𝐂𝐚𝐩 1: 𝐋𝐚 𝐓𝐢𝐞𝐫𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐍𝐚𝐝𝐢𝐞

1K 70 33
                                    

XV d. C.

     La tierra se movía como si del subsuelo brotasen cráteres con lava ardiente desde un volcán en erupción

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

     La tierra se movía como si del subsuelo brotasen cráteres con lava ardiente desde un volcán en erupción. Los árboles caían igual que una fila de dominós luego de un mínimo y breve empujón. La negrura del cielo se asemejaba al fondo vasto de una cueva o a la grieta del abismo más profundo.

     Las agujas de los frondosos pinos repicaban entre sí. Poca luz plateada se filtraba de la luna; estaba trémula de lo que observaba desde el cielo nocturno, por lo que se escondía entre capas de densas nubes. En el suelo había distintos frenesís de hierbas secas y hojas caídas, haciendo remolinos que parecían absorber la terrible atmósfera del bosque.

     El silbar del viento escocía en los árboles hasta sacudirlos con fuerza, amenazando con arrancarlos de raíces por los ventarrones que azotaban todo a su paso. Luceros amarillos de distintas aves nocturnas, curiosas y alarmadas, se paseaban por la tierra; observando las ramas que se iban quebrando a medida que un caballo, aterrorizado, se adentraba en el territorio junto a su jinete.

     La amazona se aferraba a la crin de su corcel como si su vida dependiera de ello, literalmente... ya no solo por el correr desbocado del animal y la posibilidad de tener una fatídica caída, sino por su intento de escape del infierno que se formó atrás de ella.

     Amazona y corcel, movidos por el instinto de supervivencia y por las ráfagas de viento que los empujaban para ayudarlos a escapar, se adentraban por La Tierra de Nadie con el deseo de salir vivos de la aldea.

     La fémina temblaba sobre su animal. La velocidad del corcel impulsaba el vaivén de las telas de su vestido, dejando al aire sus piernas casi desnudas y sus tobillos aferrándose a los costados del animal. Ni siquiera tuvo tiempo de ensillar a su caballo, puesto que la huida fue de crítica urgencia.

     Sin riendas, la amazona no tenía manera de dirigir al corcel, por lo que no tuvo de otra más que dejar libre el repique de cascos y los resoplidos agitados del hocico del caballo, que solo estaba centrado en alejarse de lo que lo asustó; sin escatimar en volver turbulento el viaje de la fémina por los brincos que daba sobre los troncos que obstaculizaban el paso o con el atravesar los riachuelos que salpicaban agua helada.

     Los cuentos de terror célebres entre los aldeanos no se parecían en nada con la vivencia que estaba atravesando la fémina, y desde el fondo de ella misma, deseó que algo de los cuentos sucediera, porque ni la pesadilla más realista se permitía perturbar de esa manera a una persona.

     Con sus párpados cerrados para que el viento ya no picara sus ojos, trató de calmar sus pensamientos mientras buscaba con desespero la razón detrás del macabro ataque de su aldea.

    ... Maldad fue su conclusión. Atacar de esa forma la humilde Tierra del Este era un acto de terrible malicia. Aldeanos que no hacían más que conectar con el interior de ellos mismos y con sus ancestros, parecían ser torturados como si el mayor y peor de los crímenes se hubiese cometido en la planicie.

𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧'𝐬 𝐇𝐞𝐚𝐥𝐢𝐧𝐠 [𝗕𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼̄ 𝗞𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 × 𝗢𝗖]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora