Jueves 24 de diciembre, 1998

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Los planes de Hermione de ir a comprar su regalo al Callejón Diagon se vieron frustrados por el mal clima que, sin previo aviso, los sorprendió a todos en la familia Weasley. Una tormenta de nieve se presentó, y las bajas temperaturas cancelaron todos los planes de salida. De hecho, el señor Weasley se mantuvo cerca del fuego caliente desde que llegó a trabajar.

—Definitivamente deberían mejorar la calefacción de ese lugar. —comentó tiritando de frío.

Es por esa razón que Hermione pudo salir de la Madriguera recién al día siguiente. Planeaba irse sola apenas tuviera un minuto, pero nuevamente, todo se modificó: Ginny y Harry quisieron acompañarla —hasta ese momento estaba todo excelente—, pero luego se presentó Ron con una lista que le había dado su madre para comprar, aprovechando que sus amigos saldrían también.

—Tengan cuidado e intenten no demorarse demasiado —les advirtió—. Es mejor que vayan ahora, antes de que anochezca.

—Son las dos de la tarde, mamá —dijo Ron con una ceja levantada—, no anochecerá pronto.

—Por eso mismo, no se demoren. —contestó, con una severa mirada a su hijo mayor— ¡Y no se separen! —alcanzó a decirles a lo lejos, antes de verlos desaparecer, unos metros alejados de la Madriguera.

Ron notó que el Callejón Diagon no desbordaba de gente como las calles de Londres el día anterior, y eso pensando que se trataban de las horas previas a la Navidad.

«Quizás todos ya están en sus casas —pensó— y, en honor a la verdad, a mí también me gustaría»

—¿Podemos apresurarnos? —pidió Ginny, frotando sus manos una con la otra. Tenía unos guantes puestos, pero se ve que no era suficiente.

Harry la rodeó con un brazo a la altura de los hombros y la atrajo hacia sí. Cuando la tuvo bien cerca, le sonrió, y ella le devolvió el gesto con las mejillas rosadas, como si el resto del mundo se hubiese esfumado.

Ron miró hacia otro lado, pensando en los lugares que debería visitar; aunque, en realidad, todavía le resultaba algo extraño ver a su mejor amigo y a su hermanita en esa situación. Hermione, por otro lado, los observó embelesada.

Diablos, cómo le hubiese gustado estar en ese lugar también (con Ron, claro).

—Sí. —dijo la castaña— Ustedes adelántense, yo en seguida los alcanzo.

—Perfecto —dijo Harry y tomó la mano de su novia—, ¿vienes? Necesito enseñarte algo.

Ginny asintió, y los dos se perdieron entre un grupo de personas. Ron los observaba, con una ceja levantada y desconfiando de lo que pudieran llegar a hacer.

Hermione giró sobre sus talones y se preparó para irse, pero Ron tomó su mano y la hizo voltearse.

—¿A dónde debes ir? —preguntó.

Ella lo miró. Miró sus manos; movió sus dedos, de una manera casi imperceptible, para sentir el calor de la palma de la mano del pelirrojo.

Le sonrió, y contra todos sus impulsos, se soltó.

—No es necesario... Tú deberías ir a conseguir lo que tu madre te pidió. Nos reencontraremos aquí cuando terminemos, ¿está bien?

La mirada de Ron cambió: ahora parecía decepcionado. ¿No quería su compañía? Es cierto que a veces podía llegar a ser algo torpe, pero no la molestaría; solo quería pasar tiempo con ella. Hermione le dijo «lo siento» con su mirada, y se encaminó en la dirección que iba.

La castaña caminó varias cuadras alrededor del centro del Callejón Diagon, buscando eso que tanto deseaba comprar. Había revisado su baúl unas tres veces, cada bolsillo de cada uno de sus pantalones, entre sus cosas, por todos lados, para juntar todo el dinero que tenía.

El Primer Paso | RomioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora