Compañero

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Chūya llegó a su apartamento, cansado. Agradecía resguardarse del frío tan inusual de aquella noche de octubre. Sin embargo, no pretendía quedarse en casa. Estaba agotado, sí, pero el día siguiente era su día libre. Quería salir a algún bar y despejarse un poco, pues el trabajo lo estaba drenando más de lo normal.

Quizás emborracharse en un lugar distinto le sacaría de su rutina. Aunque, si era sincero, su monótono día a día se había visto alterado esa misma mañana. Aquel reencuentro con un viejo amigo, ahora convertido en traidor y en enemigo directo de la organización para la que Chūya trabajaba. Había salido del sótano del edificio con un mal sabor de boca. No tenía muy claro el porqué. Conocía perfectamente los andares del pelinegro desde hacía un par de años. Había cambiado mucho y, al mismo tiempo, se comportaba igual que siempre.

Después de aquella época en la que fueron compañeros, Chūya ya se sabía de memoria el arsenal de comentarios hirientes que tenía aquel hombre al que llegó a llamar amigo, a falta de una palabra que definiera mejor su relación.

Suspiró, sacudiendo la cabeza para intentar sacar esos pensamientos de ahí. Necesitaba un buen trago para dejar de pensar en todo ello. Sin embargo, tenía que darse una ducha primero.

Fue directo al baño de su apartamento. Al encender la luz, arrugó la nariz. Siempre le había molestado que el espejo fuera tan grande. Le incomodaba especialmente los días en los que se encontraba peor consigo mismo. Días como este.

Las prendas de ropa fueron cayendo poco a poco en una cesta que recientemente había vaciado para poner la lavadora. Cuando la última cayó, levantó la cabeza y sus ojos quedaron fijos en su reflejo.

Él no había elegido nacer en aquel cuerpo. Lo que más llamaba la atención en todo ese desastre eran las dos cicatrices bajo su pecho. No diría que se operó «a escondidas», ya que tuvo que pedirle a Mori unas semanas libres para recuperarse, por lo que solo tuvo que esconder de qué era su operación exactamente. Nadie hizo demasiadas preguntas, cosa que agradeció. Sin embargo, fue muy complicado recuperarse solo. Las cicatrices no habían sanado tan bien como él quería, quizás por verse obligado a hacer movimientos para los que cualquier otra persona en su situación hubiera tenido ayuda. Alguien que lo supiera, al menos.

Solía decir que la mafia era su familia. Sí, lo era. Pero eso no significaba que pudiera contárselo todo. A veces, había que ocultar ciertas cosas a la familia.

Dejó de prestar atención a aquellas marcas para centrarse en su silueta. Odiaba que su cuerpo tuviera tantas curvas. Era un joven delgado, sí, pero quizás no lo suficiente. Tampoco le gustaban sus pecas, que parecían querer cubrir hasta el último centímetro de su piel. Se esforzaba en cubrir las de su rostro con maquillaje cada vez que salía de casa, aunque, al final del día, era en momentos como ese en los que se daba cuenta de lo excesivas que eran.

—Vamos, Chūya, anímate —se dijo a sí mismo tras volver a sacudir la cabeza, apartando de una vez la mirada del espejo.

Después de una ducha rápida, se vistió y se maquilló cuidadosamente. Para distraerse, había estado pensando a qué local ir y, una vez ya estaba listo para salir de su casa, lo tenía claro. Sin embargo, se detuvo durante unos segundos antes de cerrar la puerta, quitándose su típico sombrero que previamente se había puesto. La cadena plateada reflejaba la luz que venía de afuera.

El pelirrojo apretó los labios y dejó el sombrero en el apartamento, dirigiéndose a pie hacia el bar de copas en el que había pensado. No estaba muy lejos y, además, después no estaría en condiciones de regresar conduciendo.

Cuando entró al local, se percató de que el ambiente era algo más distinto al que estaba acostumbrado cuando salía a beber. Había gente, aunque no mucha, y la música estaba puesta a un volumen razonable. El aire no estaba cargado o, al menos, él no lo notó así. Sin embargo, no había nadie solo como él. Vio a un par de grupos de amigos que ocupaban varias mesas y una pareja que había elegido un lugar más resguardado para sentarse, lejos de la mayoría de las miradas. Decidió ir a la barra y pedir algo, lo que fuera, para que el alcohol le hiciera olvidar pronto que realmente no tenía amigos con los que salir de fiesta.

The Night We Really Met (Soukoku) - FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora