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Siento la frialdad del suelo abrazando mi huesuda espalda, aquella frialdad que solo puede ser trasmitida por aquello a lo que llamamos seres humanos. Mis músculos se hallaban tensos, sentía que en cualquier momento me torcería del frío que me cargaba si intentaba mover mi cuerpo, como un cadáver, quizás era uno. Quizás ya me encontraba muerto y pagaba alguna especie de castigo por los errores cometidos en vida.

Vida que no recuerdo, todos mis recuerdos, lo que soy y lo que era, se habían esfumado, como si se tratara de nieve a la llegada del verano, el por qué sigo existiendo aun en el más allá eran preguntas incógnitas para alguien tan miserable como yo, aún más siendo alguien ateo, algo como un cielo o un infierno eran solo babosadas para mí.

Como dije, me sentía muerto. Pero no físicamente, más bien es algo mental. Por alguna razón asociamos el morir como algo negativo y terrible. Pero no soy capaz ni de sentir eso, la desesperación, las tristezas, el por qué estoy aquí, son cosas que están a lo muy lejos de que vaya a procesar.

Decido estirar mis brazos y piernas con intensiones de entregarme al universo único y místico, parecido a una manta negra sin fin. Con millones de secretos de por medio y cosas que jamás sabremos de aquí a que nos extingamos. Alzo mi mano arriba, directo al cielo donde se encuentran las constelaciones y hoyos negros, porque es de lo único que estoy seguro que es real. No como las religiones, que también esconden una variedad de secretos y cosas que nunca sabremos, pero se excusan de la fe como comprobante de realidad.

Me quedo así aproximadamente uno 5 minutos, bajo mi mano porque ya siento como esta se queda sin sangre debido a la gravedad, me pregunte si en el más allá era capaz de existir una gravedad, y es ahí cuando me percato del aire que aún entra por mis fosas nasales, para después ser expulsadas como dióxido de carbono. Es así, estoy respirando. Como un humano lleno de vida, además. Sera que sigo vivo, ¿eso es bueno? Ni idea, pero quería comprobarlo. Ya que aún no tenía idea de porque solo veía negro.

Levanto mi espalda y quedo sentado, procesaba un poco toda esta situación. Si hay suelo debe de haber paredes, si hay paredes debe de haber una puerta. Me pare lentamente evitando cualquier tipo de calambre. Acostumbrándome a mantener el equilibrio una vez ya parado, comienzo a moverme, cuidadosamente doy un paso al frente, un paso corto, pero tentado en hallar algo, cualquier cosa. Lo que sea. Algo que no me costó mucho ya que rápidamente termine chocando con los que parecía ser un muro. Camine hacía otro lado más y nuevamente choque casi al instaste con otro muro, cambie la dirección, mismo resultado. Y aquello una y otra vez. Ya me estaba desesperando al pensar que quizás esto no era ningún cielo o infierno. Y quizás aun sigo vivo.

Impulsivamente toco mi cara con intensiones de sacarme aquello que tapaba mis ojos, clavo mis uñas en un extraño barro que los cubrían, asco, pensé. Retirándolo todo comienzo a abrir poco a poco mis ojos acostumbrándome a la rojiza luz que alumbraba la pequeña habitación en la que me encontraba.

Espero un momento a que mi ardorosa vista deje de ser borrosa. Una vez lograda la meta, quedo expectante a todo a mi alrededor.

Era una habitación de 4 paredes, techo y suelo. Nada más que eso. Lo que más me extrañaba de todo esto era el intenso color rojo que tachaba todo este sitio, nada que no fuera de ese llamativo tono.

―¿Qué carajos?― pensé.

𝙻𝙰𝚂 𝙿𝙰𝚁𝙴𝙳𝙴𝚂 𝙽𝙾 𝙼𝙴 𝙴𝚂𝙲𝚄𝙲𝙷𝙰𝙽Donde viven las historias. Descúbrelo ahora