PARTE I.
Verano de 1979.
“¡Sal a jugar!” Su abuela no podía entenderlo. Él prefería mil veces mantenerse en casa, frente al ventilador, perdiéndose en las páginas del nuevo ejemplar que le había regalado mamá, a salir afuera para correr y sudar sin sentido alguno. “¡Ve a la piscina o algo!” Mark había sido prácticamente obligado a tomar su bañador y fingir que emprendía el viaje a la piscina municipal del pueblo. La abuela sabía que no tenía demasiados amigos allí, ¿por qué se empañaba en patearlo de casa?
—¡Eh, tú, paliducho!.— podía sentir aún su estómago retorcerse atemorizado al escuchar las voces de esos chicos mayores que lo miraban con expresión interrogante todas las veces que tuvo que bajar solo a la plaza. Esos chicos le daban miedo. Parecían sacados de un video musical de los Sex Pistols. —¿Vas a la piscina?
—S-sí.
—Ala, qué bien, te acompañamos. — no recordaba sus rostros, ni sus nombres, en su cabeza solo había quedado grabado el sonido vacío de sus voces, sus risas desquiciadas cuando lo empujaron a un rosal en mitad del trayecto hacia la piscina.
Mark no sabía por qué lloró; si por lo ridículo que se sentía, lo que dolían las heridas causadas por las espinas de las rosas o porque habían arrancado sin compasión las hojas del libro que le había regalado mamá.
Aún las marcas de las lágrimas eran visibles en su rostro cuando llegó a la cancela del patio de la casa de sus abuelos. El enorme limonero seguramente lo miró apenado. Trató de recomponer las páginas hechas añicos donde apenas eran legibles los versos de una poesía acerca de ojos azules y amor.
Un sonido aparte de las cigarras y el murmullo de la televisión en la sala de estar lo obligó a girarse. Provenía del árbol. Por un segundo quiso pensar que era algún animal, lo que solo lo asustó aún más pues comenzaba a atardecer y no hubiera querido tener que enfrentarse a un rodeador maligno o algo por el estilo.
Demasiado cansado le dio la espalda, dispuesto a entrar por la puerta trasera y así evitar encontrarse con sus abuelos. Un golpe sordo en la hierba acompañado de un sonoro “¡auch!” lo hizo cesar su camino para girarse asustado.
—¿P-pero qué…? ¿Estás bien?.— el pequeño tendido en el suelo con el rostro compungido debía rondar su edad. No parecía mucho mayor. O al menos sus mejillas redondas lo hacían ver como una pequeña ardilla indefensa. Mark estuvo a punto de llamar a su abuelo. —Oye, ¿estás bien?
—¿Cómo voy a estar bien? Me he caído del árbol… auch, mi espalda.
—Y-yo… espera, ¿qué hacías ahí subido? ¡Podrías haberte matado!
—Uf, pareces mi madre. — el chico se incorporó con torpeza, quitándose los restos de hierba alojados en su pelo negro. Pese a la leve oscuridad que comenzaba a formarse, Mark fue capaz de distinguir algunas facciones de su rostro. Era lindo. Como una chica. —Solo quería coger unos limones.
—¡Eso es robo! ¡Te meterán en la cárcel…!
—No digas tonterías, nadie puede ir a la cárcel por robar un limón. Además, no lo he hecho, me he caído antes del árbol por tu culpa.
—No me culpes… ¡eres tú el que se ha caído!
—Lo que digas. Por cierto, ¿estás bien?.— los arañazos en sus brazos y rostro decían lo contrario pero Mark se limitó a asentir. El chico se encogió de hombros, apartando la vista para agacharse y coger un limón que había caído junto a él del árbol.
—No te lo puedes llevar.
—Cálmate, no lo voy a hacer.— observó al niño de nombre desconocido pero rostro angelical, partir el limón en dos para rebanar con cuidado una porción y extendérsela. Había quitado la cáscara amarillenta incluso. Mark no era un apasionado del sabor ácido de la fruta. Es más, apenas la tomaba más allá de las limonadas que preparaba su abuela. Dudó por unos momentos si tomar la porción o no. —¿Qué pasa? ¿No te gusta o qué? ¡Ah, ya! ¿Es por ese cuento de que no debes aceptar nada de desconocidos? Está bien, mi nombre es Donghyuck.
—G-gracias, Donghyuck. Yo me llamo Mark.
—Eso no suena demasiado coreano, Mork.
—Mark, se pronuncia Mark.
—Eso, Mork.— fue la primera vez que entendió que Donghyuck no era como el resto de niños del pueblo. Estaba sonriéndole, bromeando de una forma inocente con él. ¡Le había ofrecido un trozo de limón (aunque fuera robado del árbol de su abuelo)! Por ello, no tardó en adaptarse al gusto amargo que explotó en su boca al morder los gajos casi transparentes. —¿Qué le ha pasado a tu libro?
—Ah, se me ha roto.
—¿Se te ha roto o te lo han roto?
—N-no, nada de eso.— cuando le arrebató el ejemplar de las manos y se sentó con la espalda apoyada en el tronco del árbol, Mark tuvo que suponer que era una sutil invitación para sentarse a tu lado.
El tenue brillo de la luna que se colaba entre las ramas y la pobre luz que salía de la ventana anexa al salón de casa parecía suficiente para que Donghyuck pudiera armar las páginas destrozadas. Una vez terminado, le tendió el ejemplar con cuidado.
—No entiendo inglés, pero creo que las letras encajan más o menos así… léelo a ver.
—Es vergonzoso. Además debería traducirlo y…
—Venga, no me reiré de ti. Solo quiero escuchar lo que dice.
Mark aún recordaba ese viejo poema que hablaba sobre una pupila clavándose en otra pupila azul. Aún sentía la acidez del limón recorriendo su boca y la mirada atenta de ese chico de pelo oscuro que lo miraba anonadado leer los versos de un poeta extranjero.
Acabó acostumbrándose al regusto amargo del limón.
Y también a Donghyuck.
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lemon taste ✰𝗺𝗮𝗿𝗸𝗵𝘆𝘂𝗰𝗸
FanfictionMark aún podía notar el sabor del estío de sus quince años en la punta de la lengua; agradable pero amargo. Como el limón que crecía en ese limonero. Agradablemente amargo; como Lee Donghyuck y su rostro angelical. ᱺ la historia NO ME PERTENECE, sol...