Escrito por Lunnadf
País: Paraguay
Disparador: #7***
Llego al aeropuerto Silvio Pettirossi cerca del mediodía. Entre abrazos y besos veo a los familiares y amigos reencontrarse. Siempre he pensado que los aeropuertos guardan una energía única que engloba ambos extremos de las emociones humanas: la alegría y la tristeza transformadas en bienvenidas y despedidas.
Me alejo un poco de las personas que me rodean y me detengo para tomar aire, me pierdo en mis recuerdos, unos mucho más alegres y llenos de esperanza. Nuestro último día aquí, mamá había decidido ir a España para buscar un futuro mejor e intentar salir adelante, ella estaba segura de que era una buena idea, después de todo a la tía le había ido bien y no íbamos a estar del todo solas. Yo era joven, acababa de terminar el colegio y la idea de estudiar fuera se me hacía deliciosa.
Suspiro y camino hacia la puerta de salida, no sé ni a dónde voy a ir, mi casa de la infancia está alquilada y yo ya no tengo sitio aquí. La puerta de vidrio se abre a mis pasos y una ráfaga de aire caliente me abraza. Una pareja de jóvenes pasa a mi lado empujándome sin querer mientras ríen y se abrazan como si fuera el último día sobre la tierra.
Decido tomar un taxi e ir a mi antiguo barrio a encontrarme con mis recuerdos, el calor es asfixiante y me da risa cuando recuerdo lo mucho que me costó acostumbrarme a que en Europa en diciembre hace frío. Solía contarles a mis amigos que en mi país la Navidad era en verano, y no solo eso, sino que el calor que hace en Paraguay es agobiante, nadie lo comprende solo el que lo vive.
Un día entendí que el calor y el frío son subjetivos también, la gente acostumbrada a vivir en el frío siente más el calor, y los que hemos nacido sobre los rayos del sol sufrimos mucho el frío. Y el frío puede ser 18°C para alguien acostumbrado a salir a la calle con 40°C y 90% de humedad, y esos mismos 18° podrían ser calor para alguien nacido en Alaska. Qué curioso, hasta las verdades más certeras pueden ser subjetivas.
El taxi me deja justo frente a la catedral en pleno centro de la ciudad de Asunción, la humedad parece subir por el asfalto y un viento caliente y asfixiante hace hondear la bandera paraguaya que flamea en la comisaría cercana. La pobreza azota con todo a las personas que han levantado sus casas con rústicas maderas y bolsas de basura en la plaza frente al antiguo edificio del Cabildo, y aun así, un globo de un gordo papá Noel decora la pobreza.
Camino hacia el Panteón de los héroes con la idea de pasear por la calle Palma como lo hacía con mamá cuando era pequeña. Una enorme dualidad cala profundo en mi alma. Por un lado, me siento distinta, ajena, lejana, me siento una turista en mi propio país y salí de él solo hace seis años. Y, por otro, me siento por fin en casa, rodeada de personas que, aunque no conozco son gente como yo, que habla como yo, aquí no soy diferente ni inferior, aquí soy igual.
Las compras de última hora tienen a todos enloquecidos, la gente sale con muchas bolsas de los locales céntricos, van apurados mientras a mí me embarga una melancolía inmensa. No tengo a nadie a quién hacer un regalo esta noche, no hay nadie que me espere con la cena lista ni la casa adornada.
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DESAFÍO: Con diciembre a cuestas
Random¡Amante de las festividades decembrinas, este es tu lugar! Ocho relatos ambientados en distintos países de Latinoamérica y en la época más bonita del año. ¡Anímate a leerlos!