Poché...
Diciembre, para la mayoría de las personas es el mes más especial del año, ese en el que todo es armonía, amor, felicidad, abrazos, besos. El tráfico agotador en la ciudad, las tiendas abarrotadas de gente, villancicos en cada esquina, los colores blanco y rojo predominando en cada lugar, gorritos puntiagudos, pinos adornando los lugares dándoles toques navideños a todo el mundo. Recuerdo que cuando era pequeña, me causaba ilusión reunirme con la familia, daban las doce y repartir abrazos a cada tío, a cada primo, a mis abuelos. Sonreía sin parar. La emoción que era romper el papel llamativo de los obsequios que nos traía el famoso hombre robusto de vestiduras carmín y larga barba blanca. Con el paso del tiempo, te vas dando cuenta que todo eso no es nada más que un montón de hipocresía disfrazada de calidez.
Pasaban los años y, ese montón de regalos bajo el pino se iban convirtiendo en menos. Y cada vez más había sillas vacías. Los tíos peleando las propiedades de los abuelos, unos primos peleando contra otros y solo quedaba uno, viendo hacia un lado y otro, sin saber de lado de quién estar, sin saber a quién apoyar.
Aun así, nada de eso tenía importancia para mí. Pues, aún había una silla en la mesa la cual estaba ocupada, oh bueno, eso fue hasta hace dos años atrás, pues esta es la segunda navidad en que esa silla está vacía y es la razón por la que más sillas se han vaciado. Ya no asisten todos los tíos, ni todos los primos. Unos peleados con otros y solo quedamos pocos que, sin importar nada, nos reunimos para festejar la navidad como a mi abuelita más le gustaba, todos unidos, adorando al niño Dios, celebrando su nacimiento, celebrando que, a pesar de las adversidades, a pesar de las enfermedades, seguimos vivos, siendo esa familia unida que solíamos ser.
Cada vez el 24 de diciembre parece menos 24 de diciembre, noche buena parece que ya no causa el mismo sentimiento en todas las personas. Pues, aún veo a mamá emocionarse por la llegada de dicha fecha, adorna cada espacio de nuestra casa, dedica semanas especialmente para hacer los adornos con los que dará algo de alegría al hogar.
9:00 Pm.
Extrañamente todos sentados a la mesa, las risas no paran, mi hermana habla a los gritos con una de mis primas mientras otro primo las molesta por ruidosas. Sonrío con melancolía al ver, en la punta de la mesa la silla vacía que más dolor me causa y detrás de ella, una urna en color oscuro junto a ramos de rosas, veladoras y una foto de mi abuelita en su fiesta de cumpleaños número 80. Ella está presente, conviviendo con nosotros.
Mis tías sirven los tamales en platos y los colocan al centro de la mesa. Hacemos una oración y nos disponemos a cenar.
Levanto la mirada y la veo sentada frente a mí con los ojos brillantes de emoción al verme.
He salido con Daniela los últimos cuatro meses, luego de haber durado casi medio año tratando de que me hiciera caso, aún no sé qué fue lo que hice para que ella haya aceptado tener algo conmigo y he caído en cuenta de que, lo que tenemos, no tiene un nombre y he pasado tantas veces por ese "No sé qué somos" que me aterra el que llegue a su fin y quedar en un "casi algo". Quiero a Daniela y la quiero para algo bien, la quiero en mi presente, pero sobre todo la quiero en mi futuro.
El patio de la casa se convierte en pista de baile, cada uno saca sus pasos prohibidos, unos imitando tiktoks, otros siguiendo patrones de coreografías. Tomo la suabe mano de mi acompañante y le regalo una sonrisa que de inmediato responde.
—Estás bien guapa —Susurro viéndola directamente a los ojos.
—Obvio no
—Obvio sí —
—Que no —
—Sí y ya. —Ella rueda los ojos en medio de una sonrisa.
Me encanta ver sus mejillas sonrojadas cada que le dedico halagos, cuando le digo lo hermosa que está, lo preciosa que se ve. Amo cada gesto que se dibuja en su rostro. Daniela es la mujer más guapa que habita el mundo entero, tan perfecta, su belleza me tiene cautiva, presa de ella. Siento una mirada puesta sobre mí y volteo al frente sin soltar la mano de mi chica.
Presto atención a las señales que, Alejandra, mi prima, me indica solo con la mirada y leves inclinaciones de cabeza. Por estar perdida en la belleza de la mujer a mi lado no había notado que cambiaron la música y ahora, frente a Daniela un cuerpo pequeño cuerpo moreno baila sin control moviendo las caderas al ritmo de reggaetón, sube y baja al ritmo de la música en movimientos que para ella son sensuales. No es una novedad para nadie que, sin importar el género, cada persona que me acompañe a algún evento familiar, Melisa tratará de llamar su atención.
Me pongo de pie llamando la atención de Daniela, le tiendo una mano la cual, toma gustosa y la guio hasta la salida de la casa, nos sentamos una al lado de la otra con los dedos entrelazados. Acaricio su mejilla despacio, demostrándole en ella lo mucho que la quiero, todo lo que significa para mí.
—No puedo creer que estemos aquí, tu y yo. Que me hayas dado una oportunidad.
—Yo creo que tú me embrujaste.
—No, tú a mí
—Pero si yo no tenía interés en ti al principio, no entiendo
—Pero te gusté hace un año, me hiciste el amarre y tuvo efecto retardado. —Sonreí. —¿Me das un beso? —Le pregunté.
—Está tu familia.
—No importa.
—No amor, que vergüenza con tu familia. —Rodé los ojos sin dejar de sonreír y besé su mejilla.
Eran casi las doce, las campanadas sonaban retumbando en los parlantes, todos gritaban al unísono la cuenta regresiva.
Diez
Nueve
Ocho
Yo no podía prestar atención a nada más que la mujer a mi lado. Sostenía entre una de sus delicadas manos una copa de champagne burbujeante. Las luces del arbolito contrastaban con el color avellana de sus ojos. Todo a mi alrededor desapareció, solo por verla a ella, por perderme en esa belleza. La conocí hace casi tres años, siempre hemos estado la una para la otra, yo sé que hay momentos en los que puedo volverla loca, en los que mi terquedad la hace desesperar, momentos en los que la he cagado, tal vez he llegado a ser hiriente con algunos comentarios, que, sin pensar han salido de mí sin una mínima intención de hacerla sentir mal. La amo, con cada parte de mí, sin medida, deseo que esté conmigo en cada momento, que me acompañe. Quiero crecer con ella, tomarla de la mano, apoyarla en todo, estar cuando ella lo necesite, ser su lugar, quiero ser todo lo que ella merece, deseo ser mi mejor versión para las dos.
Este año tal vez no recibiría obsequios, pero nada de eso me importaba pues, todo lo que deseaba para navidad ya lo tenía, frente a mí, luciendo tan guapa como siempre, permitiéndome amarla sin medida.
—¡Feliz navidad! —El grito de todos los integrantes de la familia me sacaron de mi nube de ensoñación, rodé la cintura de Daniela con mis brazos estrechándola en ellos.
—¡Feliz navidad baby! —Susurró en mi oído. No podía seguir teniendo esa duda rondando en mi cabeza, tampoco podíamos seguir en el limbo de nuestra relación.
—¡Feliz navidad chiqui! —Tragué saliva y sin soltarla susurré —¿Me concederías el honor de ser tu novia? —
Kuquiss Soria <3