1. No se equivocan

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Uno podría pensar que si tu trabajo de pronto se vuelve más fácil o requiere menos energía, haría que tus niveles de estrés y ansiedad bajasen. Hijikata Toshirō pensaba lo mismo, de verdad, pero parecía que la naturaleza lo había creado para estresarse hasta por hipotéticos.

Desde todo el asunto con Utsuro —asunto que, a pesar de los múltiples reportes que había tenido que llenar, todavía no terminaba de entender a raíz— la ciudad había estado más bien tranquila. No es necesario decir que el Shinsengumi había tenido que encargarse de los remanentes y pequeños nichos que se formaron después el incidente, pero eso se limitó a los primeros meses. Al poco tiempo los brotes eran tan controlables que se los dejaban a la policía local.

La cosa es que Edo estaba tranquila, demasiado tranquila, y eso a Hijikata le daba una mala espina fatal. Edo no era tranquila, Edo era caótica, insegura, llena de rufianes y desigualdad social en cada callejón. Y no es que no le alegrara la posibilidad de que la ciudad mejorase; es que él sabía que no había mejorado, al menos no tanto. Simplemente todo el peligro estaba latente de manera temporal y en cualquier momento la bomba podía hacer kaboom.

Llámenlo paranoico, pero Hijikata conocía su ciudad y a su gente. Edo estaba llena de gente buena, por supuesto, pero también había mucha gente mala y no se limitaba a Utsuro y su séquito precisamente. No por eliminar a- lo que sea que Utsuro fuera, habían eliminado todo el mal que Edo tenía para dar. A su parecer sería ingenuo de su parte siquiera considerarlo, pero el resto de gente en las barracas opinaba lo contrario. La mayoría tenía la idea de que "el vicecomandante Hijikata no sabe cómo relajarse" y quizá tenían razón, pero eso no quitaba que en su cabeza, el crimen sólo estaba en stand by.

El punto es que desde hacía un par de semanas, el vicecomandante se había autoimpuesto la tarea de dar rondas extra-oficiales después de su turno.

Fue una de esas noches particulares donde notó por primera vez que algo no estaba en su lugar.

No era un criminal, no exactamente, pero sí alguien con las suficientes capacidades para meterse en problemas... o causarlos.

Ya estaba oscuro, probablemente eran las 10 pm o poco más y Kagura estaba debajo de un poste de alumbrado público con la sombrilla en mano. Ella estaba mirando hacia la otra acera, pero no había rastro ni del chico de lentes, ni el perro, ni el imbécil de pelo plateado.

¿Qué hacía una niña de—¿cuántos años tenía Kagura?—, una niña de su edad sola a esa hora en una zona no poblada de la ciudad? Desconocía, pero estaba a punto de llevar a servicios sociales al hogar del Yorozuya.

—Hey, China.–dijo Hijikata mientras se acercaba a ella. Parecía que no había notado la presencia de otra persona hasta ese momento.

—¡Toshi! Que sorpresa verte aquí, ¿saliste a dar un paseo? Los policías sí que son unos holgazanes hoy en día, eh.

Oi, moco–Hijikata decidió recordar que estaba hablando con una pre-puberta e ignoró el comentario.—¿Qué haces tú aquí? ¿No deberías estar con el idiota, o los Shimura? Ya es tarde para cualquier paseo.

—¡Ey, es cierto!–la chica volteó al cielo en signo de sorpresa, al parecer no se había dado cuenta que ya había caído la noche.—Ya es muy tarde para estar buscando a Gin-chan, espero el Pachinko no se apiade de él y lo deje durmiendo en la calle cuando se quede sin dinero.

—¿Lo estás buscando?–preguntó el azabache mientras Kagura parecía volver a casa. Por alguna razón a Hijikata le llamó la atención la situación más de lo normal.

—Bastante, desde el mediodía salí a ver si lo encontraba. ¡El maldito permanente no dejó pudín en el refrigerador antes de irse! Sadaharu va a estar muy triste, me las va a pagar.–dijo la chica de chonguitos con mueca furiosa.

retrospectiva, (adj);Donde viven las historias. Descúbrelo ahora