Prefacio

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Nadie supo de dónde vino Nayeon a este mundo

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Nadie supo de dónde vino Nayeon a este mundo.

Parecía que había aparecido de un momento a otro frente a la puerta de la casa de la familia Im, en una noche de una extravagante lluvia de estrellas.

Mientras miles volaban por el cielo, iluminando su tramo, una calló en la tierra, la pequeña, de lo que aparentaban apenas dos añitos, apareció en la entrada del hogar de la humilde pareja.

Los brillantes ojos de la niña los miraron, pero estaban lejos de lucir asustados, en cambio, tenían una seguridad que era poca veces vista incluso en gente adulta.

Ellos no tenían hijos, la mujer era infértil, y tener a esa pequeña en la puerta de su casa era una extraña bendición.

Por más que buscaron e investigaron, Nayeon parecía no venir de ningún lado, como si se viera creado de la nada.

Así que la registraron, la niña finalmente tuvo una familia, un nombre, y los Im pudieron tener su hijo.

No sospechaban que Nayeon era incluso más interesante que el misterio de su aparición.

A los tres años hablaba con la fluidez de un niño de diez, e incluso, usaba palabras que muchas veces confundían a personas adultas.

A la par de su habla estaba el que podía escribir sin problemas, y leer era su pasatiempo favorito, todo a la edad de cuatro años.

Aquella niña de brillantes ojos pidió ir a clases de baile, y se especializó en todo lo que la pequeña escuelita de aquel pueblo podía ofrecer, desde ballet hasta danza contemporánea, comedia musical y jazz; y fue esa danza lo único que interrumpió su gusto por la lectura, reemplazando todo por los pasos al ritmo de la música en su cabecita, bailaba todo el día, hasta le costaba ir al jardín de infantes y quedarse quieto.

A los cinco años apenas cumplidos Nayeon entró a la escuela primaria, por ser una niña sumamente avanzada para su edad.

Todos creían que la pequeña era una superdotada, cosa que no dejaba ser increíble, pero la realidad de que provenía de un lugar muy lejano del espacio era desconocida hasta para ella.

Fue en la primaria, en el  primer día, cuando conoció a Myoui Mina y lo primero que le llamó la atención de aquella sonriente chica, que quería ser amiga de todo el salón, era que brillaba.

Un halo que nunca había visto en nadie, de un color blanco casi plateado rodeaba toda su presencia.

No sabía qué significaba, pero le llamó la atención.

Por eso se quedó con ella.

Mina resultó ser muy buena, aunque no podía dejar de notar su brillo.

Una noche, luego de navidad, Nayeon la invitó a su casa, a ver por el telescopio que le habían regalado ese día (y que también contaba como regalo de su décimo segundo cumpleaños), y fue mientras la mayor miraba los astros por aquel lente que Nayeon finalmente preguntó:

— Minari-unnie, ¿Por qué brillas?

La chica hizo una mueca y se apartó del telescopio y miró su mano, buscó por sus brazos y bajó su vista hacia su pierna y su abdomen, revisando su cuerpecito.

— No me veo brillar— dijo.

— Yo lo veo. Lo noté el primer día en que te ví.

Mina alzó sus cejas hacia ella, sus ojos parecieron buscar algo entre su mente.

— Una vez... Papá me contó que la primera vez que vió a mamá ella parecía brillar.

Nayeon se ruborizó al pensar en comparar a las dos como una madre y un padre.

— ¿Dices que es como si fueras la mamá?

— Nop. Tú eres la menor, Yeonnie, tú serás la mamá.

— ¿Y... Tú serias el papá?

Mina asintió, le dedicó una sonrisa gomosa.

Nayeon se sintió extrañamente inquieta en su interior, una emoción que nunca había sentido antes, y se recostó sobre el techo de la casa donde se habían acomodado, mirando hacia las estrellas que encapotaban toda su vista.

Siempre se había sentido a gusto con el cielo, encontraba una extraña sensación de hogar en esas infinitas luces.

— Sabes, Yeonnie — dijo Mina, La menor se giró hacia ella para mirarla—. Tus ojos brillan. Brillan desde que te ví por primera vez, también.

Nayeon no pudo hacer otra cosa que sonreír, y Mina pensó que parecía un lindo conejito.

La pequeña Myoui volvió la vista al cielo, mirando las estrellas a simple vista.

— De grande me gustaría descubrir una estrella— comentó al azar.

— ¿No están todas descubiertas?

— Siempre queda algo sin descubrir— dijo la mayor, se volteó de nuevo a Nayeon, miró sus ojos, idénticos a todas esas estrellas—. Las personas no se dan cuenta de muchas cosas, siempre las ignoran sin querer y otro descubre eso que dejaron de lado.

Sus miradas no se desconectaron.

— Quizás tengas una estrella muy cerca y todavía no la descubriste— dijo Nayeon, sus mejillas estaban calientes.

— Supongo que tendré que prestarle atención en algún momento— dijo, volteandose de nuevo hacia el cielo— Dulce estrella, ¿Donde estás? — canturreó.

Nayeon rió.

— Así no es la canción.

Mina se encogió de hombros.

— Esa canción tiene que modernizarse, ya aburre, y no interrumpas mí canción— se quejó, exagerando su expresión de enojo.

Nayeon asintió, sin dejar de sonreír.

Pasaron la noche mirando el cielo y cantando canciones modernizadas, una al lado de la otra.

Pasaron la noche mirando el cielo y cantando canciones modernizadas, una al lado de la otra

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