Capítulo 3: Febrero 1990

2.8K 338 4
                                    

Febrero 1990

Odette era una mujer esbelta y aventurera que siempre había estado muy segura de sí misma. Esa misma seguridad se la había transmitido a su hija Annie, enseñándole a valerse por sí misma y a no depender de nadie, sobre todo después de que su marido las abandonara. Eso era algo que Odette no entendía: un matrimonio puede romperse por diversas razones, pero a una hija no se la abandona nunca.

Pero como si el destino se riera de ella, Odette recibió esa mañana la llamada de su ex marido diciéndole que estaba en la ciudad. Nada más colgar el teléfono, Odette tuvo que sentarse para no caerse. De pronto le temblaba todo el cuerpo, como si algo dentro de ella acabara de despertar. Ah sí, era el odio.

Cuando Odette llamó a casa de su hija, Eric respondió al otro lado de la línea con voz ronca. El joven había pasado la noche en casa de Annie, por lo visto llevaban viviendo juntos unas semanas pero Annie no se atrevía a decírselo a su madre, quizás por vergüenza o quizás porque ni ella misma sabía qué era esa relación, lo que estaba claro es que ya no eran solo compañeros en el proyecto y que la palabra amistad se quedaba corta... ¿en qué los dejaba eso?

—Buenos días —dijo Eric despertando a Annie que dormía a su lado—. Ha llamado tu madre, dice que es importante que vayas a verla.

—¿Has hablado con mi madre? —preguntó Annie poniendo los ojos como platos y levantándose de la cama mientras miraba la hora en su reloj de muñeca—. ¡Mierda, son las doce del mediodía!

Era común en ellos dormir hasta bien entrado el mediodía porque las horas de la tarde se las dedicaban a sus respectivos trabajos y las de la noche al proyecto. Al final solo tenían poco más de una hora para ducharse y comer algo. Pero a ninguno de los dos parecía importarle demasiado porque les encantaba pasar tiempo juntos y sus avances habían logrado llamar la atención de varias empresas y sobre todo revistas de ciencia y periódicos.

La noche anterior en concreto la habían pasado leyendo diferentes libros de Botánica que Annie había mandado a pedir a París en una librería de su ciudad. Los libros tardaron poco más de una semana y media en llegar y cuando los tuvieron en sus manos se quedaron absortos en la lectura. Mientras tanto los brotes de cerezos permanecían a buen resguardo en los invernaderos de la casona.

Después de la ducha y del almuerzo, Annie dejó a Eric en su trabajo y continuó conduciendo hasta su antigua casa donde vivía su madre recién jubilada con Bastien, su marido dos años menor que ella, divorciado cuatro veces y sin un solo franco en la cartera. Era por eso que Annie siempre se había mantenido algo reticente con su padrastro.

Odette siempre había pensado que se debía a que Annie pensaba en Bastien como el sustituto de su padre y que eso le provocaba celos. Pero en realidad es que Annie no se fiaba ni un pelo de las intenciones de ese señor y a pesar de que su madre era una mujer hermosa con un corazón de oro, no creía que el amor fuese la razón por la que él decidiera casarse con ella. Más bien por el dinero que cobraba a fin de mes como pensionista después de haber sido funcionaria del Estado por muchos años. Pero Annie temía que si le mencionaba a su madre sus sospechas podría herir sus sentimientos y al fin y al cabo solo eran sospechas, ¿y si era un buen hombre enamoradísimo de su madre y ella lo estropeaba todo? Por eso Annie siempre había preferido mantenerse al margen.

Cuando Annie llegó a casa de su madre se alegró de que Bastien hubiese salido, normalmente no salía nunca. Y cuando abrazó a su madre la notó algo temblorosa, la tomó de las manos para mirarla fijamente a los ojos y notó que estaba sudando a mares. La preocupación en los ojos de Annie se hizo evidente y Odette no quiso alargar más la situación, así que dejó caer la bomba.

—Cariño, tu padre ha venido a verte, está en el salón.

La cara de preocupación de Annie cambió a una de asombro que inmediatamente volvió a cambiar a una de extrema diversión. Parecía que alguien le hubiera contado un chiste. No paró de reír hasta ver las lágrimas en los ojos de su madre. Entonces se dio cuenta de que no era una broma y su cara volvió a cambiar una vez más cuando vio a su padre aparecer por el pasillo.

Su padre, Erwan Lombard, había vuelto desde Toronto tras leer el nombre de su hija y el de otro muchacho en un periódico internacional y luego en otro local. En la noticia aparecía una foto de Annie en la que reconoció como la casona de su ex suegro. Y entonces sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda y tuvo que dar una gran bocanada de aire tras sentir que algo le oprimía el pecho. Ese algo era la culpa. Sin duda Annie era una señorita muy guapa e inteligente, debía felicitar a Odette por ello. Pero le comían los remordimientos por haberse perdido gran parte de la vida de su hija.

La primera excusa fue que el trabajo lo mantuvo muy ocupado, la segunda es que el tiempo y la distancia habían hecho mella en su relación con Odette y la tercera es que después de tantos años no había encontrado el valor para volver y enfrentarse a sus miedos. Pero lo había hecho. Estaba allí de pie contemplando a su hija que lo miraba fijamente como si de un fantasma se tratara. Esperó a que ella le gritara, que llorara y que quisiera matarle, pero entonces salió del embobamiento que le producía mirar a su hija ya adulta cuando escuchó un portazo.

Annie había salido de nuevo a la calle, en un intento de asimilar que realmente no era un sueño. Su padre había vuelto.

 Su padre había vuelto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cerezas en marzo 🍒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora