Juego de Parejas

Capítulo 3: Que el juego comience

Alfonso
Estoy exhausto y apenas llevo dos horas en el trabajo. Claro, sin contar todas las horas que gasté en la noche sin dormir por estar revisando las interminables propuestas de campaña. Desventaja de ser nuevo y para el colmo, el supervisor: tengo que ponerme al día con todo el trabajo porque no hay tiempo que perder para promocionar la campaña. Me tallo los ojos y me recuesto en el asiento, cerrando los ojos por un breve momento.

—¿Cómodo? —me remuevo en la silla, exaltado.

—¿Ah? —abro mis ojos para ver a la wera de ojos azules recargada en el marco de la puerta,  mirándome burlona.

—Digo, ¿quieres que te traiga una manta o algo para acompañar tu siestecita? —dice con sarcasmo, entrando a mi oficina y sentándose en el sofá frente a mí.

—Que graciosa, wera desabrida —me pongo a la defensiva y ella se ríe.

—¿Yo soy la desabrida? Mira tú el sentido del humor que tienes.

—¿Qué necesitas?

—Depende a que te refieras...

—¿Qué quieres?

—¿Dormiste bien? Porque traes unas ojeras que wow...

—¿Se te olvida que soy tu jefe o qué? ¿De cuando acá tanta confianza y ganas de hablar conmigo? Nos conocimos hace ¿qué? ¿Dos semanas? y desde entonces no has hecho más que torcerme los ojos.

—Uy uy, que actitud... —se levanta, rodea mi escritorio y se sienta en él, a menos de 30 cm de mí— primero que nada; me importa poco que te creas mi jefe, eres nuevo y supongo que no te has dado cuenta, pero aquí se hace lo que yo diga, al fin y al cabo, sin mi no hay campaña... segundo, yo te tengo la confianza que se me de la gana y cuando se me de la gana y tercero, no tengo ganas de hablar contigo, sólo que me alegra el día ver cómo te fastidio. Regularmente no doy explicaciones, pero como que hoy amanecí con unas ganas de ser feliz que ufff, te mueres, considérate muy afortunado.

—Y ¿se puede saber por qué amaneciste "feliz"? —suelto de mal genio.

—Varias cosas, pero una de ellas es que sabía que se te arruinaría la noche con todas esas largas y tontas propuestas de campaña.

—¿Cómo si quiera sabes...

—Ya te dije que soy quien manda aquí, vete acostumbrando...

Yo ruedo los ojos, ella saca de su bolso un broche y se sujeta media mitad de su largo cabello en una coleta. Apenas estoy lo suficientemente despierto para detallar lo guapa que se ve: ese cabello rubio castaño, un conjunto de una falda negra y una chaqueta de cuero, unas botas largas de tacón y un labial rojo que destaca sus ojos. Por algo es la imagen de la campaña, es tremenda belleza.

—¿Ya te cansaste de mirarme o quieres que me pare y me de una vuelta? —bufa fastidiada.

—Una vuelta no estaría mal...

—Ni lo sueñes.

—¿Para qué viniste, además de, claro está, molestarme? —tuerzo una sonrisa.

—Amo como me conoces —imita mi sonrisa forzada— me pidieron que te supervisara.

—¿Supervisarme a mí? ¡Si yo soy el supervisor!

—Ya te dije, chiquito, que las cosas no funcionan así aquí.

—Ya me di cuenta.

—Querían que revisara si ya escogiste que propuesta aprobar para la campaña y, de paso, darte yo mi aprobación...

—Ahora resulta.

—Pues si fíjate, así que, habla que no tengo todo el día.

—La verdad que me tienen frito el cerebro todas estas propuestas extravagantes, son... ¡irreales! ¿Las leíste?