Espejo

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Ella conocía su cuerpo a la perfección, lo había repasado una y mil veces frente al espejo, porque como decía su padre, había que hallarle el lado positivo a todo. Pero por más que mirara no encontraba un buen ángulo, estaba hecha de malos trazos.

Desde niña recordaba lágrimas y suspiros ahogados entre los que se preguntaba por qué no podía ser como las demás, delgada, linda...

La escuela era el máximo exponente de su estrés, donde los pasos se volvían más inseguros y ligeros, como para que nadie se fijara en su presencia. Pero los comentarios, convertidos en pequeñas mariposillas maliciosas que revolotean y le susurran al oído alimentos para sus malos pensamientos, le decían que por más que lo deseara nunca sería invisible para los demás : «Sí, con esa ropa se ve más gorda» «Con ese cuerpo de morsa es obvio que nadie quiera salir con ella» «Es que da asco».

Siempre se sintió rechazada, y sus amigos no la hacían sentir menos sola cuando le atacaban sus miedos.

Y luego, al otro lado de la escala, se encontraba Alysson, con andar firme y airoso, con sonrisa radiante y un cuerpo ideado por Afrodita, que opacaba a cualquiera que se dispusiera a su lado y las comparaciones nunca terminaban bien... Era, por lo que mientras observaba a su reflejo con los ojos lluviosos, pensaba: Somos materia, pues, ¿Quién decide la apariencia de nuestra forma física? ¿Quién para hacernos preocuparnos por asuntos vanales? Seguramente el mismo que una vez se dijo ciego ante lo superficial y lo efímero.

Pero el mundo no era ciego y la veía con la mirada llena de mil pensamientos que la hundían...

Ella decidió por una vez ser fuerte y enfrentarse a los siniestros capitanes que manejaban su mente: no más celos, ni envidias, no más comparaciones, ni ideales de perfectas figuras. Acabaría con todo eso de una manera algo complicada pero radical.

Al último día de aquella semana de clases lo planeó, y compró lo que necesitaría. Entró a la casa de Alysson sin el menor problema, sus padres estaban felices de que se quedará la primera amiga que traía Aly a casa, por lo que la esperó paciente a que llegara de sus clases de patinaje. Cuando Alysson entró a su habitación sin la menor iluminación miró a todos lados confundida y la sorpresa llegó por detrás tapándole la boca para que no pudiera alarmar a sus padres. Los brazos que la inmovilizaban la lanzaron bruscamente a la silla de su escritorio, y su resistencia fue nula, el miedo la traicionó como el peor de los compañeros. Ataron sus manos por detrás y amordazaron su boca con uno de sus pañuelos preferidos. La figura imponente cerró la puerta con llave y comenzó a caminar en su dirección. Con la luz que se colaba por la ventana de un día que está por terminar, reconoció a la persona frente a ella.

-No te asustes, no te haré nada, solo vamos a hablar-. Los gemidos asustados que producía, no parecían ser audibles para nadie.

-Bueno... Yo hablaré, no grites por favor-. Alysson se movió para safar su agarre pero quedó con mayor inmovilización por parte de su secuestradora.

-Tranquila... Siempre has sido hermosa, no has tenido que sufrir como yo. A ti todos te notan por una buena razón y siempre eres feliz...-Se acercó a encender la luz del cuarto y girar la silla de Alysson frente al espejo.

-No hay comparación tu eres perfecta, y mientras seas así nadie me notará por más que «la gorda» -la chica se movió con más fuerza e intentó gritar- Eso tiene que cambiar. Es hora de un cambio de imagen.

Tomó las tijeras del escritorio y comenzó a cortar sus hermosos cabellos azabache mientras la chica lloraba y pedía compasión. Por su rostro caían cabellos cortados desigualmente de mala manera.

-Y tu rostro tampoco está bien-. Abrió las tijeras para cortar una de sus mejillas. La sangre le corría, mezclada con sus lágrimas de desesperación. Miraba a su reflejo y a la chica que, sin conocer su nombre, limpiaba su mejilla con un ademán siniestro.

-Mírate, ahora sí no eres nada.

Sin saber cómo soltó sus manos y se levantó de la silla en un descuido, tomó uno de de los trofeos que tenía cerca y la golpeó en la cabeza hasta dejarla tendida en el piso.

Y se miró al espejo y confirmo lo que le había dicho aquella y le decía esa atolondrante voz en su cabeza: No era nada, nada después de su imagen. Era insuficiente y un espejo sin una palabra, se lo decía.

Los Monstruos Son Ellos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora