𝐑𝐞𝐬𝐩𝐥𝐚𝐧𝐝𝐨𝐫 𝐃𝐨𝐫𝐚𝐝𝐨 (𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐈𝐈𝐈)

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Tras haber sido emboscada, Sara fue capturada y llevada a un comerciante de esclavos, quien mandó a que la encerraran. Sin embargo, Sara sacó un pequeño cuchillo que había escondido dentro de su calzado, el cual utilizó para forzar la cerradura de su celda y liberarse. Procurando no ser vista, Sara logró escapar.
En cuanto retornó a la capital, se encontró con un escenario caótico: la capital se había convertido en el campo de batalla entre los guerreros y los encapuchados, los cuales estaban siendo apoyados por los guardias reales.
—Así que el rey por fin ha decidido mostrar sus verdaderos colores —pensó Sara.
Como los guardias reales estaban ocupados enfrentándose a los guerreros, Sara se escabulló entre la confusión, tomó una espada que se encontró en el suelo y entró al castillo. Se dirigió a los aposentos de su padre, quien, al verla llegar, esbozó una sonrisa burlesca.
—¿Por qué has venido? —preguntó el rey—. Pudiste haberte quedado viviendo como una esclava, pero has elegido ponerle fin a tu vida.
—Así que fuiste tú quien ordenó que me emboscaran —dijo Sara —. No me sorprende... Respondiendo a tu pregunta, he venido a tomar tu cabeza de una vez por todas.
—Pequeña insolente. Todo lo que has hecho hasta el día de hoy es inútil. El sufrimiento de los caídos en esta batalla servirá de alimento para la última gema que completará el arma que el oscuro construyó para mí. ¡Pronto obtendré el poder definitivo!
—¿Fue esa la razón por la que sacrificaste a mi hermana? ¿Por hambre de poder?
—No tiene sentido explicártelo. Alguien de sangre impura como tú jamás comprenderá el deseo de alcanzar la perfección, pues se trata de algo totalmente ajeno a ti. Yo, en cambio, al ser de sangre pura, puedo alcanzar el estado más superior del alma. ¡Me convertiré en un ser invencible y crearé un nuevo reino en el que yo seré un dios!
—En lo único que te convertirás es en un cadáver.
El rey Dyrann desenvainó la espada que llevaba en su cinturón y se defendió del ataque de Sara, quien se había abalanzado hacia él con la intención de cortar su cuello. La lucha entre un rey y su hija se había desatado.


Momentos previos al desencadenamiento de la batalla, Golden fue atendido por el médico y, una vez que ya se sintió mejor, regresó a la capital junto con los otros guerreros.
En cuanto llegaron, observaron que se encontraban en medio de una feroz batalla. Golden ayudó a uno de los guerreros que se estaba enfrentando a un guardia real y le preguntó qué estaba sucediendo.
—El rey nos ha traicionado —dijo el guerrero—. Mandó a sus guardias a apoyar a los siervos del Ojo del Abismo.
En eso, Golden vio que una flecha se acercaba a él, por lo que usó el resplandor azul para destruirla. Se trataba de aquella mujer que se había hecho pasar por una pobladora en peligro, la cual se veía bastante enojada.
—¡Jamás te perdonaré! —gritó la mujer a la vez que se preparaba para disparar otra flecha.
Golden deshizo fácilmente el arco de la joven, quien tomó la espada de uno de los guerreros caídos y trató de atacarlo. La espada de la mujer terminó rompiéndose al hacer contacto con el aura azul que envolvía a Golden.
—Es suficiente —dijo Golden—. No me vencerás.
—Aun así, he de intentarlo —replicó la joven entre lágrimas—. Me arrebataste al hombre que cuidó de mí. Sin él, ya no tengo un lugar al cual regresar...
La mujer apretó su puño y golpeó débilmente el pecho de Golden, quien ni siquiera se molestó en cubrirse. El llanto de aquella joven le hizo darse cuenta de que, en cierto sentido, no era tan distinto al señor oscuro. Así como perdió a su familia por culpa del Ojo del Abismo, él había sido el responsable del sufrimiento de la mujer que tenía en frente.
—Lo lamento —dijo Golden.
—Ya no importa... —La joven se arrodilló y agachó su mirada —. No puedo vencerte. Después de todo, al igual que mi padre, tú también buscas transformar este mundo. Aquellos que buscan un cambio no pueden ser derrotados tan fácilmente... La hija de Dyrann se encuentra en el palacio. Si quieres salvarla, puede que aún estés a tiempo...
Golden se sorprendió por el repentino apoyo de la joven. Pensando en la seguridad de Sara, Golden agradeció el gesto de la mujer y corrió hacia el palacio real. A medida que se alejaba, la joven observaba su silueta desvaneciéndose poco a poco, pensando en las palabras del señor oscuro: "Cuento contigo, hija mía."
Mientras tanto, Sara seguía enfrentándose a su padre. El rey Dyrann era muy habilidoso con la espada, por lo que Sara apenas podía protegerse. Debido a un mal paso, Sara perdió el equilibrio y fue derribada por el rey.
—La victoria es mía —dijo el rey—. Nunca tuviste oportunidad de ganarme.
Recordando el tiempo que pasó con Golden desde su primer encuentro, Sara apuntó la palma de su mano hacia el rey.
—¿Acaso quieres que me detenga? —preguntó el rey—. Es demasiado tarde. Le pondré fin a tu patética existencia.
Entonces, un pequeño resplandor azul surgió de la mano de Sara, destruyendo la hoja de la espada del rey Dyrann. Acto seguido, Sara cortó la mano de su padre con un movimiento veloz de su espada. El rey se retorcía de dolor y, al ver a Sara levantando su arma, comenzó a desesperarse.
—¡Piedad! —suplicó el rey.
—¡¿Osas rogar por tu vida después de todo lo que has hecho?! —reclamó Sara.
En eso, Golden llegó al lugar en donde se encontraban Sara y el rey. Ante él, el ciclo del odio estaba por repetirse.
—Sara... —dijo Golden mientras daba pasos lentos pero firmes y mostrando un semblante teñido de determinación, aunque con matices de tristeza—. Podemos ser mejores que esto.
—La asesinó... —dijo Sara sin apartar su mirada del ya derrotado monarca y apretando la empuñadura de su espada—. ¡Él mató a mi hermana!
—¿Acaso su muerte sanará las heridas de tu corazón? —replicó Golden.
—He de acabar con esto... —susurró Sara mientras agachaba su mirada.
—Es verdad —dijo Golden—. De alguna u otra forma, él pagará por sus crímenes. Eres tú, sin embargo, quien decidirá el final de esta lucha. Si crees que este es el camino correcto, no te detendré.
Si bien Golden quería salvar a Sara del camino de la venganza, no se sentía en posición de detenerla. Estaba dispuesto a aceptar cualquier desenlace.
Sara pensó en lo que Golden acababa de decirle. Aquello que creía que la impulsaba era el deseo de venganza hacia su padre. No obstante, cuando fue recibida en el pueblo cercano al río en el que cayó, encontró una calidez que la salvó de perderse en su odio. De ese modo, su sed de venganza pasó a convertirse en un deseo de proteger a los pobladores del reino. Aquello era lo que Golden admiraba de ella, así que, a fin de ser fiel a la imagen que él tenía de ella, debía elegir superar al tirano de su padre.
—Rey Dyrann, pasarás el resto de tus días en un calabozo —dijo Sara—. Vivirás siendo incapaz de alcanzar la perfección que tanto anhelabas. Ese será tu castigo.
De pronto, un fuerte temblor sacudió toda la capital. El hombre moribundo que había emergido del abismo hizo brotar de la tierra una gran llama roja.
—¡Escucha mi llamado! —exclamó el hombre—. La sombra que engulle todo a su paso, aquel que persigue a la luz, el presagio de la calamidad... ¡Sal y devora las estrellas, Dahur Da Mughar!
La llama carmesí se expandió, consumiendo al hombre que la había invocado, y ardió hasta extinguirse, dejando un enorme agujero en el suelo. En lo profundo de ese agujero, podía observarse un gran ojo rojo. Entonces, una gigantesca serpiente negra salió de aquel hoyo y se elevó por los cielos. La bestia era tan vasta como una montaña y emitía unos sonidos que ensordecían a los atónitos espectadores. En el interior de su boca repleta de colmillos, el siniestro ojo rojo se mantenía al acecho. De pronto, la monstruosa criatura empezó a desplazarse por toda la capital, destruyendo todo a su paso.
—Es el fin... —dijo uno de los guerreros—. No hay manera de que sobrevivamos a eso.
Encontrándose aún dentro del castillo, Sara y Golden escucharon unos fuertes ruidos que provenían del exterior y que hacían trepidar cada rincón del castillo. De repente, y sin que pudieran anticiparlo, el terrible monstruo del ojo rojo rompió las paredes del castillo. Aterrado, el rey Dyrann miró a aquella bestia que se hallaba justo por encima de él. Sin darle la oportunidad de articular alguna palabra, la serpiente devoró al rey en un abrir y cerrar de ojos. Golden y Sara se apresuraron en escapar, pero la bestia les bloqueó el paso.
—¡¿Qué haremos?! —preguntó Sara.
—¡Huye de aquí! —dijo Golden—. Trataré de mantener ocupado a ese monstruo.
—¡Es imposible! ¡No voy a abandonarte!
La serpiente interrumpió la pequeña conversación de los jóvenes con una embestida que apenas consiguieron esquivar. Entonces, el ojo del monstruo lanzó un rayo que redujo a cenizas una parte del palacio, provocando que Golden cayera al vacío. Enfurecida y desesperada, Sara intentó hacer frente a la bestia con su pequeño resplandor azul, mas sus esfuerzos fueron infructuosos, pues la serpiente ni siquiera se inmutaba lo más mínimo.
—Se acabó... —pensó Sara, quien con su llanto fue perdiendo la poca esperanza que le quedaba.
El cielo se había tornado completamente oscuro y solo podía distinguirse el abominable ojo de "aquello".
Cuando todos ya se habían dado por vencidos, una luz azul mostró a un joven salir de las cenizas de un palacio destruido. Era Golden, quien se colocó delante de Sara para protegerla.
—Todo estará bien —dijo Golden—. No permitiré que pase sobre mí.
La bestia avanzó directamente hacia Golden, dispuesta a devorarlo. Manteniéndose lo más sereno posible, el joven mago generó su luz azul. Si bien esta era poderosa, no podía frenar el avance del monstruo. Recordando las enseñanzas de su maestro, así como su última plática con su madre, Golden se dijo a sí mismo que no volvería a ausentarse cuando alguien querido estuviese en peligro y que usaría su poder para purgar todo mal del mundo.
La luz azul fue transformándose en un majestuoso rayo dorado que cegó el ojo de la serpiente y deshizo cada fibra de su colosal cuerpo. Dahur Da Mughar jamás volvería a surcar los cielos y un nuevo y brillante horizonte alumbró los corazones de todas las personas, devolviéndoles la esperanza.
Sara se incorporó y tomó la mano de Golden. Ambos supieron de inmediato que, finalmente, encontraron a la persona con la que habían soñado, su resplandor dorado...

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