Lunes 21 de diciembre, 1998

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Ron Weasley no era un chico al que le gustase madrugar. Si fuese por él, de hecho (teniendo en cuenta todo el estrés que pasaba en la academia de aurores), dormiría todo el día, y solo se levantaría para comer e ir al baño. Sin embargo, la realidad era muy distinta: no había estado durmiendo bien desde el miércoles pasado, cuando se dio cuenta de que quedaba muy poco tiempo para su examen de mitad de año. El mismo consistía de una prueba técnica, en la que se evaluaría su capacidad de supervivencia y resistencia a lo inesperado, según le había comentado un compañero, Devon, cuyo hermano era un auror y había pasado por un entrenamiento similar (suponían que éste había cambiado luego de la guerra, debido a que ahora duraba menos tiempo). Nadie podía darles muchos más detalles. Debían estar preparados para lo que sea.

Fue así que, a las tres y media de la madrugada, según pudo ver en su reloj, Ron no pudo volver a conciliar el sueño. En su mente sucedían una y otra vez las prácticas de hechizos de defensa, de ataque, de todo tipo. Repasaba la teoría mientras trataba de imaginarse las pruebas a las que debería enfrentarse. Se suponía que tenía una hora y media para llegar al final —aunque no supiese de a qué final se refería—, donde se encontraba uno de sus profesores.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Era realmente necesario hacer estas cosas en pleno diciembre, con las bajas temperaturas que estaban atravesando? Pues ese era otro problema: se suponía que el examen sería entre el viernes y el sábado. Ron y Harry salieron sorteados para dar su examen el viernes, pero debido a las bajas temperaturas —que rozaban lo inhumano—, decidieron trasladarlo al sábado y domingo; pues no serviría de nada tener miles de estudiantes enfermos. Los días que siguieron no fueron mejores. La nieve era tan espesa y alta, que ningún alumno y/o profesor salió de su tienda ese día. Dos encargados fueron quienes comunicaron la noticia de que el grupo A (el grupo del viernes) daría su examen el lunes por la mañana, mientras que el B (el grupo del sábado), lo haría el martes, «sin importar las condiciones climáticas y sin excepciones», según recordó que dijo uno de ellos, al que solo se le veían los ojos de todos los abrigos que llevaban.

Varios meses atrás, en julio de ese año, Harry, Ron y Hermione habían recibido la propuesta de Kingsley Shacklebolt, el nuevo Ministro de la Magia, de unirse a la Oficina de Aurores sin necesidad de realizar ningún tipo de curso o entrenamiento previo. Hermione consideró que ya había tenido suficiente guerra y misiones suicidas para toda una vida, así que declinó la propuesta, y eligió continuar con sus estudios en Hogwarts. Harry y Ron aceptaron, decididos a no volver a terminar su séptimo año. Un tiempo más tarde, a finales de agosto, Kingsley les ofreció realizar un curso intensivo antes de unirse a la Oficina de Aurores de manera oficial (aunque, entre ellos, eso era una formalidad. Kingsley consideraba Harry y Ron ya estaban más que capacitados para unirse). Duraba un año y medio, y había sido acordado, por varios ministerios de Europa, proponérselo a todos los aspirantes, como una posibilidad antes de comenzar a cumplir con su trabajo. ¿Cuándo había decidido aceptar aquello? ¡Ni para sus TIMOS estuvo tan nervioso y estresado como ahora!

Y, en ese momento lo recordó:

«Sería bueno que lo hagas —le comentó Hermione una tarde de verano a la orilla de un lago. Harry y Ginny estaban salpicándose con agua. A Ron no le molestaba que lo mojaran pero, en cambio, Hermione intentaba protegerse: con sus pies remojándose era más que suficiente para refrescarse—. Allí aprenderás todo lo que necesitas saber sobre el trabajo, porque no se trata solo de atrapar magos tenebrosos; hay que tener una técnica impecable...»

Ron estaba seguro de que había dicho algo más al respecto, pero era imposible concentrarse, si el sol radiante de aquel día hacía brillar su cabello de una manera hipnotizante. Sí. Ese fue el momento en el que eligió hacer esa especialización antes de unirse a la Oficina de Aurores. De cualquier manera, Hermione tenía razón: eso sería lo mejor; de esa manera haría las cosas realmente bien. Así, quizás, algún día tendría —cuanto más pronto, mejor— un buen trabajo, ganaría dinero y podría considerarse estable para avanzar con Hermione, para pedirle una cita. Ella diría que sí y al cabo de poco tiempo serían una pareja; algún día conocería a sus padres en persona, como el novio de su hija, y ellos sabrían que él es la mejor opción. Porque el es la mejor opción, ¿no?

El Primer Paso | RomioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora