Juego de Parejas

Capítulo 2: Nada es lo que parece

Christopher
El viento frío choca duramente contra mí. Me escabullo entre los autos y acelero la velocidad. No debería ir tan rápido, lo sé, pero como siempre voy tarde a todo: siempre voy a madre. Esa no es ninguna novedad. Lo que sí es nuevo, es que casi salgo volando de la moto porque una chava distraída se cruzó la calle sin pensar y tuve que frenar ipso-facto.

—¡Ey! ¡Fíjate por dónde vas! —le grité frustrado.

Ella se volteó hacia mí, retirándose las gafas de sol y mirándome con molestia. La detallé rápidamente: ojos cafés, piel clara y una larga cabellera rojiza

—¡Quién debería de fijarse, y además, bajar la velocidad, eres tú! ¡Irresponsable! —Hizo cara de fastidio y siguió caminando.

—¡Seré irresponsable pero no tarado! ¡Deberías de fijarte antes de cruzar la calle, niña!

—¡¿A quién llamas "tarada", idiota?! ¡Mejor cállate, que no tienes una idea de con quién te metes!

Estaba a punto de contestarle pero opté por callarme. Es muy temprano como para andar discutiendo y más con tipitas como ella; luego, luego, se nota que es re-te mamona. Ella siguió caminando y pronto desapareció de mi vista.

Yo me estacioné y entré al lugar de la audición.

Me registré con la organizadora del casting  y empecé a abrirme camino entre los pasillos llenos de aspirantes para llegar a la oficina de Pedro, el productor.

—¡Buen día! —Toqué la puerta abierta y saludé animado a Pedro.

—¡Uckermann, buenos días! ¡Pásale y toma asiento! —respondió sonriendo.

No fue hasta que entré al lugar que me di cuenta que Pedro no estaba solo y la sorpresa me congeló el rostro al ver quién era su acompañante: nada más y nada menos que la pelirroja que por poco y atropello hace rato.

Genial.

—Buenos días —le dije cortésmente a la desconocida.

Ella me miró desconcertada. Al verla de cerca, pude notar lo bella que era: parecía una princesa o algo por el estilo. Seguramente era modelo. Sus cabellos rojizos resaltaban contra la palidez de su rostro y sus delicadas facciones. Eran sus ojos cafés; sin embargo, los que captaban mi atención, eran grandes y tenían un brillo cautivante.

—Tú... —murmuró pasmada.

—Así que no tiendes a saludar... así como tampoco tiendes a mirar a ambos lados antes de cruzar la calle —bromeé para romper el hielo y me arrepentí enseguida al contemplar el desagrado en su cara —. Veo que no te cayó bien el chiste.

—Brillante deducción, Sherlock —contestó sarcástica y rodó los ojos.

—Por lo menos un poquito de sentido del humor si tienes —solté desafiante.

Ella hizo una mueca, irritada y yo le dediqué una sonrisa retadora.

—Bueno, bueno —interfirió Pedro como mediador en campo de guerra—  no sabía que ustedes se conocían.

—En realidad, no tengo el placer de conocer a la graciosa señorita —añadí con ironía.

—Ni yo de conocer al agradable señor —escupió burlona.

—Pues creo que el momento ha llegado. Christopher, ella es Dulce María Puente... y Dulce, él es Christopher Uckermann-Herrera.

—Es todo un gusto —Le ofrecí muy amablemente mi mano a Dulce y ella, no muy amablemente, me la rechazó.