PARTE 1

226 21 4
                                    

Ambas tenían poco tiempo de mudarse a aquel país en el que la guerra había dejado estragos. Corea se mostraba herida y enferma de guerras y revueltas; la gente hacía lo que podía para sobrevivir. Los niños, como en cualquier otra parte del mundo en aquellos años, trabajaban arduo para llevar junto con sus padres la comida.

Caramelos, cigarros, vegetales, unas cuantas frutas, alfarería y textiles; se podían encontrar en el mercado de piso de tierra. Los canastos viejos y sus cajas sucias, tratan como se les fuera posible de mantenerlas llenas para la compra y venta.

Lisa no sentía que estuviera tan lejos de casa, el caos también era parte de Tailandia. Gustaba de acompañar a su padrastro a la ciudad, la gente yendo de aquí a allá, las mujeres jóvenes con sus vestimentas de la época de los 60; le daban una idea que era lo que estaba de moda en ese momento, aunque es posible que ni las misma jóvenes lo estaban del todo. Las ancianas aún se aferran a sus vestidos tradicionales. Mientras los hombres utilizaban traje.

En el pueblo no existía tal vista, las montañas y campos de arroz era lo que más se veía. Aunque había mujeres jóvenes, eran pocas y no de su edad. —Lisa, hija, mira lo que encontré. —La niña aún sostenida de la mano de su nuevo padre, miró cuando este señaló un pequeño puesto donde una mujer bastante mayor ordenaba los caquis maduros.

—La abuela se pondrá de buen humor cuando los coma, papi. —El hombre solo hizo un sonido en aprobación. Lisa soltó su mano y se acercó a la mujer. Podía ver cada línea que recorría en su rostro moreno y sus ojos pequeños llenos de experiencia. Su piel le recordaba a los pliegues que se hacen en sus vestidos, los que su mamá se esmera por alisar. Su cabello como hilos de seda oscura con mechones grises. Denota que la anciana de joven poseía un fino cabello de negro profundo como el tizón, pero que ahora se encuentra opacado por los años.

Recordó a su ahora abuela paterna. Solo que su cabello es blanco en su totalidad y es un poco más mayor que la anciana frente a ella. —halmeoni, podría darme alguno de estos. —La mujer levantó la cabeza y dejó de ordenar las demás cosas que se encontraban en su canasto. Miró a Lisa y ella tuvo curiosidad por la mirada que le daba la anciana.

Le escudriño un poco, recorriendo en un ligero vistazo la forma de su cuerpo; dando más importancia en ver a detalle los rasgos de su rostro. Lisa se mantuvo callada mientras esperaba que la mujer le respondiera. Pues mientras la anciana se dedicaba a examinar a la niña, está mientras tanto se había agachado para tomar del canasto un caqui y poder ver mejor su apariencia. Aunque carecía de experiencia y conocimiento sobre cuando un fruto podía considerarse maduro para poder ser comido.

—Se ve bien. —Se sentía una experta en el tema. La mujer solo sonrió y habló lo que tenía en mente, al ver que Lisa se levanta para volver a su postura inicial y ya no encontrarse encogida. —¿Eres americana?

Lisa, antes de esa interrogante, jugaba con el pequeño caqui de tono anaranjado pareciendo una pelota asimétrica. Pasándolo entre sus dedos y haciendo una simulación de rebotar entre sus manos. Pero al escuchar a halmeoni hablar dejó de jugar quedando el caqui atrapado en su mano izquierda, siendo apretado un poco.

Sus ojos se encontraron con los de la anciana. —Soy de Tailandia. —No tomo a mal que la haya confundido con los americanos. Las riñas entre las ahora dos Coreas no era un asunto pequeño al verse envueltas cuestiones políticas con ideologías muy diferentes.

Estados Unidos estaba del lado sur de Corea, por lo que, hace pocos años, se podían ver algunos soldados americanos caminar por las calles con otros reclutas de vez en cuando. —Oh, ¿Tailandia? —Lisa solo cabeceó al igual que la anciana. La mujer no tenía idea de otros lugares, por lo que después ya no hacía más comentarios y Lisa era una niña que tenía su propio mundo en que invertir charlas.

—Hija, debemos apresurarnos. —Debían abordar pronto el autobús para regresar a casa. La halmeoni, tomó varios caquis colocándolos ágilmente en la bolsa de papel que le entregó a Lisa. La cual sostuvo en su brazo derecho, mientras extiende su mano izquierda entregando el dinero a la anciana.

—Adiós, halmeoni.

La mujer solo sonrió y correspondió a la inclinación que padre e hija le hicieron como despedida. Vio con una sonrisa en su rostro las figuras caminar a toda prisa. Centrando su mirada en la chica de abrigo marrón.

<<Nos veremos pronto,niña>>.

A las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora