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ཻུ۪۪⸙                 
【န━━━━━~ န ~━━━━━န】
Are you
【န━━━━━~ န ~━━━━━န】

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—Eres tu—. Dijeron al unísono los chicos causando cierta impresión entre los presentes, era imposible que se conocieran, ella vivía a medio desierto y el vivía en un palacio.

Después de varios segundos de observarse y ser observados los chicos reaccionaron e inclinaron la cabeza como se debía.

Mi señor” Dijo la chica y se inclino levemente, Paul le respondió también con una pequeña reverencia.

Leto y Jessica se observaron y al final la mujer hablo. —¿Porque no les damos tiempo, para que se conozcan? Los herederos de un imperio, deben...—La mujer vaciló un poco al sentir la mirada de su esposo y de su hija sobre ella.  —Socializar—. Concluyó finalmente, pero era lógico que no quería decir eso. Leto asintió y dejo marchar a ambos jóvenes.

Paul la observo, observo a la chica que tenía de frente a el y su voz de reconocimiento resonó en sus oídos “Eres tu” Era ella. La que había soñado y que lo había atormentado en sueños, no tenía que. No había necesidad de presentarlos, ya se conocían, la reina del desierto y el profeta prometido de tierras lejanas ahora juntos viéndose a los ojos como si nada importara más. Cómo si el mundo entero de pusiera en pausa y solo importarán ellos.

Paul la observo, jamás había visto otra cosa más preciosa y delicada a vez. Delicada pero fuerte. Un tipo de fortaleza que la daba el dolor y el tormento, así era, no era romántico, era como había sido, Paul la recorrió con la mirada deleitando un poco en cada parte, su cabello largo y castaño, sus ojos redondos y lindos, su tez delicada y pálida. Hasta que decidió decir algo.

—Eres tú—. Fue lo que de sus lágrimas salió, un reconozco y tal vez una promesa. —Miranda—. Su nombre resonó en el silencio que les rodeaba como una melodía suave y armónica.

Paul—. La voz de ella era dulce, suave y estética, encajaba a la perfección, una perfección única, Paul sintió sus sentidos encenderse, era un motivo más, no lo habían traído a morir o quizá si. Todos venían al mundo con un propósito y así lo dictaba la ley, así era y así sería por siempre.

Se quedaron un tiempo en silencio, no hacía falta palabras para lo que sentían, lo que sea que fuera, causaba en el chico una ligera sensación de satisfacción pero al mismo tiempo de deseo, de hambre.

Miraron el atardecer, dales tiempo, es lo que dijo Lady Atreides a el Amo y Señor, Dales tiempo, era lo que necesitaban, había tantas cosas que decir pero al mismo tiempo tantas cosas que hacer, pero también el silencio reconfortaba a ambos no solo a él.

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Miranda lo observo, lo había visto antes. Y la sensación que sentía la había sentido antes. Decidió hablar al ver qué ambos veían al horizonte.

—Arrakis es hermoso, es próspero pero es difícil para los extranjeros adaptarse, pero para los que somos de aquí, no nos podríamos imaginar otro lugar más hermoso y con tanta paz como está—.

Paul asintió levemente, se controlo y tomo aire. —Se ve que estás encariñada con tu país—. Tenía la voz ronca u segura, ambos jóvenes se observaron.

—Si, claro que estoy encariñada, es mi país, este lugar me dio una razón para vivir, un lugar para ser. Más que un pretexto es un lugar y es importante, después de un tiempo entenderás, encajaras y verás al desierto como yo lo veo—.

Ambos se volvieron a quedar callados mirando el horizonte y el atardecer, una mezcla de  matices de colores que destellaban como si los llamará.

Se quedaron así un momento, con miedo a moverse, como si tuvieran miedo a arruinar el momento que se formaba entre ellos, en silencio.

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Paul la miro. Deseaba memorizarla y mantenerla en su mente y memoria.

Deseaba memorizar cada aspecto de ella, su cabello, sus ojos, sus pestañas, la quería, la anhelaba, pero eran fantasías, solo eso y así se iban a quedar.

Paul había oído miles de historias sobre ella, sobre el demonio del desierto, sobre la chica perdida, sobre el fénix de arena, cada historia más increíble y aterradora como la otra, si tan solo esas historias, esos cientos, tuvieran un poco de realidad, estaría poniéndose en bandeja de plata a un demonio, estaría entregándose a un monstruo.

Pero la chica que tenía al lado, sentada con el observando en atardecer y las lunas, no se parecía a ninguna historia, simplemente parecía humana y ya.

Al chico le hubiera gustado gritar lo que sentía. Y de una vez por todas liberarse de sus cadenas, como un animal encerrado en una jaula durante mucho tiempo sin ver la luz y al final volver a ver la luz.

Cayó la noche.

Un estruendo se escuchó y recorrió el lugar, el escudo se cerraba y se hacía tarde.

—Mañana iremos a ver los productores de la especia, iremos a supervisar los tractores y las maquinarias, probablemente vaya con ustedes—. Anuncio Miranda poniéndose de pié. Paul también se puso de pie y tomo de la mano a la chica impidiendo que se fuera.

Un ligero temblor recorrió el cuerpo de la chica y sus ojos brillaron, le devolvió la mirada a Paul, los separaba un palmo de distancia, entonces Paul la pudo observar bien y ser consciente de ella, de sus ojos, de su rostro y del viento que agitaba su cabello, jugueteando con sus mechones, el chico se quedó observando, quizá el se movía o quizá era ella, o quizá se movían en prefecta armonía. —Quedate—. Susurró Paul a la chica, siendo consciente de su cuerpo y del de él.

Pudo sentir su aliento y su aroma dulce se su boca.

Radισacтιve【Dυηє】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora