CAPITULO 3 LA CONFESIÓN

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Betty vagaba por las calles de Cartagena sin rumbo fijo. No podía creer en la encerrona que le hizo su papa y Michell. Había intentado amar a Michell, pero era imposible, llevaba a Armando clavado en su corazón. Empezó a notarse fatigada, cuando oyó como unos cánticos. Se acerco y vio que salían de la iglesia que se encontraba delante de ella. Entro y se refugio en ella. Detrás de una columna había un banquito, estaba oscuro y el pequeño santuario que había enfrente de ella estaba también oscuro. Se sentó llorando, mientras un coro cantaba la última canción por la alegría del nacimiento del Niño Dios.

Toda la gente congregada de la iglesia beso los pies del niño Dios y se fueron marchando lentamente, dejando la iglesia vacía. Nadie reparo en ella.

La iglesia se quedo poco a poco en silencio. El padre Jaramillo vio a la última persona que fue a besar los pies del niño Jesús. Era un hombre vestido de negro y con barba. Se acerco y beso los pies del niño Dios.

H: Padre podría pedirle un favor. - El padre limpio los pies del Niño Jesús. - (Nota autora: P.J significa Padre Jaramillo.)

P.J: Claro hijo, dígame que necesita. Soy el padre Jaramillo.

H: Me gustaría que me diera la extrema unción. - El Padre Jaramillo se sorprendió ante tal petición y más en estas fechas tan señaladas. -

P.J: ¿Se esta muriendo hijo?

H: Prácticamente soy un muerto en vida. ¿Podría darme la extrema unción? Pues siento que cada día que pasa mi vida se apaga. - El párroco comenzó a apagar las luces de la Iglesia y el hombre lo acompañaba. -

P.J: Sí usted siente que su vida se acaba, yo le daré la extrema unción, pero antes debe confesarse.

H: Claro que si padre. Como usted disponga.

P.J: Vamos al confesionario...

H: Armando, me llamo Armando Mendoza y prefiero confesarme ante el niño Dios y su madre, sino tiene ningún inconveniente.

P.J: Esta bien hijo, como usted quiera. Déjeme cerrar las puertas principales. Cuando usted se vaya cerrare las laterales.

Las llamas de las velas hicieron que Armando se sintiera mejor, espero a que el padre Jaramillo regresara de cerrar las puertas.

P.J: Pues usted me dirá hijo. - Las voces retumbaban por toda la Iglesia, pues estaba vacía y había mucho eco. - Santigüémonos hijo.

A: Ave María Purísima.

P.J: Sin pecado concedido.

A: Padre Jaramillo, yo me arrepiento de todo lo que he hecho en mi vida.

He sido un mal hombre, he pecado de codicioso y ambicioso, para ser presidente de una gran compañía de moda. Me comprometí en matrimonio con una mujer a la que no amaba, solo para obtener su voto.

Engañe a los socios de la empresa para seguir como presidente, pues mi plan para ser presidente tenia fallos y no podría llegar a mis metas.

Por esa época contrate a dos secretarias, una impuesta por mi recién estrenada novia para que me controlara y le informara de todos mis pasos. Era bonita, pero sin una neurona en el cerebro y la otra secretaría, que iba muy mal arreglada y mal peinada. Todo el mundo se reía y burlaba de ella por lo fea que era. Ese ángel que me envió Dios, fue la solución de muchos de los problemas que tuve en la empresa. Es una mujer muy inteligente, honrada, honesta, bellísima persona. Ella es una brillante economista. Ella me ayudo a que mi plan de negocios se sostuviera frente a los socios de la empresa y me advirtió de todos los riesgos que corría, pero no le hice caso y fui dando palos de ciego hasta llevar a la empresa a la bancarrota. Ella poco a poco se convirtió en mi amiga, mi confidente y mi mano derecha. La ascendí a asistente de presidencia y hacia ese trabajo y el del vicepresidente financiero. Me aproveche de su sabiduría y le pagaba una miseria. Puse una empresa a su nombre para que pudiera embargar mi empresa en caso de problemas económicos.

Una Navidad inesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora