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Entonces, en aquella abandona azotea se convirtió en nuestro lugar de encuentro. Siempre siendo después
de las seis. Wei Ying estaría sobre aquellos barandales observando tranquilamente como las luces de la ciudad se encendían. Mientras que el sol de la atardecer delineaba su figura, y me volvía a hipnotizar.

Dejándome crear imágenes tan naturales de él, un ser que había vivido mucho más de lo que yo lo había
hecho. Encadenado a ese destino sin siquiera Wei Ying poder retroceder.

¿Era así la vida de los seres más hermosos?

Arrinconados por el mundo, sin las posibilidades de una elección sincera. Envenenados por la soledad, sin
capacidad de una cura.
No quería eso para él.

¿No sabía que dormías de pie, A-ning?” lo escucharía decir, sin abandonar aquel tono divertido de su voz,
mientras rodeaba mi cuerpo hasta quedar frente a mí. Con la cabeza levemente alzada para poder que
nuestras miradas se conectaran.

¡Lo, lo siento! , solo, solo, solo…” Una simple disculpa no era suficiente, sin tener el valor de decir su nombre, ni siquiera me atrevía decirle que él era el factor de mis pensamientos, con tan solo verlo, era embobarme y dejarme
llevar por su imagen. Era imposible decir eso.

Wei Ying reiría por mis acciones, y todo los miedos desaparecerían, al verlo tan feliz. Tomaría mi antebrazo,
arrastrándome hasta el borde del edificio, en donde nos sentaríamos para compartir un poco de nuestras
vidas como cada noche. Historias de aventuras que tuvo en el pasado, guerras de las que fue participe, y
un héroe; mientras que yo, solo sabría decirle de mi aburrida vida como un mortal en crecimiento. Una
vida ya programada, y de la que me desvié un poco.

No nos lamentaríamos de nuestros caminos, solo continuaríamos observando las estrellas y haciendo
suposiciones para lo que sería el día siguiente. Si el clima estaría a nuestro favor, o nos golpearía una
tormenta, alejándonos de la azotea.
Reír o llorar, correr o saltar en aquel techo, se convirtió en las acciones que relajaban nuestro ser.

Adormeciéndonos cuando el frío de la madrugada se colaba entre nuestros abrigos. En una esquina de
aquel techo, entrelazamos nuestros dedos, dejando que nuestras cabezas se apoyaran entre ellas.

Dormimos confiando en el otro.

El Recuerdo En Sangre Fría, NingXianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora