Tres.

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Capítulo tres.

A las cinco y media de la mañana, Susan irrumpió en la habitación de Olivia, como si no tuviera mejor momento para hacerlo, con un desayuno en una mano y un itinerario en la otra. Seis días habían transcurrido desde el ataque a la mansión y la joven, aún con el sabor amargo de la tragedia, no tenía noticias de Molineri ni de su padre. La esperanza, cual vela tenue en la oscuridad, comenzaba a menguar.

En cuanto a Jeff, su mejor amigo, no había tenido la oportunidad de contarle sobre su caótica situación. Lucas, con su aire de misterio y seriedad, le había aconsejado que lo mantuviera al margen hasta que todo estuviera bajo control, pues podría ponerlo en peligro o incluso estar involucrado.

Olivia, con su intuición femenina intacta y sus años de amistad con el chico pecoso de cabello rizado, descartó de inmediato la última opción, sin necesidad de escuchar más. La primera suposición de Lucas ya le había dado suficiente material para alimentar sus propias teorías.

A pesar de haber pasado estos últimos días confiando en desconocidos y anhelando ver un rostro familiar, Jeff era como un hermano para ella, y jamás permitiría que nadie más sufriera por su culpa.

Con la mente abarrotada de interrogantes sobre su padre y planes futuros con Molineri y Jeff, Olivia dejó el desayuno intacto en la mesa de noche, como si no tuviera apetito para nada, y se dirigió a la ducha. La ansiedad le revolvía el estómago y, para colmo de males, Lucas no había regresado a casa esas noches, pues se encontraba investigando.

Esperaba que a su regreso al menos hubiera un avance en las clases de defensa personal que Helen y Susan le habían estado impartiendo en el complejo durante su ausencia. Pero lo que más anhelaba era verlo, pues sabía que sin su ayuda, no llegaría a ninguna parte.

—¡Olivia, baja, por favor! — La voz de Helen la sacó de sus pensamientos mientras aún se encontraba bajo las frías gotas. — ¡Es Lu! Dice que tiene algo para ti.

¿Lu? ¿Lucas? No necesitó más que esas palabras para estar lista en menos de cinco minutos. Lucas no se había presentado, pero estaba en la otra línea y tenía algo para ella. Algo que si no mejoraba su ya de por sí caótico panorama, seguramente lo empeoraría.

—¿Qué... qué es lo que pasa, Lucas? — Su voz, quebrada por el cansancio acumulado y la tensión del momento, no auguraba nada bueno. No quería más malas noticias, solo respuestas claras y concisas.

—Olivia, hay algo que no te dije la noche que pasó todo. — Suspiró, como si le costara mucho trabajo confesarle la verdad. — En ese momento no le había encontrado sentido.

—¿Y ahora sí? — Dijo Oliv, mordiéndose el labio, soltando una risa cargada de ironía. Tenía tanta impotencia, ya estaba empezando a confiar en él ¿y ahora ocurría algo como esto? No estaba para bromas ni rodeos, necesitaba la verdad sin anestesia.

—Justo ahora sí. Si me dejas hablar, te diré todo lo que sé —.

—¡Pues, vamos, habla! ¿Ya nada puede ser peor, verdad? —.

—No estés tan segura de eso. — Pese a que las palabras del chico le hicieron hervir la sangre y su corazón dio un brinco, ninguna acción impulsiva salió de su boca o fue ejecutada por su cuerpo. Necesitaba escucharlo, aunque doliera y aunque arrancara toda posibilidad de volver a verlos.

—Elías sabía que esto pasaría. Tu padre lo sabía todo. — Tragó en seco, como si las palabras se le atragantaran. — Esa noche encontré una hoja arrugada en el cesto de tu habitación, con su caligrafía. Supe de inmediato que era suya y por eso te la oculté, quería entenderlo primero. Lo vi entrar con ella, cuando fue a hablar contigo.

Olivia Morgan: destino de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora