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Tres de la mañana. Izuku se sienta en el colchón tras una pesadilla donde el rubio se veía involucrado con los mismos integrantes del equipo de basquetbol. Mira a su derecha. Vacío. Se levanta de la cama, se pone los pantalones y anda descalzo hacia la cocina para tomar algo de agua. En su recorrido encuentra a Katsuki quien tiene un cubo colorido al que gira sin parar. ¿Quién hace eso en plena madrugada? Supone que no logró dormir debido a las bolsas que carga debajo de los ojos.

—¿Te desperté? —susurra Katsuki. Izuku no comprende porqué habla tan bajo si ambos están despiertos, no es como que puedan despertar a los vecinos simplemente por hablar en un tono normal.

—No, tenía sed —habla en el mismo tono que él, pone el vaso debajo de la llave y lo llena de agua. Pronto empieza a beber y se sienta junto a él en el sofá.

—¿Te quedarás despierto? —Izuku se recarga en el hombro desnudo de Katsuki mientras este sigue concentrado en el cubo.

—Ya no tengo ganas de dormir —el pecoso da un pequeño sorbo.

—En un rato iré a entrenar.

Lo mira algo sorprendido. Bien, el rubio antes tenía una pancita bastante curiosa, pasó a desaparecerla para tener un increíble físico y, ahora, poco a poco la recobra, pensaba que ya no hacía ejercicio.

—¿Tan temprano? —decide seguir el hilo a la conversación, tampoco es como que le vaya a prohibir hacer ejercicio simplemente porque adora que su novio tenga panza.

—A esta hora no hay mucha gente fuera —se encoge de hombros—, es tranquilo.

—Vaya —el rubio logra hacer la cara blanca, hace una sonrisa pequeña de victoria y continua girando el cubo.

—¿Quieres acompañarme? —la cabeza de su novio choca contra la suya, lo siente más cómodo junto a él y aunque es consciente que no ha olvidado lo que hablaron durante todo el día, no es razón para alejarse.

Al menos están progresando.

—No traigo otra muda de ropa.

—Puedo prestarte un chándal.

—Eres más grande que yo —cosa ridícula, Izuku a veces piensa que su novio sería mucho mejor que él, pero nunca le ha visto interesado en algún deporte.

—Tienes más cadera.

—Pero tu cintura es más fina.

—¿Acomplejado? —le mira con una ceja alzada y una sonrisa burlona, Izuku le empuja con tan poca fuerza a modo de juego.

—¿Desde cuándo tienes uno? —señala el cubo al verlo armar la cara roja.

—Desde que lo descubrí en mi ventana —señala con el pulgar hacia donde se encuentran los maseteros del otro lado de la pared—, creo que se le cayó algún vecino.

—¿Puedo?

—Claro —se lo pasa, Izuku hace su intento.

—Ah, deshice una cara —el rubio ríe un breve momento.

—¿Entonces?

—Entonces, ¿qué?

—¿Vendrás conmigo? Sólo trotaremos.

—Kacchan, entreno también, puedo seguirte el ritmo.

—Olvidé por un momento que eres la estrella de la UA —responde en un tono burlón, Izuku le mete un codazo tras girar el cubo repetidas veces.

—Ya se te acabó el amor.

—Quizás.

—Logré hacer la amarilla.

—Muy bien.

La pancita de KacchanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora