PARTE 3

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El frío era penetrante en sus huesos hasta hacerlos dolor. La carne tierna y rojiza de la punta de su nariz como si hubiera cogido un resfriado. Se abrazó con más fuerza a la frazada y se estrechó, si eso es posible, más contra el suelo en la ligera manta para disfrutar la cálida temperatura que ofrecía el ondol.

Y cuando se propone a seguir durmiendo abre sus ojos de golpe.

Recorrió el lugar donde se encontraba, parecía la casa de su abuela y se preguntó cómo es que regresó. Apartó la colcha de su cuerpo y se sentó para mirar mejor la habitación. Pero al hacerlo se tapó su pecho crecido, cruzando sus brazos que ahora eran largos.

Su piel se erizo por el miedo y la angustia de no saber qué ocurría. Desesperada, se puso en pie y corrió a uno de los tres muebles que se encontraban ahí. Deseo hallar un espejo consiguiendolo en el segundo mobiliario que se localizaba en el rincón.

Acercó el espejo a su rostro y no sabía quien se mostraba en él. Era ella, pero a la misma vez no lo es. Lo recorrió por su cuerpo, observando cada detalle: su nariz menos chata, sus labios anchos; podía ver la aureola rosada de sus pequeños pechos desarrollados, sus piernas largas y muslos delgados, que se mostraban por lo corto que le quedaba el camisón al haber crecido.

Lo vio todo y estaba sorprendida, pero la única cosa por la que se mostraba con disgusto era por sus manos; al ser estas grandes, venosas y huesudas. Dejó de verse en el espejo cuando escuchó que la puerta era movida y giró su cabeza para ver a la persona que entraba. Era una mujer, vestía un hanbok sencillo de la clase obrera de aquella época. Era de apariencia rellena y su cabello trenzado sobrepasaba su cintura. —Oh, se encuentra despierta. Debemos apresurarnos, señorita, pronto conocerá a su futuro marido.

Lisa, no entendía lo que la mujer le estaba diciendo y tuvo miedo cuando menciono la última palabra. ¿Marido? ella, una niña de doce años, tendrá un marido. Eso no podía ocurrir, y dispuesta a escapar soltó el espejo y tomó deprisa uno de los ornamentos largos como palillos de aguzada punta. Era un poco pesado al ser de metal y tenía unos adornos del mismo material que eran las figuras de unas flores. —¡¿Quién eres?! —La mujer solo le dio una mirada curiosa y caminó hacía ella. —Tranquila, señorita, mi nombre es Choi Ri Na y estoy a su servicio. Vengo para prepararla para ver a su...

—¡Callate! —Gritó con fuerza al ya no querer seguir escuchándola. Se movió del rincón para acercarse a una de las ventanas y escapar. Pero al leer sus intenciones la mujer corrió hacía ella y la tomó del brazo cuando estaba de espaldas. Lisa, insertó el objeto al brazo izquierdo de la mujer cuando la atrapó, dando esta un alarido de dolor, pero sin rendirse a detenerla las empuja a ambas atrás. Cayendo de espaldas Lisa mientras la mujer sostenía con quejidos sus brazos por los lados de su cabeza y ponía todo el peso de su cuerpo sobre ella. —¡Suéltame, bruja! —Fue lo que gritó entre sollozos, al ya no tener nada con que defenderse pues se había resbalado el ornamento de su mano, saltando esté lejos.

—¿Qué ocurre aquí? —Habló autoritaria otra mujer. Lisa no se detuvo de forcejear con la criada y ésta ya se estaba cansando por el dolor que tenía en su brazo.

—Señora...la...la señorita no quiere arreglarse para conocer a su marido.

—¡Callate! —Volvió a gritar de nuevo mientras su llanto iba aumentando y comenzó a dar pataletas siendo difícil para la mucama seguir sosteniendo a la chica. Las demás que entraron con la señora ayudaron al ver el aprieto de su compañera, tomando las piernas de Lisa para que dejara de moverse; en respuesta ella solo continuó llorando y gritando que la soltaran.

—Suéltenla. —Fue lo único que dijo la señora. Todas las mujeres soltaron a Lisa y ayudaron a Ri Na a ponerse en pie. Al principio temieron que la chica tratara de escapar, pero Lisa estaba tan ensimismada en su dolor que no tomó importancia cuando la dejaron libre; haciendo la postura de feto en el suelo como su mecanismo de defensa.

La mujer suspiro y ordenó a todas las criadas retirarse. Dando como única indicación preparar la mesa para recibir al novio y a su familia, y atender la herida de Ri Na. Las mujeres comprendieron y se inclinaron en respeto para luego retirarse de la habitación; quedando solo la mujer y Lisa.

Esta se acercó a ella y se colocó en cuclillas. <<patética>>, fue todo lo que pensó al verla más de cerca, le figuraba a un bebé que lo habían forzado a dejar de comer al jalarlo lejos del pecho; una patética bebé de veinticuatro años. —Lalisa, debes vestirte. Supongo que las mujeres en Tailandia se ponen presentables para conocer a quien será su esposo. —Lisa, detuvo el llanto para ver a la mujer frente a ella.

Su frente estaba ceñida y no pudo detenerse cuando las palabras salieron de su boca frías y entrecortadas. —¿Cómo...sabe eso? —La mujer solo sonrió con burla. —¿El qué? — Dijo con fingida amabilidad, haciendo enojar a Lisa. —Mi nombre y mi país. —Sus dientes estaban apretados y se levantó sin ponerse de pie. por su nueva altura estaba casi cara a cara con la mujer.

—Tú misma me lo mencionaste. —dijo ella, estirando sus labios mostrando sus dientes un poco disparejos. —Eso no pasó. —Hablo con seguridad al no conocerla.

—Claro que sí. —La mujer rió un poco cuando dijo esas palabras. —Una pequeña chica no americana, comprando a una anciana unos...unos. —Lisa, comenzó a sentir escalofríos por su cuerpo al ver a la mujer sacar del jeogori de su hanbok una fruta que conocía bien. —¿Caquis? sí, caquis y si no recuerdo mal eran para su abuela.

Lisa, estaba sorprendida por la revelación que le había hecho. Temblorosa y con lágrimas escurriendo en sus mejillas miró a la mujer con incredulidad.

¿halmeoni?

Y esta vez la sonrisa de la señora era sincera, mostrando cariño. —Es bueno verte de nuevo, niña.

Al escucharla, Lisa agacho su cabeza y sollozó con los labios apretados. No entendía nada de lo que estaba pasando, desde su apariencia hasta la mujer frente a ella que no se veía como la anciana que le vendió los caquis. La señora, extendió su mano y la posó en su mejilla derecha, ella sintió el toque de la mujer limpiando las gotas que salían de su ojos, era gentil y cálido. —¿Quieres salir de aquí? —Hablo en un susurro la señora como si temiera que alguien más la escuchara.

Lisa solo asintió eufórica y la mujer posó su otra mano en la mejilla izquierda, sosteniendo su rostro con ambas manos. Y al ser así, hizo que levantara la cabeza para hablarle con voz suave y paciente. —Alístate para el hijo del señor Jeong. 

A las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora