El universo atrapado en tus ojos

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Era impresionante lo simple que se veía el cielo, pero si lo mirabas por un poco más de tiempo ya no parecía tan simple, si estabas unos cuantos minutos ya te llenabas de dudas y al cabo de unas horas ya no sabías absolutamente nada de nada

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Era impresionante lo simple que se veía el cielo, pero si lo mirabas por un poco más de tiempo ya no parecía tan simple, si estabas unos cuantos minutos ya te llenabas de dudas y al cabo de unas horas ya no sabías absolutamente nada de nada.

Mina sabía muy bien que al final del día, por más cosas que hubiera aprendido, o la cantidad de nuevos datos que vió en la escuela, o incluso si había resolvió un acertijo complicadisimo... Bastaba para mirar a las estrellas para que recordara que no tenía la menor idea de absolutamente nada.

Con los auriculares en sus oídos, miraba el cielo, perdida en toda su ignorancia y asombrada por la complejidad escondida en lo que en los primeros segundos de observación no eran más que un montón de estrellas, de nuevo, Mina había entrado en ese trance que le provocaba tal vista y se había olvidado completamente del mundo.

Vivía en un pequeño pueblo, cómodo, acogedor, tan apartado de la ciudad que pocas veces había experimentado lo enfermizo de esta concentración de personas, pero la mayor ventaja era que el cielo brillaba más en aquel lugar, y se veía perfecto si se acostaba en el techo de su casa, tal como solía hacer y tal como estaba en ese momento.

Atenta a la vista, no escuchó a la pelinegra llegar a su lado, tampoco sus llamados.

La menor se cruzó de brazos, un leve mohín se instaló en sus labios, por más que mirara a la chica fijamente Mina estaba totalmente perdida en el universo.

Aún con los años, Nayeon seguía viendo a Mina brillar, pero no le daba tanta atención e importancia como cuando era pequeña, ya estaba acostumbrada luego de diez años de estar a su lado, lo tomaba como algo natural.

Se agachó a su lado, removió uno de sus auriculares y se inclinó sobre su rostro, ocupando su campo de visión completamente.

— ¡Mina! Te estaba llamando.

La castaña debajo de ella se concentró en los oscuros ojos de Nayeon, aquellos negros orbes que presentaban pequeños brillos constantes.

Nayeon tenía el cielo y las estrellas en sus ojos, y eran de las cosas favoritas de Mina.

— ¿Minari?

Nayeon se ruborizó por la mirada fija de su mayor en ella, esa expresión seria que no podía descifrar pero que encontraba irremediablemente atractiva y lograba acelerar su pulso y subir su calor.

— Qué lindo cielo —comentó Mina, aunque fue un pensamiento que escapó de su mente y surgió por sus labios sin su total permiso.

Nayeon no entendió que hablaba de sus ojos.

Se apartó de ella para mirar las estrellas, brillantes, que casi danzaban a su vista, si se concentraba un momento podía notar colores en lo que parecía la negrura del espacio, nubes de polvo estelar de kilómetros y kilómetros de largo y miles de millones de años luz de distancia acompañaban las brillantes estrellas, planetas y quién sabe qué otra cosa más se escondía en esa vista.

Sonrió, mostrando sus dientes.

Su hermosa sonrisa de conejo combinaba con sus ojos de Bambi por más que aquellas dos criaturas sean diferentes, encajaban en la perfección de su ser.

Si había una segunda cosa que distraía a Mina además del espacio, era Nayeon, y no pudo evitar quedándose mirándola todo el rato que la pelinegra estaba concentrada en la noche sobre sus cabezas.

— Sí que es lindo —murmuró Nayeon, su vista bajó de nuevo hacia Mina, encontrándose con los ojos almendra de la castaña.

La mayor se levantó para sentarse junto a Nayeon de forma cómoda, abandonando la posición que tenía acostada sobre el techo.

— ¿Pensabas en algo?

Mina negó.

— Tú siempre perdida en las las estrellas— comentó la pelinegra—. ¿No te preguntas a dónde va tu mente cuando estás tan perdida?

No había algo mejor para acompañar toda la ignorancia que les dejaba ver el cielo nocturno que las preguntas tan abstractas y que los obligaban o a filosofar o a responder de forma estúpida.

Con esas cosas ambas jóvenes podían pasar toda la noche, y ya lo habían hecho anteriormente, pero debían controlar esas charlas los días que tenían escuela, porque terminaban durmiendo en clase.

— Supongo que va a dónde le de la gana— dijo, optando por la respuesta estúpida—. En algún momento vuelve, siempre lo hace, pero no me dice a dónde fue— añadió, riendo con algo de gracia.

Nayeon acompañó su risa.

— Sabes... Tal como a ti se te pierde tu mente, a veces, a mí se me pierde el corazón.

La pelinegra bajó sus estrellados ojos de las galaxias lejanas para mirar los de Mina, quién se congeló dos segundos completos en aquellos universos.

Era curioso cómo estaba acostumbrada a aquellos ojos, luego de tantos años de amistad, pero lograban el mismo efecto que el universo que miraba todas las noches, esa fascinación, ese deseo de mirarlos más tiempo, e inevitablemente, esa sensación de dudas infinitas.

— Nayeonnie, ¿Dónde crees que va tu corazón cuando te pierdes? — dijo Mina, imitando su pregunta.

— Pues... — Nayeon apartó sus ojos de la castaña, mirando sus manos, comenzó a jugar con sus dedos, el rubor subió a sus mejillas—. Creo que va contigo, Mina.

La menor se sentía extraña con su propia confesión, ni siquiera sabía porqué lo había dicho, suponía que era tan facil hablar con su amiga que las palabras ya salían solas.

— Supongo que si encuentro a tu corazón a mí lado en algún momento lo cuidaría muy bien— murmuró la mayor, provocando una risa vergonzosa por parte de Nayeon.

— Sería un honor que lo cuidaras— dijo la menor, alzó su rostro hacia ella, su apretada sonrisa provocaba un ligero doblez en una de sus mejillas, en algo que no llegaba a ser un hoyuelo pero que era igual de lindo.

— Siempre— murmuró la mayor, sintiendo el aleteo de su corazón por hablar de algo como tal con aquella chica que le provocaba lo mismo que aquel cielo.

Y Nayeon podía jurar que Mina estaba brillando más que antes.

Y Nayeon podía jurar que Mina estaba brillando más que antes

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