupación porque claro, ¿qué diablos hago aquí?

Me pierdo la primera llamada y enseguida empieza otra, contesto justo cuando Ojos Dorados se sienta en el espacio para el conductor, encuentro su mirada a través del espejo retrovisor, trago en seco por la intensidad, «Dios mío, ¿qué me hace este hombre?».

—Hola, mamá.

—¿Dónde estás? —Prácticamente gruñe.

—En...

—Daihana estuvo aquí preguntando por ti —me interrumpe descubriendo la mentira, siento que la sangre se drena de mi rostro y aparto la vista, rehuyendo demostrar la vulnerabilidad que siento.

—Mam-má, yo... —comienzo, ¿qué excusa puedo darle? Da igual lo que diga, no hay forma de que me salve de esta situación.

—Hablaremos cuando vengas. —Corta la llamada y me desinflo.

—Rose, ¿está todo bien? —pregunta Henri, coloca una mano en mi muslo y el calor traspasa la tela de mi pantalón, me sobresalto y aparto su toque de un manotazo.

Quédate Conmigo Esta Noche [Disponible En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora