Sin dejar de sonreír, finjo siempre que todo está bien, que todo está en su lugar, pero no es cierto. Todos logramos cubrir esa tristeza que toma lugar en nuestras vidas en determinado momento, la cubrimos con risas, risas provocadas de momentos felices que nunca faltan, aunque el mundo sea un infierno dentro de nosotros; y es que ese momento feliz, donde sonreías a gusto, acaba cuando estás solo y recuerdos vienen a ti, como parte del día. Ese es el momento en el cual te derrumbas, y ese dolor que la mayoría solo lee en historias o escucha en películas, se instala dentro de ti, justo en el pecho, a unos centímetros más a la izquierda que el centro.
Recuerdas promesas, promesas dichas, pero que nunca se cumplieron, y que, en el momento justo, supiste que no se cumplirían nunca. Como cuando una niña se emociona al terminar sexto grado y quiere que su abuela vea lo bien que de seguro le queda el uniforme de secundaria; o cuando la pequeña, emocionada por sus quince años cuando apenas tiene diez, le dice a su abuela que quiere fotografiarse junto a ella mil veces para tener muchos recuerdos; e incluso que tendría que verla dar su primer concierto cuando se graduara, porque se lo dedicará a ella. Pero se va, toda la felicidad desparece en un momento, todas las promesas se convierten en mentira; la abuela no verá a la niña con su uniforme de secundaria, ni estará presente en el cumpleaños número quince, y tampoco podrá asistir a su primer concierto luego de graduada.
Con apenas doce años, la niña sintió el peor dolor que alguien puede sentir, con doce años, una niña que tenía muchas promesas con su persona favorita, sintió como se le derrumbaba el mundo, supo que la vida no siempre estaba a favor de las sonrisas; y a partir de los doce años, esa niña creció con una herida incurable, una herida que por más de que trataras de cerrarla, en algún momento la mente traiciona y la herida se vuelve a abrir, porque la mente y el corazón están conectados.
Hoy, esa niña cumplió ya sus quince años; hoy, esa niña recibe mucho amor; hoy, esa niña sonríe con amigos, lee, escucha música, baila, escribe. Pero justo en este momento, a esa niña se le ha vuelto a abrir esa herida y no puede parar de llorar mientras mueve sus dedos sobre el teclado; justo en este momento, a esa niña le duelen los recuerdos, como si hubiera sido hoy, el día en que todas las lindas promesas se convirtieron en dolorosos recuerdos.
