Capítulo 2

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El Bosque de Boulogne era tan desproporcionadamente grande que era imposible recorrerlo entero de una sentada. Con sus más de ochocientas hectáreas era un pulmón vigoroso y vibrante en la ciudad de París, un lugar idílico en el que perderse o un recóndito laberinto de pesadilla. Todo dependía de la cobertura del móvil.

Después de un corto trayecto entre el instituto y el parking del parque Bagatelle, una de las áreas del Bosque de Boulogne y la única que tenían permitido explorar, el autobús se detuvo haciendo giros toscos para encontrar espacio entre las filas de autobuses que habían ya estacionados. Antes de descender del vehículo, Marinette pudo ver que algunos eran de turistas, pero había muchos otros que, al igual que ellos, pertenecían a otros colegios e institutos que también debían tener actividades por allí.

Antes de que nadie tuviera la oportunidad de escaquearse o hacer grupitos a su propia cuenta y riesgo, la profesora Hémery los guió a todos al frente del autobús, justo en la acera, y los hizo formar en corrillo con la rigurosidad austera de una general militar.

—Ya lo dije antes de que subiéramos al autobús, pero lo vuelvo a repetir. No se les permite salir de los límites del parque Bagatelle. No pueden entrar en los recintos que no aparecen en la lista que se les ha entregado, no están aquí para pasar el día, recuérdenlo —el rictus de la profesora era tan severo que ningún alumno se atrevió a hacer el más mínimo comentario—. Cualquier acción inapropiada por su parte será motivo de parte y castigo, por no hablar de un suspenso en la asignatura. ¿Ha quedado claro?

Todos asintieron prácticamente a la vez, sin ganas de decir palabra. Todos se sentían como un pelotón de infantería a punto de ser lanzado a primera línea ante aquella mirada severa. La profesora comenzó a repartir folios con las tareas.

—Agrúpense con sus parejas —ordenó la profesora—, cada pareja tiene una lista de plantas distintas, así que ni se les pase por la cabeza hacer grupos mayores para repartirse el trabajo y así tener tiempo de holgazanear. Estaré haciendo rondas por todo el parque para aclarar cualquier posible duda.

—Más bien será para espiarnos —susurró Nino por lo bajo a sus espaldas. Marinette tuvo que morderse la mejilla para no reírse.

—Tienen cuatro horas para regresar al punto de encuentro. Cualquier incidencia que ocurra, estaré atenta al teléfono, así que llámenme sin importar la situación. Y ahora, ¡a trabajar!

Nino, Alya, Adrien y Marinette se alejaron por el camino asfaltado al norte del parking, mientras que los demás se dirigían al este y al oeste. Ninguno de sus compañeros quiso tomar la ruta que iba por el suroeste, un sendero de tierra en medio del bosque. Nadie quería perderse nada más empezar con todas las papeletas que había de suspender un trabajo ordenado por Hémery.

—¿Qué les ha tocado? —preguntó Alya, examinando el documento que tenía Adrien entre manos. Cada tarea venía con un mapa y una lista de especímenes a encontrar.

Adrien iba a contestarle, pero se detuvo cuando Marinette se dio de bruces con un chico que había aparecido de la nada. Marinette cayó hacia atrás con fuerza.

—¡Marinette! —gritaron Alya, Adrien y Nino a la vez.

—¡OYE! —exclamó el chico.

Adrien se arrodilló a su lado y le tomó la mano. Alya la observó con preocupación, inclinándose sobre ella.

—Marinette, ¿estás bien? —le preguntó Adrien.

—¡Oye, tú! ¿¡A dónde te crees que vas!? — exclamó Alya al ver que el chico hacía amago de marcharse en dirección a un grupo que lo llamaba desde la distancia.

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