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RUBÉN

Doy un sobresalto y me despierto. Estoy sudando. También me duele la garganta, seguro que es por haber estado gritando. Las pesadillas que me hacen revivir ese día vienen a mí una y otra vez. Llevo unos días sin pegar ojo.

Hoy tengo instituto pero no voy a ir. No puedo ir así. Llamo a la consulta de mi psicóloga y pregunto si hay algún hueco para que pueda ir durante la mañana. Necesito que me dé alguna pauta o medicación para conseguir calmar estas pesadillas.

Me doy una larga y fría ducha para despejarme antes de vestirme y salir de casa. Tan solo son las ocho de la mañana pero me vendrá bien dar una vuelta. Comienzo dando una vuelta a la urbanización porque no conozco ningún sitio por aquí cerca al que pueda ir.

Después de la lluvia de ayer, las calles están mojadas y el cielo sigue nublado. Como si no se hubiese recuperado. Como mi herida, que sigue abierta y de vez en cuando sangra.

Entonces, empieza a llover de nuevo. Me siento apoyado en la valla y cierro los ojos para sentir la lluvia. Las gotas frías se mezclan en mis mejillas con las lágrimas cálidas. Era un día lluvioso cuando todo pasó y desde entonces me siento débil ante la lluvia. Hay gente que ama la lluvia, otras personas la odian, yo tengo pánico.

Sigo aquí sentado hasta que una chica sale de la urbanización maldiciendo porque no puede abrir su paraguas. Es la misma chica de ayer. También es la chica risueña y que parece segura de sí misma que se sienta unas filas delante de mí en clase.

—¡Por fin! —dice cuando consigue abrir su paraguas.

Empieza a andar y entonces me ve. Se asusta. Se asusta tanto que suelta un grito agudo.

—¿Qué haces ahí tirado? —me pregunta aunque yo diría que también me está regañando.

—Me gusta estar aquí.

—Estás como una cabra.

Se acerca a mí lentamente, como si la fuese a morder. Cuando está más cerca me fijo en su cara y en lo perfecta que es. Tiene los ojos de color miel muy bonitos, unas pestañas largas que los encuadran y algunas pecas por la cara.

Me mira fijamente analizándome y recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo. Sin esperarlo, me tiende su mano para ayudar a levantarme. Como ve que no la acepto vuelve a hablar.

—Vamos, no te hagas el tipo duro, te vas a resfriar si sigues ahí mucho rato más.

—Quiero estar aquí.

—Vale, tú sabrás, no puedo obligarte a nada —se rinde.

Y con eso último que acaba de decir desaparece a paso ligero. ¿Por qué se ha preocupado por mí? Nadie lo ha hecho nunca.

Un buen rato después me levanto y me voy de aquí. Tengo que empezar a prepararme si no quiero faltar a la cita con mi psicóloga.

Me seco y me cambio de ropa.

Cuando abro la puerta de la consulta un olor a productos de limpieza inunda mis fosas nasales. La recepcionista, sonriente, me indica que espere unos minutos en la sala de espera. Miro a las paredes leyendo los pósters que hay colgados y que ya casi me he aprendido de memoria. En la sala también hay un chico de mi edad, más o menos.

—¿Tú para qué vienes aquí? Pareces normal.

Su pregunta me hace sentir muy incómodo. Venir al psicólogo no es algo de personas normales o de personas no normales. A veces es incluso de personas privilegiadas porque no se le da la misma importancia a la salud física que a la salud mental y no debería convertirse en algo que solo unos pocos se pueden permitir.

—Me gustaría estar en clase y no aquí pero, ya sabes, lo necesito —digo intentando buscar las palabras apropiadas en todo momento.

Justo entra la recepcionista para decirme que ya puedo pasar a la sala y me despido del chico.

No sé cuánto rato paso hablando con Beatriz, mi psicóloga, pero me siento algo más liberado. Poder contarle a alguien mis pesadillas y que además ese alguien sea una profesional de la salud y pueda darte herramientas para sobrellevarlo es muy importante.

También me ha preguntado sobre mi nueva clase y cómo me encontraba con esas nuevas personas. Le he contado que todo iba bien por el momento y que no me estaba costando mucho esfuerzo integrarme. Además, en cuanto a los estudios, lo que estamos haciendo en clase es simplemente un repaso porque repetí el año. Tuve que dejar el instituto justo antes de los exámenes finales así que no pude acabar el curso por lo que pasó.

Cuando salgo de la consulta de Beatriz saco el móvil para buscar en Google Maps mi nueva dirección. Ya que no he ido al instituto por lo menos aprovecharé la mañana e ir andando me ayudará a despejarme y conocer los alrededores.

Camino rápido y sin darme cuenta estoy cerca del instituto. Miro el reloj y me doy cuenta de que es la hora del recreo así que lo más probable es que alguien me vea y no pueda pasar desapercibido.

Sin quererlo la veo a lo lejos. Está riéndose con sus amigas. Me cambio de acera para cruzarme con ella como quien no quiere la cosa, disimuladamente.

—Buenos días, vecina.

Cuando Mires Las Estrellas [En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora