Capítulo 5

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La verdad es que últimamente no puedo dejar de suspirar. Por la ventana empañada por la lluvia se difumina la visión del jardín, que no hace más que retumbar en mi cabeza. Hace poco solo tenía ganas de estar allí, y ahora nada más verlo me angustia. Las rosas también parecen estar tristes, apagadas... igual que yo. Mis ilusiones, poco a poco, se han ido desvaneciendo, como las hojas de los árboles en otoño.

—¿Jane? —pregunta mi hermano, aunque yo no cambio mi postura—. Estás suspirando mucho. ¿Qué te ocurre? ¿Te pasa algo malo? ¿No tienes hambre? —me interroga rápidamente y noto preocupación en su voz. Me giro a contemplar mi plato intacto sobre la mesa del comedor y resoplo desganada.

—No... Tu comida está tan buena como siempre. No es eso... No es eso en absoluto... —Vuelvo la mirada al exterior.

—Hmm... —Johann se queda unos segundos en silencio antes de sacarme de mis pensamientos otra vez—. Hey, Jane. Por favor, dime qué te preocupa. —Siento su mano apoyada sobre la mía, aunque ignoro en qué momento se ha levantado de su sitio y avanzado hasta mí, al otro lado de la mesa—. Lo veo en tus ojos. Hay algo que te hace estar triste...

Lo veo de reojo pero no puedo sostener su mirada. Me cuesta mucho mentir a Johann, así que decido no contestar y simplemente niego con la cabeza. Él se arrodilla a la derecha de mi asiento y yo puedo sentir el frío en la palma de su mano.

—Me gustaría serte de ayuda y poder quitarte esa carga que pareces llevar... Dime, ¿cuál es? 

Sigo sin responder, y aunque le mintiera ahora mismo evitando el contacto visual, me siento tan exhausta que no se me ocurre nada.

—Estoy muy preocupado por ti, Jane. No tienes que contenerte y guardártelo todo. No has comido mucho estos últimos días, te he notado intranquila y nerviosa, y si sigues así tu cuerpo colapsará... —se lamenta con un tono de voz que va cargándose cada vez de una tristeza mayor. Me vuelvo y veo su cabeza agachada y sus ojos a punto de humedecerse. 

—Johann... —susurro. 

No puedo resistirlo más, no puedo verle así. Cierro los ojos con fuerza y los abro lentamente. Pongo una mano en su fría mejilla y él me mira.

—Está bien. Gracias. Y lo siento por haberte preocupado tanto. Siempre estoy molestándote... —río vagamente y con tristeza.

—Tú nunca me molestas, bonita —sonríe, y eso me anima. 

Me siento terriblemente mal por haber hecho sufrir a mi hermano. He sido una egoísta. Él solo se preocupaba por mí y yo no he hecho más que guardar silencio. Es momento de que le cuente la verdad. A estas alturas, ya no importa que lo sepa. Birdie no va a volver. Ya es parte del pasado.

—Um... Johann... —le llamo y él me mira con ojos atentos sin soltar mis manos—. Yo... Te he estado guardando un secreto —lo digo con voz baja y agacho la cabeza avergonzada, como una niña que reconoce haber hecho algo malo.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es? —Su tono de voz no muestra enfado. Al contrario, su sonido amable y suave me da la seguridad que me falta para confesarlo todo.

—Pues, verás... Como ya sabes, últimamente he estado yendo sola al jardín en varias ocasiones, después de comer, ¿verdad? Pues... En realidad eso se debe a que... Um... —Flaqueo unos segundos mientras pienso las palabras adecuadas—. Ha estado viniendo un invitado a verme. Una chica, de hecho...

Johann echa su cabeza hacia atrás y frunce el ceño.

—Oye, ¿no te he dicho muchas veces que no dejes entrar a gente tan fácilmente? —me reprocha, pero su voz sigue siendo suave. 

La cuna de espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora