5. Canción de cigarras

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Hacer un buen café negro es todo un arte, y honestamente a Hijikata le gustaría haber podido disfrutar del café de ese comedor en otras circunstancias. Después de escuchar una fracción de los pormenores por parte de la anciana, la bebida le había dejado un regusto amargo en el paladar. Nadie podría disfrutar de salvor alguno después de escuchar semejante caso.

La mujer no podía hablar a todo detalle porque no los tenía. Había llamado a la Yorozuya como medida desesperada porque todo lo demás, simplemente, no era opción. No podía recurrir a nadie en el pueblo si nadie quería meterse en asuntos como esos, y tampoco podía pedir auxilio a autoridades gubernamentales mientras no tuviera un algo conciso que investigar.

La señora no era sólo una señora y la dueña del pequeño restaurante, también era madre. Su hijo mayor se había alejado hacía mucho tiempo y tenía una cierta reputación bastante cuestionable en la región. Ella nunca se había inmiscuido mucho en la situación pues de por sí, era difícil lidiar con todos los rumores que se esparcían en un pueblo tan chico. Su hijo la visitaba muy de vez en cuando cada tantos meses, aunque siempre sospecho que la razón de sus visitas no era precisamente verla a ella.

Por la zona había muchos niños que tenían carencias económicas y se veían en la necesidad de buscar empleo. Entre ellos estaba Kota, el niño de 10 y poco años de la primera fotografía. La anciana realmente no necesitaba la ayuda, pero había aceptado que trabajara ahí por las propinas y una comida gratis con tal alivianar un poco su situación. Un cierto día su hijo llegó al pueblo. Como siempre, sin razón ni aviso, entró al restaurante.

Desde el momento que su hijo y Kota cruzaron miradas una punzada la empezó a torturar. No pasaron muchos días para que su hijo se fuera del pueblo y al día siguiente Kota no se presentó a trabajar.

El siguiente tampoco, ni el siguiente, ni el siguiente.

Esa misma tarde llamó al teléfono de la Yorozuya y confesó sus sospechas a la persona al otro lado de la línea.

Había una razón por la cual Gintoki tenía sólo una regla: él contesta las llamadas, y era justo por cosas así.

Hijikata escuchó atentamente todo lo que la señora les pudo decir. Aparte de coincidencias bastante curiosas y pruebas circunstanciales, no tenía mucho con que actuar. Probablemente por eso hasta el momento nadie había hecho mucho caso de la situación.

Después de todo el horrible contexto, los dos hombres en yukata tomaron su kasa y salieron del comedor. La mujer les hizo una pequeña reverencia y sus ojos miraban intensamente a Gintoki, pedían ayuda a gritos. ¿Cómo podían guardar compostura? Hijikata no lo sabía, pero si tuviera que aguantar miradas así tan seguido como probablemente Gintoki lo hacía, tendría unos 15 años más encima.

Caminaban por la senda aún muy cerca del comedor.

—¿Qué más sabes?–preguntó el azabache sin dejar de mirar el camino. Aún tenía el cigarrillo en la boca.

—¿Huh?, ¿qué te hace pensar que sé más?–la sombras del kasa creaban ángulos extraños sobre la piel de Gintoki.

—¿Quieres que me crea que viniste aquí sin saber más?

Las sombras en su rostro no dejaban ver bien su expresión, pero Gintoki se quedó callado por unos segundos y suspiró.

—Los tipos con sangre tipo A son un fastidio.

—¿¡QUÉ TIENE QUE VER MI TIPO DE SANGRE EN ESTO?!–respondió el azabache.

—¿Lo ves? Esa es una respuesta tan tipo A.

Hijikata intentó darle un golpe en la cabeza, pero Gintoki lo esquivó.

—Investigué en la ciudad y logré dar con uno de los sitios que recibe "la mercancía". Te sorprendería lo rápido que es aterrar al eslabón más débil de lugares como esos.

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⏰ Última actualización: Apr 21, 2022 ⏰

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