Los cabellos rubios de aquella chica alta de largas piernas bronceadas se ondeaban por el aire llamando la atención de todos aquellos que se paseaban por la playa perdiendo su mirada en el escultural cuerpo de la muchacha. Era la típica modelo de revista de belleza, dueña de varias portadas de las mismas. Pómulos marcados, mentón elevado, grandes ojos azules, nariz pequeña y respingada, alta, bronceada, portaba la clase de curvas por las que cualquier hombre o mujer, haría lo que fuera por perderse en ellas. “Cualquier mujer" Cualquiera, menos Maria José Garzón, quién al verla, detallarla con su mirada entrecerrando sus ojos y prestando toda su atención en ella soltó un bostezo que hizo que sus ojos se humedecieran. Llevaba meses buscando la inspiración que, como si fuera arte de magia, había desaparecido de su ser causándole problemas con su manager al no saber cómo concluir su nueva colección de obras de arte.—Más de lo mismo. - Exclamó acomodando la boina roja sobre su cabeza. —Te pedí algo real ¿Es que no entiendes nunca lo que te digo? - Su humor cambió drásticamente, como todos los días. Desde aquella noche en el bar donde encontró a su ex-novia comiendose a besos con su antiguo “mejor-amigo”, No era la misma Maria José de antes, y se podía notar en como su sonrisa había desaparecido, y como su ego se había elevado hasta el cielo, haciendo que comenzara a tratar despectivamente a su fiel asistente.
—Me pidió modelos reales, señora Garzón. Ella es una modelo real, todas las que han desfilado para usted lo son, han trabajado para grandes marcas y...
—Y están llenas de silicona, Claudia. Dime ¿Para ti eso es real? Un cuerpo hecho a manos de un cirujano plástico dentro de un quirófano. Porque a mí no me lo parece. - Dejó salir un bufido sonoro mientras rompía en pedazos el currículum de la chica que seguía modelando para ella. —¡Siguiente! - Gritó, más por compromiso que por placer, ya estaba harta de estar ahí, todas las mujeres que se posaban frente a ella en trajes de baño diminutos, eran lo mismo, mujeres superficiales sin sentido del arte.
Por un par de horas más, en las que terminó justo como al principio, añadiéndole un humor de los mil demonios, abandonó aquel lugar solo con su teléfono de última generación en sus manos casi sin darle tiempo a Claudia para que la alcanzara, la pobre mujer corría detrás de María José con los brazos cubiertos de las pertenencias de la escultora y pintora, harta de su trabajo. Fue tanta su torpes que no vio a la castaña de ojos marrones que corría apresurada por los senderos cerca a la playa que chocaron sus cuerpos haciendo que todas las cosas que ambas cargaran, terminaran regadas por el suelo.
—¡Mierda, mierda! Lo siento tanto, venía distraída. - Se disculpó la desconocida ayudándola a recoger las cosas.
—No, yo lo lamento, no podía ver a causa de todo lo que cargo, me siento muy apenada.
—Déjame que te ayude. - Extendió una de sus manos para ayudar a Claudia, manteniendo ese agarre y perdiéndose en sus ojos claros. —¿Estás bien? -
—Sí... sí, lo estoy. - Murmuró nerviosa.
—¡Pero miren que bonito todo! - Alguien habló a sus espaldas. —¿Deseas que les traiga algo de beber, Claudia, y así se quedan aquí con sus chismes, o prefieres mantener tu mediocre trabajo y atenderme? - La castaña frunció su ceño al escuchar la forma tan cruel en la que Maria José le había hablado a la de ojos claros, girando sobre su propio eje dispuesta a encararla. Solo dispuesta, ya que al verla su cuerpo se paralizó por completo al ver aquellas esferas verdosas ardiendo en llamas. Si antes había visto una mujer hermosa en Claudia, ahora admiraba a una obra de arte, con el rostro tallado por los mismos Dioses Griegos. Sacudió su cabeza borrando esos pensamientos, pues, lo que aquella desconocida de cabellos exóticos tenía de hermosa, lo tenía de arrogante.