La astronauta perdida y su universo

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Nayeon podría decir que todo momento junto a Mina era importante, pero claro que tenía días específicos, sucesos especiales para contarle a sus descendientes junto a aquel maravilloso muchacho

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Nayeon podría decir que todo momento junto a Mina era importante, pero claro que tenía días específicos, sucesos especiales para contarle a sus descendientes junto a aquel maravilloso muchacho.

Uno de esos sucesos, ocurrió durante año nuevo, quizás el más importante de todos, con una Mina de apenas diecinueve años y con Nayeon de dieciocho.

Cuando el reloj tocó las doce, y los vasos y copas se encontraban unos con otros en pequeños chasquidos, tantos al mismo tiempo que Nayeon los comparó con cascabeles.

Miró a Mina, a su lado, quién le sonrió, sus mejillas estaban rojas por el alcohol, chocaron sus copas para dedicarse el año nuevo.

Apenas estaba tomando el primer sorbo de aquella copa de champagne, que no le gustaba para nada, cuando sintió ella cálido aliento de Mina en su cuello, la grave voz de su amiga se escuchó susurrando sobre su oído.

— Necesito decirte algo.

Nayeon automáticamente asintió, giró un poco su rostro para verla, pero Mina estaba tan peligrosamente cerca de ella que se detuvo, mirándola de reojo.

— Afuera— dijo la otra, su rostro estaba serio.

Y tuvo un extraño miedo en su interior, las estrellas en sus ojos temblaron por aquel sentimiento.

No soportó más de un minuto la intriga, dejó su copa sobre la mesa y corrió su silla hacia atrás hasta que logró salir entre el pequeño espacio que había entre cada asiento con todos los invitados.

Siguió a Mina hasta su cuarto, no se sorprendió cuando el mayor salió por la venta de su cuarto enganchándose en la escalera que ella había instalado para facilitarle la tarea de subir a su techo para ver las estrellas, Nayeon la siguió, inconscientemente había comenzado a morder su labio por lo extraño de esa situación.

Ya en el techo, la fría brisa hizo que un escalofrío lo recorriera.

— ¿No trajiste abrigo? — preguntó Mina, al verla abrazar su cuerpo en un intento de calentarse, la mayor se quitó su saco, de mezclilla y con un tigre bordado en la espalda, por dentro tenía una tela bastante peluda que abrigaba muchísimo, la acomodó sobre los hombros de la pelinegra, quien le sonrió de forma pequeña y extremadamente bonita, haciendo que se congelara unos segundos.

— ¿Minari? ¿Qué querías decirme? — preguntó Nayeon, su voz sonó sutil.

Mina asintió, fue cuando reaccionó finalmente, buscó las manos de Nayeon, tomándolas suavemente, haciendo que las mejillas de la menor se tornaran rojas y las estrellas de sus ojos se multiplicaran.

— Nayeon, encontré lo que estaba buscando desde pequeña— dijo, la otra no entendió sus palabras, sus cejas se frunciera un poco.— No sé si tú ves todo lo que haces, Nayeonnie, no sé si lo haces a propósito... Pero te sale muy bien—la mayor sonrió—. ¿Sabes que eres lo único por lo que cambiaría todo el cielo, verdad? No me alcanzan los deseos de todas las estrellas fugaces para pedir todo lo que quiero para tí, Nayeon. Me dijiste que me dejarías cuidar tu corazón, y quiero hacerlo, Yeonnie, y lo cuidaré más que todo en el mundo, lo cuidaré más que a mi telescopio porque vale más que todas las estrellas del universo, porque tú vales más que todo el cielo y espacio completo. Pero sólo si me dejas hacerlo, Nayeonnie.

>> De pequeña quería descubrir una estrella, no me di cuenta que la tuve al lado mío toda mi vida sino hasta hace poco... Eres la más dulce estrella, Nayeon.

>> Lo que quería decir con todo esto es... Me gustas, mucho, más que ver el cielo, me gustas más que las estrellas y que todo lo del espacio. 

>> Podría decir que eres mi universo, Nayeon.

Se miraron a los ojos, ambas estaban muy ruborizadas, y la menor se mordía el labio para retener una risa.

Le encantaba cómo Mina había dicho tal confesión comparándola con lo que ella más amaba en el mundo, lo único que en toda su vida podría decir que había puesto toda su atención, su cariño y fascinación.

Y que dijeron que ella era más que todo aquello hacía que se sintiera extraño.

— Nayeon... — la voz de Mina sonó tímida—. Dime qué opinas de eso— murmuró.

Y es que Mina nunca supo cómo leer del todo bien a Nayeon, cuando creía saber algo sólo faltaba mirar aquellos ojos de universo para saber qué no sabía absolutamente nada.

— Mina, creo que también me gustas— confesó la menor, haciendo a la otra sonreír—. Pero me gustas desde hace tanto tiempo que nunca me dí cuenta que era así... No veo a nadie brillar más que tú, no encuentro a nadie con el que el tiempo valga tanto como cuando estoy contigo— rió con nervios, ni ella sabía que tales palabras podrían surgir de sus labios—. Y si yo soy el universo, tú eres mi astronauta perdida, Minari.

Ambas rieron, ambas estaban ruborizadas.

En el silencio ellas no buscaron palabras, estaban muy cómodas encajadas en el silencio de la otra, con su sola presencia, aliviadas por ser correspondidos, porque todo sea tan mutuo.

Eran el uno para el otro.

Fue Mina quién se acercó primero, había dejado de ver los ojos de Nayeon, porque le daban muchas dudas, en cambio, se había fijado en sus rosados labios, y fue la primera vez que fue hacia ellos, estaba segura de que no sería la última.

Se unieron en un beso suave, con los ojos cerrados, Nayeon no notó a Mina brillar más, pero sintió esa luz sobre su piel, un suave cosquilleo que contagió todo su cuerpo, una corriente eléctrica que recorrió a ambos.

Y la astronauta perdida se hundió más profundamente en su universo.

Y la astronauta perdida se hundió más profundamente en su universo

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