MAIA
Hoy es uno de esos días de lluvia intensa.
Según la RAE, la lluvia es «agua que cae de las nubes». Para mí, significa que las calles se van a llenar de un olor mágico y que voy a poder estar tranquila y en paz. Lluvia es sinónimo de una sensación increíble.
El profesor de Historia habla sin parar y a toda velocidad sobre alguna guerra del siglo XX pero no estoy atendiendo.
Estoy sumergida en mis pensamientos. Si se le puede llamar así porque pienso en todo y a la vez en nada.
Estamos a mediados de septiembre. Es mi último año de instituto. Vivo en una burbuja en la que he puesto el modo automático y dejo que todo lo que viene pase por mí sin dejar huella. Es como cuando nos dicen que la opinión de los demás nos tiene que entrar por un oído y salir por el otro. Creo que eso define a la perfección lo que me está pasando. Todo llega a mí y desaparece sin dejar rastro en mi interior. Pero el dicho solo se aplica a eso porque sí que me importa la opinión de los demás. Es algo que debo cambiar pero no sé cómo hacerlo.
Suena el timbre y todos se levantan para salir de clase. Yo ni siquiera me había dado cuenta de que era la hora de irnos a casa. Me levanto también de mi sitio y empiezo a meter los libros y apuntes en la mochila.
Voy a empezar a caminar cuando me choco con alguien que está justo enfrente de mí. Me ha asustado. Se lo habría esperado porque del choque él no retrocede. Soy yo la que por inercia casi cae hacia atrás sino llega a ser porque él me sujeta del brazo.
—Mira por donde vas que casi te me llevas por delante —dice sosteniéndome aún del brazo.
El chico en cuestión es Rubén y ha venido nuevo este año a clase. Es la primera vez que le escucho hablar, porque como yo, los dos pasamos desapercibidos entre estas paredes. Tiene una voz más grave que el resto de chicos de clase. Parece el típico bad boy que en una película cliché estadounidense sería el popular y crush varias personas.
—¿Qué hacías ahí parado? —digo enfadada y me zafo de su agarre.
—Vaya, si la chica que se sienta dos filas delante de mí habla —como si tú fueses un loro—. Llevas el jersey del revés.
—Muy gracioso pero sé que no lo dices en serio —digo mientras intento esquivarlo para salir de clase.
—Espera —me detiene—. Lo digo de verdad.
—Mira, estoy cansada y las tonterías no son lo mío.
Y no se aparta de allí. Su mirada va de mis ojos a mi jersey una y otra vez hasta que, no sé si lo hago cayendo en su juego o no pero miro hacia mi ropa para comprobar si es cierto lo que dice. Y, entonces, me pongo roja, como un tomate. Tiene razón y llevo todo el día con la parte de delante detrás y la parte de detrás del jersey delante.
—Te lo he dicho pero no querías creerme. Me voy porque si sigo mirándote durante mucho rato necesitaré unos ojos nuevos.
Una sonrisilla aparece en su cara y se va.
Yo me quedo aquí parada. A cuadros por lo que acaba de pasar.
A la salida me encuentro con mis dos mejores amigas, Clara y Sofía, quienes me dicen que no saben cómo he podido tardar tanto, que he sido la última de todo el instituto en salir. Pero es que no saben lo surrealista que es lo que me ha pasado. Las dos van a la otra clase y, menos eso, hacemos juntas casi todo lo demás. Nos conocemos desde hace muchos años y estamos muy unidas aunque las tres somos muy diferentes.
Vamos de camino a casa hablando sobre la mañana y poniéndonos al corriente de las novedades. Yo les cuento lo que ha pasado con Rubén y ellas se ríen de mí imaginándose la cara que se me habrá quedado. Y lo que ha dicho después: «me voy porque si sigo mirándote durante mucho rato necesitaré unos ojos nuevos», ¿qué habrá querido decir con eso? Sofía dice que está muy claro pero yo no entiendo lo que es.
Cuando llegamos a una esquina nos quedamos quietas porque desde aquí cada una se va para un lado distinto. Siempre paramos y hablamos por lo menos diez minutos más pero hoy está lloviendo demasiado para quedarnos aquí.
—¡Adiós, corazones! —dice Sofía con su característica sonrisa de oreja a oreja permanente.
—¡Hasta mañana! —decimos Clara y yo al unísono.
Miro como las gotas caen en los charcos que se han ido formando a lo largo del día hasta que noto a alguien acercándose a mí y andando a mi lado. Lo miro de reojo e inmediatamente sé quién es.
—Ya veo que te has puesto el jersey bien. ¿Por qué no creías lo que te decía?
—¿Te has propuesto molestarme hoy?
—He preguntado primero —me quedo en silencio porque no voy a caer en su juego de nuevo pero él continúa sin rendirse—. ¿No vas a contestar?
—¿Me estabas siguiendo? —pregunto.
—Después de que te hagan una pregunta se da una respuesta no se vuelve a preguntar algo.
—Eso es cuando se quiere contestar, si no se puede evadir la pregunta.
—Vaya, qué malas pulgas.
Sin darme cuenta hemos llegado a la urbanización donde vivo y él sigue pegado a mí. Saco las llaves lentamente esperando a que se vaya y me deje tranquila para poder disfrutar del día lluvioso. Pero no se va. Me mira fijamente con una cara de sorpresa, diría yo.
—No me digas que vives aquí —rompe el silencio atónito.
—Ya veo que te has propuesto molestarme hoy —un suspiro de cansancio sale de mi interior sin poder evitarlo.
—No, no —se ríe y entonces no entiendo nada, debe de haber algo que me he perdido—. Resulta que ahora somos vecinos.
Se me queda cara de tonta. ¿Cómo que «ahora somos vecinos»?
Pues sí.
Somos vecinos porque me enseña una llave igual que la mía.
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Cuando Mires Las Estrellas [En Físico]
RomanceMaia pensaba que ya había dejado atrás la vida de adolescente y sus dilemas. Algo que cambia cuando conoce a Rubén. Rubén es un compañero de clase de Maia pero también se convierte en su nuevo vecino y en alguien que pone su vida tranquila y planif...